martes, 19 de febrero de 2013

LA INTERPRETACIÓN DEL SILENCIO

 Ese intento de contactar espíritus errantes-con la intervención de una médium consagrada-no obtuvo ningún resultado.
 Las preguntas emitidas por los presentes no fueron respondidas; no se materializó nadie ni nada.
 El desencanto y la frustración, parecían imprimirse en los semblantes de la media docena de damas y caballeros, que se retiraban de la reunión nocturna para abordar los cubs y las victorias que los retornarían al sosiego terreno de sus hogares.
 Los carruajes, dispuestos en hilera en la neblinosa noche londinense, alojaban cocheros que con mantas escocesas sobre sus rodillas, enfrentaban aletargados el frío imperante.
 Al ver a sus pasajeros, se irguieron sobre los pescantes preparándose para la marcha.
 -Un fiasco...
 Definió en voz alta uno de los gentleman, las consecuencias de la convocatoria mediúmnica.
 -Así es.
 Concordó otro de los asistentes al evento, ajustándose su galera y comenzando a tiritar, debido a la baja temperatura que se imponía al salir al exterior.
 -Mrs. Buster...
 Saludó con una leve inclinación de cabeza otro de los caballeros, a una de las señoras que se retiraban del brazo de sus respectivos maridos
 La mujer respondió al saludo con una ligera flexión, plena de gracia mundana.
 Inmediatamente, los hombres estrecharon sus diestras desenguantadas en gesto de cordial despedida.
 Instalados en el coche que se desplazaba por las calles desiertas, Mr. Buster le dijo a su esposa:
 -No puedo entender porqué la médium consideró que se estableció contacto, a pesar de no evidenciarse la mínima expresión del mismo.
 -Ella dijo que el silencio de los espíritus,  poseía tanta significación como las exteriorizaciones de los mismos, le respondió su cónyuge.
 -Puede ser, pero eso solo le sirve a ella. En lo que respecta a mi angustia por obtener una respuesta, quizás un perdón de aquel al que maté legítimamente en duelo, el silencio expande aún más mi dolor.
 -¿Porqué tu angustia si lo mataste legítimamente?..., que él no haya disparado no debe generarte culpa. Fue su decisión.
 Mr. Buster, lleva su mano al plastrón que parece oprimir su cuello, con un deseo imperioso de aliviar su presión, pero lo deja en su lugar. No podría pagarle al cochero con el cuello desabrochado.
 Le dice a su mujer:
 -Yo quiero conocer que motivó esa decisión, que parece desnivelar la equivalencia de un duelo aceptado por ambos.
 Mrs. Buster se aferra las manos bajo el manguito de armiño, antes de hablar, como si el carácter de la  conversación le motivara cierto estado nervioso.
 -Quizás George no quería matar..., solo deseaba amar..., seguir amándome...
 Su marido la miró irritado, a pesar de conocer el alma femenina. De saber de su liviandad, de sus prácticas de seducción que no miden consecuencias, de la indolencia cuasi malsana con que pueden aludir al sentido del honor; o sea, la cualidad  que hace que un caballero, aún sin peculio o hacienda, se diferencie de un patán.
 -Escucharte hablar de este modo acrecienta mi malestar: maté al rival  que me disputaba tu amor.
 -¿Yo te dije que lo hicieras, en esa madrugada maldita, con padrinos y códigos que solo celebran el asesinato?...
 Mr. Buster quiso abofetearla. Pegarle a esa hembra impía que desde hacía poco tiempo era su esposa, hasta sentirla llorar y suplicarle que cese..., pero no hizo nada de eso.
 Consideró que era impropio de un caballero. También estableció mentalmente, que al día siguiente iría a la pedana de esgrima con el objeto de quedar exhausto, de compensar con la práctica violenta pero reglada, los sentimientos equívocos que le generaba Edith.
 El gentleman, ingreso en un mutismo incomodo para su acompañante, quién adoptó la misma actitud que su consorte.
 Quizás fue la introspección, facilitada por la marcha del vehículo por calles solitarias, sin cambiar palabra alguna con quién se hallaba a su lado, lo que le propició el recuerdo de algo que observó durante la velada en que se intentó la comunicación con los espíritus.
 Le habló a Mrs. Buster.
 -En más de una oportunidad te vi hablando con la médium, de un modo, digamos, privado...
 Cuando te dirigiste al toilette, ella fue detrás tuyo; cuando te sentiste mareada y te levantaste de la mesa, la médium te siguió con la intensión de reconfortarte...
 Si no te incomoda mi requerimiento...¿Sobre que versó la conversación?...
 A ella la noté como satisfecha cuando volvía de estar contigo, a pesar de lo ineficaz que se mostró en su función de intermediaria con el otro mundo.
 También percibí tu exultancia, aunque todos nos hallábamos contrariados por lo nulo de la sesión; más aún, por el alto estipendio que hubo que oblar por sus servicios inexistentes.
 ¿De que hablaron?...
 -De temas de señoras.
 La respuesta de ella, canceló toda posibilidad de proseguir interrogándola.
 Mr. Buster se sumió en una nueva etapa de mutismo. Extrajo su reloj de bolsillo hurgando bajo su abrigo con esclavina. Un calculo mental le hizo estimar que una hora y media, podría ser lo que faltaba de recorrido.
 El farol del coche apenas si iluminaba el camino, debido a lo profuso de esa niebla que parecía ocultar el mundo circundante.
 Si bien el matrimonio Buster se hallaba acostumbrado a condiciones climáticas como esa, esta vez la densidad era tal, que el hombre consideró la posibilidad de que el cochero extraviase el rumbo.
 Rápidamente desechó la idea: Madame Blanche, la médium francesa, se ocupaba de todos los detalles, incluso, de contratar individuos idóneos, a cargo de carruajes adecuados a la condición de las personas que asistían a sus reuniones.
 El golpeteo regular de los cascos equinos sobre el empedrado, así como el encono que sentía hacia su esposa, que parecía impedir el dialogo, le propiciaron a Mr. Buster incurrir en el sueño. Posiblemente, también el óptimo sherry de Jeréz de la Frontera, bebido con sumo agrado durante la sesión mediúmnica, influyó en que se durmiera profundamente.
 A tal punto, que emitió sonoros ronquidos-lo que no afectaba su calidad de british gentleman-durante buena parte del trayecto.
 Cuando el carruaje arribó a su destino, el hombre prosiguió durmiendo, envuelto en esa niebla que parecía una sustancia espesa.
 No se enteró de que Mrs. Buster, descendió sola ante la residencia que compartían.
 La mujer, con lágrimas en los ojos que parecían brillar en la oscuridad reinante, le lanzó un beso con la mano al cochero, envuelto en la bruma como una presencia fantasmal.
 Ingresó a su casa cuando escuchó que el vehículo reiniciaba su marcha.
 La recibió el mayordomo, vestido de levita, quién le preguntó si debía esperar a Mr. Buster.
 Ella le respondió que no, que se retire a su cuarto, que Mr. Buster no le dijo cuando regresaría.

 La niebla seguía adensándose, cuando Mr. Buster se despertó bruscamente, percatándose de que su esposa no se encontraba a su lado y que desconocía donde se hallaba.
 Con desesperación, le gritó al cochero que se detuviera, pero al verle el rostro, difuminado por la oscuridad, emitió una exclamación de horror.
 Reconoció las facciones de George, distendidas en una sonrisa.
 Intentó aferrarlo, pero no lograba tocar nada concreto, solo aire.
 Quiso saltar del coche, pero todo era niebla: tampoco sentía el coche; más aún, no se sentía a si mismo...

 Al día siguiente, Mrs Buster salió para dirigirse a lo de Madame Blanche, en un horario en el que estarían solas, sin presencias indiscretas.
 Conocía el costo extra por la intervención especial de la médium, pero pensó que para ella, también podría ser agradable: luego de George, no habría más hombres en su vida.
 Sus ansias de amor recorrerían otros circuitos..., por otra parte, Madame Blanche le dijo que George, aprobaba su acceso a otra versión de la gloria de la carne-la que la sociedad sepultaba bajo múltiples ropajes- dado que él ya no podría brindarle su amado aporte. En un gesto de grandeza ectoplasmática, delegaba en la propia Madame Blanche esa entrega que sugería un derroche de deleite.

                                                                       FIN

 






 







   

No hay comentarios:

Publicar un comentario