lunes, 17 de septiembre de 2012

ANTES DEL ALBA, EN LA LEGIÓN

 ¿Cuantas veces, antes del alba, pensaba en como su menester podía ser considerado un modo de vida legitimo?...
 Su actividad era guerrear.
 Dispensar muerte y evitar ser alcanzado por ella.
 Así, durante la batalla.
 Antes o después...
 Guardias tediosas, magra pitanza, marchas extenuantes. Ejercicios físicos que tensaban sus músculos hasta el límite del esfuerzo, con los posteriores dolores consabidos.
 Torridez de los veranos, generando una marea de sudor bajo el equipo completo; frío y tedio en los cuarteles de invierno, hedor de las ciénagas y las letrinas, pestes, secuelas de las heridas, muchas de ellas invalidantes.
 Malestar por el miedo a la transgresión reglamentaria y a manifestar cobardía, aunque ese miedo atenazara los intestinos, aunque la cobardía estuviera siempre al acecho, como una bestia dispuesta a escaparse de la jaula contenedora.
 Paga insuficiente y tardía; permanente desprecio por los contables y funcionarios que medraban con el sacrificio del soldado.
 Naturalidad ante las vísceras esparcidas, las cabezas cercenadas, los cadáveres amontonados de animales y de humanos; las violaciones colectivas, el sufrimiento de la población civil, las operaciones de castigo.
 La sed que puede llevar a la locura..., el hambre que puede insinuar la antropofagia...
 Las chinches, los tábanos, las avispas...
 Las fiebres, las aguas malsanas.
 La posibilidad de quedar baldado, inútil, castrado; la amputación de los miembros, la pérdida de la razón.
 Carencia de mujeres por períodos prolongados y luego en demasía, en el lupanar, donde auxiliadas por el vino, las meretrices se encargaban de vaciar la bolsa del soldado de licencia.
 Siempre añorando amar a una esposa fiel y diligente; tener hijos sanos y cariñosos, vivir en la campiña no dañada por la guerra que él mismo esparcía, en una villa amplia y cómoda, con unos pocos esclavos serviciales que lo ayudarían en las tareas rurales.
 ¿Pero cuanto tiempo debería sobrevivir al espanto de las contiendas, para acceder a la recompensa de esa Roma que se nutre de sus hijos combatientes, antes de entregarles el premio por su sacrificio?...
 ¿Y la gloria?...
 La gloria estaba sembrada de cuerpos pudriéndose a la intemperie, uno mismo, podría ser parte del conjunto de despojos, sin nunca arribar al solar campestre, al amor y al respeto de una familia.
 ¿Como podía existir un dios como Marte, que auspiciaba la matanza sistemática en aras de la grandeza de Roma, la degollina y el suplicio?...
 Desertar...
 El pensamiento maldito estallaba en su mente, mientras escuchaba las dianas que instaban a despertarse y abandonar con premura las tiendas de campaña.
 Desechó de inmediato la idea casi sacrílega, mientras aferraba el gladius y el pilum y se alistaba para una nueva jornada militar.
 No era solo el terror, generado por las penas aplicables a los casos de deserción si el efectivo era capturado, lo que ocurría con frecuencia. Era algo más..., quizás el sol..., que comenzaba a hacer brillar las corazas y el filo de las armas.
 Ese resplandor potente, de fuerza concentrada donde cada camarada peleaba por si mismo y por los demás, diluyó en su entendimiento toda posible tentación a abandonar el servicio.
 Más aún, cuando se irguió el estandarte SPQR rodeado de laureles.
 En ese momento, Tulio Aelius Severus, legionario de Roma, al percibir el benéfico calor de Deus Sol Invictus sobre su cuerpo, templado por combates y penurias, pensó que iba a seguir sobreviviendo. Siempre protegido por el astro ígneo que también era el dios Mitra, que descomponía los restos del contrario, preservando la integridad de la legión y la suya en el contexto vencedor.
 Distendió levemente sus labios sobre el barbijo apretado del yelmo, insinuando  reconocimiento, convicción de que las divinidades le aplicaban como un barniz de supervivencia a su organismo, sin que registrara el infortunio.
 Junto a él, quizás miles de legionarios expresaban íntimamente pensamientos similares:  haber sido elegidos por los dioses para persistir en el tránsito terreno. Para no partir de este mundo por el impacto letal del enemigo, para afrontar su furia y sobrevivirla, incluso..., lo pensaban aquellos que morirían en la próxima batalla o que quedarían con sus cuerpos tan arruinados, que solo podrían servir como carne de mendicidad.

                                                                                         FIN






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