martes, 11 de septiembre de 2012

SELECT SAN JUAN

 Era el nombre de la sala cinematográfica.
 Por el '72, se caracterizaba por proyectar películas que no eran ni porno soft. Consistían en un montaje inconexo de partes de diversos films, donde a lo sumo, se visualizaba un par de tetas, pero activaban ilusiones de ser mucho más que eso, en base a una inteligente publicidad en algunos diarios consistente en avisos tan oscuros, como las apetencias de quienes asimilaban dichos mensajes.
 Este era el público que concurría a las exhibiciones, que insolitamente, comenzaban en horario matutino.
 ¿A las diez de la mañana?...
 Aún antes.
 Se trataba de los "valijeros", una especie urbana extinguida, cuyos rastros arqueológicos son tan vagos, como los de las civilizaciones que presuntamente precedieron a las de la historia oficial.
 El valijero, obviamente, portaba valija.
 Para ser exacto: portafolios.
 El valijero integraba el informe conjunto, de aquellos individuos-siempre masculinos-que ofrecían bienes y servicios en forma personal, visitando empresas y comercios.
 Podría suponerse que eran corredores y viajantes, pero en aquella época, en el cine de San Juan y Saavedra, eran eso, más que eso y menos que eso.
 O quizás-parafraseando el título del libro que fue un éxito dos décadas después-mientras ellos miraban el pseudo-porno, alguien se comía su queso...
 Fernando Abel Zabala, era uno de ellos.
 Su nombre, emanaba del documento que el encargado de la sala, recogió luego de 24 hs. de que el susodicho estuviera muerto.
 Su cadáver, se hallaba yacente entre las filas de butacas 1 y 2, las que nadie utilizaba.
 Cuando el acomodador polaco, septuagenario, de andar vacilante por los cayos plantales y por el peso de la experiencia de vida, le comunicó a la máxima jefatura del establecimiento, joven, por añadidura, que había un cuerpo humano derrumbado entre petacas de ginebra-podrían ser Bols o Llave, el detalle permanece entre las brumas del olvido-el encargado decidió realizar una inspección in situ.
 Lo que siguió fue la intervención de la autoridad competente-policial y judicial-la evacuación de los restos y el posterior informe forense, que como era previsible, se refirió al desenlace de una cirrosis de larga data.
 Pero el encargado de la sala, se quedó con algo más que el nombre que leyó en la libreta de enrolamiento del finado y que fue puesta a disposición del juzgado interviniente.
 Se guardó una hoja de papel escrita por Zabala, aparentemente, en la oscuridad que enmarcaba la proyección del film. O sea, al igual que los sacerdotes artistas del Paleolítico Superior que estampaban las paredes de Altamira, en la profundidad de la caverna y sin iluminación.
 Cuarenta años después, el que fue boletero-encargado de sala aún conserva la esquela en su poder, demostrativa de los alcances siempre sorprendentes de la condición humana.
 Dice:
 Hijo de una gran puta...
¿Esto era todo?...
 Nunca se supo si Fernando Abel Zabala, antes de morir, se dirigió al propietario del cine o en una interrogación de amplitud cósmica, a su creador, quizás cuando comprendió que no llegaría a ver el rótulo de THE END, que de todos modos, en esa clase de películas ni aparecía.

                                                                     THE END







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