martes, 7 de mayo de 2013

EL ACTO EN EL BALDÍO

 Le pegó un par de veces tratando de no lastimarla demasiado.
 Para lo que iba a hacer, la quería no dañada.
 De ese modo disfrutaba más su sumisión, arrodillada ante él y sorbiendo su miembro, con la amenaza latente del cuchillo que sostenía en su diestra.
 La mujer emitía sollozos espasmódicos entre chupada y chupada, lo que lo excitaba sobremanera. Consideró que eligió la víctima apropiada para consumar esa violación, por el momento, oral, entre las sombras de la noche que envolvían ese baldío suburbano.
 -Seguí, hija de puta..., si aflojas te abro la garganta.
 Le dijo con voz ronca para aumentar su placer dominante, pero era él quién se sentía aflojar, próximo a la eyaculación; por otra parte, ella respondía a un punto tal que parecía que gozaba.
 Cuando sintió el desgarro en su pene y lanzó la cuchillada, la mujer ya la había esquivado con habilidad, incorporada y mascando parte de su órgano viril erecto.
 Mientras profería gritos estridentes al sentirse emasculado, trataba con sus manos detener la hemorragia; ya descartado el cuchillo que yacía a sus pies, observó con asombro que ella le sonreía, luego de escupir la mitad de su miembro cercenado. Se relamía con delectación la sangre que le empapaba los labios, así como los colmillos, que ahora exhibía con regocijo.
 No pudo emitir palabra alguna y se sintió desmayar, viendo como ella se dirigía hacia la calle desierta, sin apuro, dándose vuelta para saludarlo encantadoramente, elevando la mano con la que hacía unos minutos, la  había obligado a que le bajara el cierre de su bragueta. 
 Desangrándose con un dolor extremo, deseó que se contagiara el sida del que era portador, pero sabía que la clase de gente a la que pertenecía ella, solo interrumpía su inmortalidad con una estaca clavada en el corazón o impactada por una bala de plata.
 Se fue desvaneciendo, a sabiendas que no poseía esos elementos, como nunca tuvo nada a favor en su vida de múltiple reincidente, para el que los nombres  Sierra Chica, Batán y Olmos implicaban la impronta de la oscura trinidad que siempre lo devolvía a su seno. Quizás, esta vez, su destino era un abismo sin final denominado eternidad, donde no existían argucias legales y reducción de condena. 

                                                                         FIN

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