miércoles, 11 de julio de 2012

EL FAROL DEL DIABLO

 En unos pocos segundos, interpretó la situación.
 No importa como entraron. Eran tres, uno lo despertó a cachetazos y los otros lo apuntaban.
 Se incorporó torpemente, pero una patada sobre la zona tibial derecha-mediante un borceguí con puntera de acero-lo hizo caer de rodillas mientras profería un  agudo gemido.
 Temió haber sido fracturado y pensó que se desmayaba del dolor.
 También, que lo iban a matar; que se acabó todo, que no accedería al nuevo puesto gerencial, que nunca tendría un  hijo con Solange.
 Por suerte, ella no estaba; se había ido a visitar a su madre en Bragado.
 ¿Por que no ladró el perro?..., de todos modos, eso ya no importaba.
 -Danos la guita de la indemnización.
 Le dijo el que no estaba armado.
 O sea que no fue al voleo..., pensó.
 Alguno de la oficina vendió el dato..., agregó a su evaluación mental.
 El revés que le propinaron resonó rotundo, en el silencio de la noche.
 Escupió un canino inferior, entre un espumarajo de sangre.
 -Danos las setenta lucas o te deshacemos de a poquito...
 Esta vez, habló uno de los que lo encañonaban.
 -La guita está en una caja de ahorro...
 Dijo con voz entrecortada por el sufrimiento.
 -Mentira. La tenés aquí, para saldar en el día de hoy el 0 km. que señaste.
 Se lo dijo el que estaba desarmado, al menos, a la vista.
 Saben todo..., pensó, viendo los tres rostros enmascarados con pasamontañas.
 Como asiduo jugador de poker, conocía el valor de un farol, o sea, una impostura disfrazada de realidad; solía emplear con éxito, este recurso del juego.
 -Vds. saben todo sobre mí, deben saber que juego al poker con Natalio, el de la oficina.
 Me ganó sesenta y tres mil al Texas Holdem..., los siete mil que quedan están en ese florero, en una bolsita de polietileno bajo el agua.
 Los tres se miraron entre ellos.
 Esta vez, la patada que recibió fue en el estómago.
 Vomitó varias veces, incluso, después que se fueron.
 Casi arrastrándose, levantó la baldosa del patio donde escondía los sesenta y tres mil restantes.
 Sonrió..., con la boca parcialmente desdentada.
 Un farol perfecto..., pensó con regocijo, a pesar de perder siete mil pesos, un diente y la sensación de sentirse seguro en su domicilio.


 Natalio Andrés Miraldi sintió que el corazón le fallaba, cuando los tipos con los que estableció una oscura sociedad a los fines de quedarse con la indemnización de un compañero de trabajo y de poker, le exigían sesenta y tres mil pesos que no tenía aplicándole los cables pelados de un velador sobre sus testículos, a modo de improvisada picana.
 Mientras intentaba gritar bajo el pañuelo con el que lo amordazaron, sintiendo que el dolor atroz provocado por la electricidad circulando por su cuerpo podría provocarle un paro cardíaco, estimó que ciertas asociaciones además de ilícitas pueden resultar fatales; afiebradamente, con desesperación, comprendió que a pesar de ser un inveterado jugador de poker no se le ocurría un farol válido, mientras sus eventuales socios estaban próximos a matarlo.

                                                                       FIN

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