jueves, 26 de abril de 2012

AMO A MI AMO

 Fue el pensamiento del eunuco Abeid, esclavo del Sultán de Zanzíbar, al verlo deleitándose con su nueva esposa, la cuarta.
 Apretó con fuerza el lazo corredizo, en derredor al cuello de aquel a quién servía incondicionalmente, mientras el macho fogoso penetraba a la recién llegada al harén.
 Había entrado al regio aposento en penumbras, con el sigilo de los servidores de confianza, realizando su  premeditada acción con tal celeridad, que la mujer yacente boca abajo confundió el estertor de su señor, con un ronco bramido de placer.
 Antes de que pudiera darse vuelta, desnucó con un par de potentes golpes a la que estimó como la puta de nalgas abiertas, que le ofrecía al sultán el ojo de bronce que él tantas veces le había brindado, untado con aceites aromáticos.
 Su amo, siempre le había asegurado que las mujeres solo las usaba para procrear.
 Cumplida la tarea que se propuso, sabía que sería descubierto y supliciado.
 Antes de que esto ocurra, consideró, apelaría al puñal para quitarse la vida, empañada por la traición de quién había sido su dueño:
 Que el Misericordioso le dispense el perdón por su acto impío.
 Amé a mi amo..., fueron sus últimas palabras, proferidas en voz muy alta ante dos cadáveres.


                                                                          FIN

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