jueves, 14 de febrero de 2013

A LOS FINES DE GUERREAR

 En ese tiempo venturoso, cuando la alegría parecía sacudirlo como una descarga restallante; en ese tiempo en que los días se sucedían como una ristra de goce y plenitud vital, Fernándo Sánchez Pinto optó por ingresar a la Legión, a los fines de guerrear, quizás hastiado del favoritismo divino.

 No había transcurrido más de tres días con estado militar en el Rif, cuando decidió desertar, al interpretar como un lapso de locura, su presentación como voluntario para las guerras coloniales españolas en el Norte de África.
 Consideró a su modo andaluz, desmesurado, influenciado por los toros, el flamenco y esa forma barroca de profesar la religión, que había ofendido a Dios con su arrogancia.
 Tantas noches de tablao y de tronío, tantos días de solera y reses bravas, tantas bailaoras embretadas en la seducción de su planta de torero, se hicieron añicos entre los piojos, la sed, la roña y las cabilas rifeñas de Annual.
 El espanto de la vida en el blocao-esa fortificación transportable-que se imponía entre alimañas, mugre, padecimientos de toda índole, definió su decisión.
 Por otra parte, a la luz de los últimos acontecimientos, de las confidencias de quienes operaban los heliógrafos con sus mensajes parpadeantes, así como lo que le decía su intuición, previó que se avecinaba una masacre y no quería integrar el número de víctimas.
 Pero...¿Como hacerlo?..., si todo era desierto, enemigos en derredor y vigilancia de la propia fuerza.
 Este pensamiento le resultaba enloquecedor, tanto como la brutalidad del clima, la de sus camaradas y superiores, así como el miedo a la muerte o peor aún, a quedar convertido en carne de amputaciones, en un torso con conciencia, incapacitado para acabar con su sufrimiento.

 A la semana de prestar servicio en lo que consideraba un anticipo del infierno, el andaluz de buena estampa supo que desertar resultaría tan improbable, como conservar su majeza en ese medio, destinado a pudrir todo lo vivo.
 Descartó la fuga por impracticable, por lo que estimó como más sensato, morir en combate, aunque le importaba un rábano el Credo del Legionario del Gral. Millán-Astray, así como mantener esas malditas colonias, el Rey Alfonso XIII y la mismísima gloria de España.

 El enfrentamiento fue atroz.
 Los árabes rebeldes, sobrepasaban en número a los españoles y evidenciaban un comportamiento bélico temible, fundamentado en la condición de guerra santa que le adjudicaban a la contienda.
 El andaluz de Sevilla vio como Annual se convirtió en tumba de arrogancias superiores a la suya, de acopio de hispánicos cadáveres y cementerio de grandezas perimidas.
 Como peregrino rociero que era, aunque más de fandango que de carreta, se encomendó a la Blanca Paloma para que intercediera ante el Señor; para que perdonara la soberbia en la que incurrió al desafiar su voluntad favorable, auspiciando el buen fin de esa carrera alocada en la vanguardia, en un caos que los oficiales no podían controlar, hostigados por el enemigo que también presionaba por retaguardia.
 ¡A mí los valientes!...¡Viva la Legión!..., gritaban con angustia los pocos que enfrentaban el ataque de las huestes del caudillo Abd el-Krim.
 Él ya no se sentía valiente y la legión nunca le dio cobijo, pensó, mientras corría con desesperación entre mulos espantados y soldados a los que la huida los despojó de la vergüenza.
 Cuando recibió el impacto del primer disparo, cayó sosteniéndose el abdomen: le parecía que su paquete de tripas quería aflorar al exterior.
 El dolor le resultaba lacerante, pero no le hacía perder el conocimiento, por lo que se convertía en un martirio
 En pensamientos que se sucedían como ráfagas, le pareció ver el barrio de Triana que hasta hacía muy poco, recorría con apasionadas ansias; también las orillas del Guadalquivir que se desdibujaban como los labios de una amada lejana, entre el brillo portentoso que proyectaba la Torre de Oro y la magnificencia de la Real Maestranza.
  Recordó pasadas pendencias airosas, con brillo de navajas y premio de mujeres, que lo hicieron sentir un dechado de coraje.
 Pero esto era otra cosa...
 Moriría como un cobarde en huida; quizás sería arrojado a un sepulcro común, sin nombre y hasta sin cruz.
 Ya era tarde para entender que lo suyo había sido peligroso.
 Se había sentido tocado por el santo beneplácito bebiendo jerez del fino, batiendo palmas entre un revuelo de batas y miradas sedosas, prometedoras de futuros deleites que luego se consumaban con entusiasmo.
 Envidiado por los hombres y codiciado por las hembras, quiso también agregar a su vida la épica marcial.
 En su caso, una épica meramente ornamental, vacua.
 Esa fue la falla..., musitó entre bocanadas de sangre, prosiguiendo un soliloquio solo audible para él.
 El creador desprecia a quienes creen hallar la plenitud en el reino de este mundo...
 De ser así...¿Para que habría que alabar su sacra presencia?...
 Federico Sánchez Pinto, nunca fue identificado entre los cadáveres calcinados por el sol, hallados sin sepultura tiempo después cuando las tropas españolas reconquistaron la posición.
 Se le otorgó la condición de desaparecido en el campo de batalla, lo que eximió a su memoria de las calificaciones de valentía y cobardía, que le fueron aplicadas a los sobrevivientes del desastre con mayor o menor tino.


                                                                         FIN

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