martes, 21 de mayo de 2013

ANTES DE LA MASMÉDULA

                                                                                    Al llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí,
                                                                                    y de pronto, se arroja entre las ruedas de un tranvía.
                                                                                                                                         Oliverio Girondo                                                                                                

 Oliverio observó como su sombra, era triturada por las ruedas metálicas del tranvía; se sintió traicionado, incluso,sumido en una cierta humillación.
 A pesar del dolor que le infringía la drástica determinación adoptada por su sombra, sabía que como poeta generaría otra, quizás más dócil, más proclive a tolerar sus imágenes que evadían el reconfortante lugar común, para internarse en los estratos cadavéricos de las palabras y su reformulación.
 Ya se retiraba del sitio del suceso, cuando un individuo de aspecto anodino se acercó a su lado, dirigiéndole la palabra:
 -Yo se quién es Vd.
 Compré su libro Espantapájaros en la calle Florida..., me parece un apreciable experimento poético.
 Permitame prestarle mi sombra hasta que tenga otra. Creo que no es bueno para nadie circular con un cuerpo sin referencia, mucho menos para un poeta que tritura lo que las palabras implican.
 Se expone al extravío: Al sentirse no lastrado por su sombra, puede incorporar una idea de libertad a la que solo acceden los místicos y los orates.
 Espero que Vd. no sea uno de ellos, porque en ese caso, su poesía se convertiría en ininteligible.
 Oliverio Girondo le respondió con la cortés ajenidad del hombre de mundo que era, en ese Buenos Aires de 1933, en el que unos meses atrás, una multitud acompañó los restos de Yrigoyen rumbo a su entierro.
 Le dijo:
 -Le agradezco sus conceptos y su ofrecimiento, pero creo que una sombra prestada no me traería tranquilidad sino desconcierto. Buenas tardes.
 Se estaba alejando, cuando se volvió hacia el sujeto, que parecía petrificado en la esquina.
 -Escúcheme..., le compro su sombra. Me parece que una transacción comercial le quitaría al asunto dependencia emocional y lo naturalizaría.
 Su interlocutor, pareció ofenderse ante la propuesta de compra, pero Oliverio detectó que la crisis de la época lo afectaba. Aceptó vendérsela por un precio módico, desprendiéndose de la misma como si fuera un viejo ropaje.
 Se retiró sin saludarlo, con el caminar distorsionado de alguien que orillaba la insanía antes de mercar con su sombra.
 Oliverio Girondo tomó un rumbo opuesto, por una calle a la que también el tranvía orillaba.
 El primero en acercarse era un chirriante 97, que avanzaba con la potencia de un mastodonte eléctrico.
 El poeta no vaciló:
 Empujó a su nueva sombra..., la que fue arrollada sobre los rieles por el tranvía.
 Se quedó observando el espectáculo con delectación.
 Sabía que había perdido plata, pero como poeta que era, eso no le importaba; por otra parte, su satisfacción era enorme:
 Ya desconfiaba de todas las sombras y mucho más de una comprada. No le interesaban ni siquiera adecuadas a su personalidad, como había pensado antes.
 Cierto que era un asesino de sombras, pero por el momento, esto no constituía delito, solo la felicidad de desprenderse de un doble que era un estorbo; ya sea propias o adquiridas, nunca encajaban, siempre sugerían una autonomía intimidante.
 Con una sonrisa en sus labios, se dirigió a su casa donde lo esperaba su esposa, Norah Lange; pensó que su sombra original, la que se suicidó, quizás se adelantó a lo que le esperaba. Se puso a silbar de puro contento, realmente, se sentía liviano, etéreo, presto a escuchar la música de las esferas.

                                                                        FIN



                                                                                            

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