viernes, 31 de mayo de 2013

ESCRIBIR BAJO PRESIÓN

 Como escritor, sabía que ya no podría trascender; que su tiempo posible de gloria literaria-de haber  accedido a ella-se perdía en un pasado tan oscuro como desdeñado.
 Con sesenta y siete años, carente de familia, con dos hijos de diferentes mujeres de los que nada sabía -lo mismo que de sus madres- poseedor de una jubilación mínima conseguida sin aportes y viviendo de prestado en lo de un viejo amigo -en un cuarto de enseres- su situación era altamente precaria.
 Por otra parte, el oficio que desempeñó con mayor continuidad, le generó en conjunto más de quince años de prisión de cumplimiento efectivo.
 Su última condena la había finalizado hacía menos de un año.
 Roberto Belisario Armieto ª"Jimmie el pendolista", ya carecía de toda intensión de dedicarse a la falsificación de moneda, a pesar de conocer las nuevas técnicas.
 También de vivir del modo en que lo hacía, colgado de la vida más que incluido en ella.
 Quizás, esa fue la génesis de su tardía vocación de novelista desarrollada en la cárcel, en las horas en las que la desolación, se instalaba como un tumor espiritual difícil de extirpar.
 Varias veces inició una novela -quería ser el autor de una obra única, síntesis vital del universo- y otras tantas las deshizo en el tacho de basura.
 En la prisión, algunos distinguidos internos aprobaron sus textos -incluso Sergio Schoklender- pero el sabía que era por condescendencia, porque movía a la conmiseración ese tipo grande que cargaba un ropero judicial sobre sus espaldas, sin ser violento. En términos carcelarios, era un hombre bueno al que las malas decisiones, las tentaciones impropias o la mismísima divinidad, le estamparon el sello CAGADO/RECAGADO, lo que clausuraba la posibilidad de un destino menos infausto.
 Los tumberos sabían que esa marca era indeleble, como la carimba que se le aplicaba a los esclavos en épocas pretéritas.
 O sea que "Jimmie el pendolista", encaraba la literatura como redención, como su única posibilidad de acceder a la autentica libertad, con encierro o sin encierro.
 Pero en su aciago devenir, el hombre tuvo un golpe de suerte.
 Un acierto a la quiniela con cuatro cifras, le proporcionó un premio de cincuenta mil pesos.
 Una suma que no lo convertiría en rico, pero quizás podría servirle para mudarse a un sitio mejor, comprarse ropa nueva y desechar sus atuendos raídos, comer en restaurantes...
 Actividades que idealizaba en prisión; también proveerse de una buena puta o hasta quizás, reactivar una capacidad de seducción que se había hecho añicos.
 Nada de eso..., "Jimmie el pendolista" emplearía ese dinero en otros fines: la literatura.
 Más concretamente, llevar a cabo su idea de escribir bajo presión.
 Era el procedimiento con el que planeaba combatir su sino como escritor.
 Sabía lo peligrosamente estrafalario, que era el método que había pergeñado y en el que iba a invertir parte del dinero ganado.
 Pero también sabía que la propia índole bizarra -él le otorgaba la acepción de extravagante- que poseía el asunto, cuando tomara difusión mediática le generaría la notoriedad extraliteraria que necesitaba.
 Accedería a una difusión pública de magnitud, la que de otro modo, seguramente le estaría vedada.


 -Te doy cinco mil ahora y el resto, otros tantos, cuando termine tu jornada de trabajo de ocho horas corridas.
 Vos me conocés y sabes que no te voy a cagar.
 -No es eso Sr."Jimmie", es que me parece asqueroso lo que me propone.
 ¡Yo siempre fui un rocho al arrebato!...¡Ni siquiera me animé a salir de caño!..
 -Por eso te elegí. Porque el Patronato de Liberados todavía no te consiguió laburo y se que querés un trabajo por derecha; que querés cambiar de vida.
 Te ganás en una jornada laboral lo que para muchos es más que el sueldo de un mes.
 -SÍ, Don "Jimmie", pero cagarlo a cintazos para que Vd. escriba, me parece, por decirlo de alguna forma, una cosa de putos en la que yo nunca anduve.
 -Vos me conocés de la tumba...¿Te parezco un trolo?...¿Alguna vez tuve fama de serlo?...
 -¡No!...¡No!...Nunca, Don "Jimmie"...
 No digo eso.
 -Tenés que entender que vos vas a manejar el cinto, simplemente como si fuera una herramienta.
 Yo voy a estar en cueros. No escribo por tres minutos, contados con el reloj que te voy a proporcionar, entonces vos descargas la lonja sobre mi espalda, sin compasión.
 No te preocupes por el daño; para tu tranquilidad, no soy un degenerado que goza cuando lo fajan.
 Soy un escritor que solo podrá crear su obra extrema..., bajo presión extrema.
 En ocho horas -una jornada laboral convencional- debo crear un texto ficcional que podría suponerse de índole revelatoria. Digamos que la ficción es el pretexto, para que el lector se adentre en lo molecular espiritual, en la materia prima de la interpretación cósmica.
 Gastón Galvaez  ª"Petete", delincuente de nivel inferior, consideró que el ex-convicto y escritor estaba loco.
 Supuso que podía padecer de demencia senil, como su propia abuela.
 Pero..., el demente le puso cinco pesos en la mano.
 Ganarse cinco mil en ocho horas de trabajo sin infringir la ley, superaba sus expectativas.
 Haría lo que el viejo quería.
 Cinco minutos de descanso por hora. Caso contrario, lonjazos hasta que reanudara la escritura; esto mismo, en caso de que dejara de escribir durante la hora por más de veinte segundos. Todo meticulosamente cronometrado.
 Se prometió que cumpliría ferreamente con lo pactado.
 Le pareció que cierto oscuro perfil de capanga, parecía insinuarse en su proceder.


 "Jimmie el pendolista", se hallaba con sus muñecas atadas con lienzos a los barrotes de una escalera.
 Esta situación, restringía sus movimientos pero no le impedía escribir, sentado ante una mesita plegable donde se destacaban cuatro bolígrafos descartables de tinta negra, así como cuatro cuadernos espiralados de 84 páginas cada uno.
 El veterano falsificador de pesos Ley 18.188, así como de australes, se hallaba con el torso desnudo, presto a que "Petete" accionara el cronómetro y diera inicio al procedimiento de escribir bajo presión.
 El "capataz literario", acarició el efectivo en su bolsillo.
 Se sentía bien; ocho horas era lo que normalmente la gente trabajaba por día. Como él nunca lo había hecho, se sentía..., gente.
 "Jimmie", a su vez, cuando restaban cinco minutos para que comenzara la faena, trataba de cohesionar sus ideas dispersas.
 Para poder quedarse en la casa solo con su contratado, le pagó $1.000.- extras al amigo que le sub- alquilaba el cuarto de enseres. Supuso que debería haber pensado que quería traer una mina de incógnito, nunca podría imaginarse la metodología que su subinquilino había establecido para poder crear la obra literaria, que iba a significar su legado expresivo y ontológico para con la especie.

 Como una descarga eléctrica, la voz de "Petete" estalló estentórea.
 -¡Escribir!..., dijo con un tono que estremeció a "Jimmie", dado que le pareció emitido por otra persona. Por  un ex-preso de extrema peligrosidad, no por uno que era un ladrón de cadenitas en los trenes.
 El "Pendolista", inició su obra con la letra maravillosa que lo caracterizaba -la que dio origen a su apodo en épocas pretéritas- con párrafos ora cursiva inglesa ora bastardilla, incluyendo algunos en gótica; toda esta excelencia caligráfica la producía con simples bolígrafos,  no con las plumas correspondientes, lo que lo hacía repasar los volúmenes de los trazos, rellenarlos y delinearlos con dedicación.
 Comenzó con la narración de cierto encuentro entre el ángel Moroni, Joseph Smith y un personaje de su invención, en torno a ciertas cuestiones relacionadas con Ahura Mazda y el zoroastrismo, de tenor literario delirante.
 Luego de una hora de constante escritura, se le acalambró la diestra.
 Se la masajeó durante más de cinco minutos..., lo que provocó que la lonja restallara sobre su espalda; como si se tratara de un mensú díscolo, de un esclavo indolente..., de un escritor que instaló una metodología perversa para crear su obra, consistente en escribir bajo presión.
 Estos fueron sus pensamientos mientras se retorcía de dolor, pero sin pronunciar una queja.
 Su escritura era aluvional, cruda, como irreflexiva, dado que caso contrario, significaría dejar el bolígrafo en suspenso y recibir el castigo implacable.
 Cuando se hallaba próxima a cumplirse la segunda hora de escritura, "Petete" anunció en tono recio...
 -¡Tres minutos!...
 Cumple con su trabajo a conciencia..., pensó "Jimmie", mientras se masajeaba la muñeca derecha, en la que se había incrementado el dolor articular.
 -¡A escribir!..., dijo "Petete", la vista fija en el cronometro.
 No consideré el factor artrósico..., estimó para si mismo el escritor bajo presión, esforzándose por mejorar la caligrafía que disminuía en excelencia, rápidamente.
 A la cuarta hora de escritura, el esfuerzo del pendolista por trasladar al papel sus ideas se tornaba arduo, tanto en lo concerniente a la legibilidad del trazo, convertido en arabescos indiscernibles, como en lo referido a la esencia de lo que quería plasmar.
 Su mente parecía haberse empastado.
 El texto -de poder ser leído- reiteraba situaciones, desquiciaba otras y configuraba un galimatías que se asemejaba al discurso de un orate.
 Cuando su mano derecha dejó de responderle y su escritura se transformó en un manchón, "Jimmie el Pendolista", sumido en el sufrimiento que le provocaba su muñeca, dijo:
 -¡Basta!..., no va más, "Petete". Finalizó el experimento.
 Desatáme; igual vas a cobrar la suma que te falta.
 La respuesta del susodicho, fue cruzarle la espalda con reiterados cintazos que lo hicieron aullar de dolor.
 -Escriba..., le dijo el administrador de su suplicio.
 Si no lo hace, le voy a rajar la espalda a latigazos y después le voy a aplicar sal.
 "Jimmie" reanudó inmediatamente la escritura, que ya se había convertido en un garabato inextricable.
 ¿He creado un monstruo?..., fue el pensamiento casi afiebrado del escritor, que ya se consideraba cautivo.
 Por más que "Petete" fuera un paradigma de los compromisos sellados, lo de la sal era una extralimitación...
 Sentía agarrotado el brazo derecho, a la vez que  la articulación de la muñeca, inflamada, le provocaba un dolor agudo. En cuanto a su espalda lacerada, percibía el inclemente ardor de la carne sometida a desgarro.
 Tres minutos antes de cumplirse cinco horas, de lo que ya constituía un neto tormento, "Petete" recitó el aviso convenido:
 -Cinco minutos.
 "Jimmie" arrojó la lapicera al piso.
 -"Petete"..., si no me soltás te voy a denunciar y vas a perder los beneficios de la condicional. Vas a volver a la tumba..., maldito hijo de puta.
 El interpelado, apretó los dientes y comenzó a descargar feroces latigazos sobre la humanidad del sexagenario "Jimmie".
 -¡Escriba!..., o lo mato a golpes.
 Nuevamente, el pendolista aulló de dolor, sintiéndose desfallecer.
 Intentó tomar un bolígrafo que se hallaba a su alcance, pero su mano agarrotada no se cerraba debidamente.
 "Petete" descargó nuevos cintazos sobre su espalda, para luego echarle alcohol proveniente de una botella que halló en la cocina.
 "Jimmie" pensó que el dolor lo desmayaba, también, que su maldita idea no lo llevaría a una consagración literaria de índole iniciática, sino a la muerte, a manos de un idiota transformado en bestia cruel.
 El pendolista, sentía su ritmo cardíaco como en un ejercicio de percusión. No estaba seguro de poder seguir resistiendo la tortura.
 -Escriba.
 Escuchó nuevamente.
 Intentó hablar, para solo emitir un sonido ahogado, pleno de terror.
 Con las fuerzas otorgadas por la desesperación, recomenzó su tarea, aunque la escritura se había convertido en un garabato oscuro e inentendible.
 Consideró milagroso haber llegado a la hora séptima, mientras se masajeaba la muñeca afectada durante los cinco minutos de descanso, dándose ánimo ante el hecho de que solo debía aguantar una hora más, para ser libre nuevamente.
 Con dificultad, prosiguió plasmando el garabato incoherente tanto en trazo como en sustancia
 El sufrimiento había fusionado sus ideas en una nebulosa carente de significados, que era referida en esa grafía demencial.
 Sabía que su opus magnum literaria, había degenerado en trazos inconexos a los efectos de sobrevivir a un verdugo descontrolado.
 Fui yo quién lo generó..., pensó horrorizado.
 Mi verdadera obra, mi legado a la historia de la expresión humanista, es mi propia imbecilidad..., adosó a sus pensamientos.
 Llevaba siete horas y media privado de su libertad, cuando "Petete" se le acercó por primera vez para observar lo que escribía.
  Tomó con brusquedad el cuaderno espiralado de 84 páginas, para determinar que prácticamente todo el texto era un galimatías indiscernible, en el que las letras fueron reemplazadas por trazos convulsos de arbitraria significación.
 Si bien el individuo beneficiado por la libertad condicional no era aventajado en la lectoescritura, pudo descifrar que esas semblanzas descriptivas, donde Zoroastro y Moisés se intercambiaban confidencias astrales perseguidos por corrientes energéticas innominadas, portadoras de inteligencia, no era otra cosa que una gran estupidez que a su vez confluía en trazos desarticulados, carentes de entidad como letras.
 "Petete" miró detenidamente al viejito tembloroso en el que se había convertido el pendolista. Luego de unos segundos, le dijo...
 -Vd. no escribe una obra totalizadora,  como me mencionó, Vd. escribe un mamotreto infame que se mixtura con trazos ilegibles.
 Luego de esta frase, procedió a amordazar al escritor cautivo con un pañuelo roñoso. -Vd. me engaña...y también engaña al resto de sus contemporáneos y a la posteridad.
 Cuando "Jimmie" observó que "Petete" encendía un cigarrillo y avivaba la brasa muy cerca suyo, comprendió el error fatal que cometió al intentar escribir bajo presión.
 ¡Cuanto más satisfactorio me hubiera resultado seguir escribiendo en prisión!..., pensó e intentó retomar una narración y una caligrafía que se habían alterado hasta lo demencial, mientras su carne ardía y no podía gritar tanto horror, debido al trapo lleno de mocos ajenos que cubría su boca.
 Con los ojos como si estallaran en sus órbitas, comprendió que las ocho horas convenidas no serían el final de los apremios, ahora aplicados con la punta ígnea del cigarrillo sobre su piel.
 Su atormentador, era quién establecía el tiempo de una situación ya dislocada de todo encuadre referencial.
 Roberto Belisario Armieto ª"Jimmie el Pendolista", se asumía solo como un guiñapo al servicio de una obra tan ficticia, como la expresión trascendente que hacía ya más de ocho horas quiso obligarse a ficcionar.
 Bajó los brazos, implorándole a un dios en el que nunca creyó, el infarto salvador.

                                                                  FIN









































  

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