miércoles, 18 de abril de 2012

Sicarios...

                                                             UN PLOMO EN EL ZAPALLO


 Lo hizo arrodillar mediante patadas en los tobillos. No se resistió.
 El individuo estaba maniatado a la espalda y no era mucho lo que podía hacer.
 -Te voy a meter un plomo en el zapallo y vas a regresar a la reputisima concha de tu madre...
 Le dijo su captor, con cierto tono de delectación.
 La víctima, emitió un sordo murmullo, dado la mordaza apretada que cubría su boca.
 Cerró los ojos con fuerza esperando el disparo fatal, mientras intentaba recordar la fórmula del rezo.
 Pasados unos segundos, escuchó las puteadas del que ejercía la posición dominante: la pistola se había trabado.
 Supuso que una intervención divina lo había salvado y que el hombre que intentaba matarlo, abandonaría la tarea que le habían encargado. Se meó en el pantalón, como reacción involuntaria a lo que estaba viviendo.
 En ese momento, comenzó a sentir los terribles culatazos en la nuca, que le provocaban un dolor atroz del que creyó escapar, con lo que suponía era el desmayo.
 Pero era la muerte.
 El sicario, mientras limpiaba-usando guantes de examinación-la sangre que impregnaba la poderosa Desert Eagle, pensó que extraordinaria versatilidad poseía una pistola. Tanto arma de fuego como objeto contundente no perdía su finalidad letal, la conclusión trágica a la que estaba destinado su empleo.
 De todos modos, en su próximo trabajo usaría proyectiles encamisados en bronce, consideró, dado que el ahorro al que era proclive no resultaba lo más indicado para su actividad.
 Comenzó a masajearse el brazo derecho, agarrotado por la tensión del esfuerzo físico y emocional: al fin de cuentas, había matado un hombre a golpes, mientras el mismo se hallaba imposibilitado de defenderse.
 Concluida la faz de limpieza y acomodamiento del escenario, en el que sería hallado el cadáver, se alejó con tranquilidad canturreando un vallenato; a pesar de lo aporteñado que estaba, no podía olvidar esas fiestas vibrantes en Calí,  donde sonaban tambores y guacharacas y el Bacardí corría como agua.

                                                                          FIN

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