domingo, 22 de julio de 2012

RAMÓN EL TURRO

 No un wachiturro...,Ramón era un verdadero turro-en el sentido original del calificativo-un turro de mierda, un tipo pernicioso, jodido, de proceder malsano y avieso.
 Jubilado setentón, durante su período laboral fue detestado por sus compañeros; más aún, odiado.
 En el barrio, ni se le acercaban y lo consideraban como a un apestoso. Como a una escoria humana capaz de practicar la solapada difamación, la calumnia y la falsa denuncia anónima.
 Desde su más tierna infancia, los chicos aprendían a alejarse de Ramón el turro.
 Divorciado desde hacía muchos años, con hijos que evitaban verlo y nietos que no conocía, Ramón el turro, transcurría sus días de felón y cobarde, ensimismado en la furtiva observación de los demás.
 Invertía dinero en ello.
 Contrataba detectives con tecnología de espionaje, para hurgar en la vida de vecinos, contertulios fugaces de distintos centros de jubilados, primos lejanos con los que no tenía trato alguno, así como otros virtuales desconocidos.
 Sus ingresos, provenían de una jubilación decorosa y de medio siglo de ahorrar, privandose de lo suntuario, que para él significaba todo lo que excedía la salud primaria y la alimentación de subsistencia.
 Con el reporte proporcionado por sus investigadores contratados-asunto en el que no reparaba en gastos-había confeccionado un verdadero dossier, basado en los comportamientos y sucesos irrelevantes, de gente con la que ni siquiera se saludaba.
 Justamente, como no pretendía comercializar su archivo en términos periodísticos, marketineros o de chantaje, a Ramón el turro le bastaba, le complacía vilmente, ser tan solo el depositario de la intrascendencia de los demás; al menos, en cuanto a lo que se considera difusión pública de interés.
 El hombre, tenía en su poder gran cantidad de filmaciones de viejitos ingresando a un supermercado, de individuos que iban de su trabajo a su casa o tomaban un café con algún amigo, de mujeres-filmadas con el uso de teleobjetivos-realizando las tareas domesticas de todos los días.
 Quizás, en épocas anteriores a su retiro, Ramón el turro hubiera difamado soterradamente a toda esa gente, pero desde que se dedicaba a ese fisgoneo sistemático, su actitud era de absoluta reserva.
 Es que consideraba que la tarea de la divinidad, consistía en algún aspecto en lo que él hacía:
 recabar y acumular información sobre miles de millones de sus criaturas, que nunca se destacarían particularmente en nada.


 Cuando Ramón el turro murió-víctima de un derrame cerebral en la soledad de su casa-sus vecinos se enteraron en las posteriores semanas debido al mal olor, por lo que llamaron a la policía.
 Luego de que la inicial muerte dudosa, fue considerada muerte natural por la justicia, sus hijos se hicieron de la propiedad y hallaron el conjunto de datos de la irrelevancia ajena.
 Si bien no se sorprendieron demasiado, al descubrir que ellos también habían sido investigados, no llegaron a comprender cierto detalle del archivo y lo atribuyeron al desvarío mental de su progenitor, al que deseaban olvidar lo más rápido posible.
 El hecho era que Ramón el turro, había pagado una investigación sobre si mismo, en la que aparecía su afán de hurgar en las insignificancias que componían la vida de los demás.
 Las carpetas correspondientes estaban rotuladas:
 SI DIOS SE INVESTIGARA A SI MISMO, DESCUBRIRÍA QUE SU POTESTAD NO ES INFINITA.
  Los hijos, decidieron quemar todo el material como si estuviera maldito, en los fondos de la vivienda. Emplearon para tal menester la gran parrilla que nunca utilizó el difunto, quizás por la connotación social que poseía esa estructura de manpostería, que parecía remitir al acto de compartir, incluso de invitar.

                                                              FIN

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