jueves, 31 de enero de 2013

HAY QUE MATAR A "POLANCO"

 El jefe lo dijo con voz firme, de inequívoca interpretación.
 -Hoy.
 Agregó en tono perentorio, informando donde hallar al mencionado y como proceder a su eliminación.
 "Fierita" y "Monje"-sus alias-sicarios subordinados, coincidieron en esbozar una muda señal de aceptación de lo indicado.
 Cuando salieron de lo que conocían como "casa operativa", ambos se miraron, de algún modo compartiendo la dificultad moral, que les generaba eliminar a alguien sin que mediara promesa remuneratoria o asuntos de carácter territorial. Es que matar a "Polanco" significaba hacerlo con uno de ellos, quién hasta el día anterior, integraba el team profesional al que pertenecían.
 Asumidos como asesinos por encargo con un líder-el jefe-acataban la voluntad omnípoda del mismo como clausula contractual inviolable, establecida desde el inicio de esa desigual asociación ilícita.
 El jefe indicaba los objetivos y no había espacio para las objeciones.
 La estructura del team era verticalista, no deliberativa; ambos sabían que la desobediencia se consideraba falta grave y era punible.
 La deserción, a su vez, conllevaba la aplicación de la pena capital con manifiesta crueldad.
 Implicaba la aplicación al condenado, del mayor dolor físico posible, para lograr que su muerte resultara lenta, penosa.
 Pero el asesinato de "Polanco" no tenía estas características.
 Simplemente, debían matarlo a tiros.

 "Monje" y "Fierita" cumplieron con eficacia la tarea encomendada.
 Desconfiando el uno del otro, no se les ocurría a ninguno de los dos la posibilidad de traicionar el mandato.
 Se presentaron ante el jefe como siempre, luego de una faena, pero en el caso de "Polanco", sabiendo que no recibirían suma alguna por el homicidio realizado en común.
 Solo las palabras:
 -Fue por la seguridad del team.
 Las emitió el jefe con voz estentórea; la voz de quién tiene a otros a cargo, en la relación de dependencia establecida en un contexto organizativo criminal, donde el riesgo es permanente. Sabiendo, sin la mínima duda, que es lo mejor para la seguridad de todos.

 Cuando el jefe le indicó a "Fierita"-en forma privada-que debía matar a "Monje", le insinuó algo parecido a un ascenso, a un nivel de participación mayor en las recaudaciones; quizás, a un nombramiento implícito como lugarteniente, lo que significaba la primacía en la línea sucesoria.
 Lo mismo hizo con "Monje", señalando a "Fierita" como el objetivo.

 Quién se presentó ante el jefe fue "Fierita", el sobreviviente del feroz tiroteo entre los dos esbirros.
 El jefe, por primera vez, lo palmeó en la espalda en señal de aprobación y ambos estrecharon sus diestras con vigor.
 -Te nombro mi lugarteniente...
 Le dijo en tono marcial, antes de vaciar el cargador de su Glock 40 con silenciador adaptado, sobre su desprevenida humanidad.
 "Fierita", con el estupor marcado en su rostro, se conmovió como un muñeco convulso, antes de caer sobre el piso cerámico, dejando varios regueros de sangre sobre las baldosas blancas.
 -Postumamente...
 Agregó el jefe, ya sin interlocutor.
 Antes de retirarse de la "casa operativa"-cuya desafectación como tal la había previsto con anterioridad-pensó que resultaba oscuramente simbólico, dejarla con el cadáver de quién sirvió con total fidelidad, los fines que la misma implicaba.
 Mientras consideraba-conduciendo su Mercedes Kompressor del año-que ya estaba listo el nuevo baluarte así como su flamante team profesional, estimó que inevitablemente, sus leales servidores tenían un tiempo útil limitado; de prolongarse, se convertían en peligrosos testigos de su comandancia.
 Como señor feudal, como barón de la droga, él no era como los del medioevo, que si abandonaban un bastión dejaban a los siervos de la gleba para que sigan dependiendo del castillo; su caso, se asemejaba más al de una empresa que practicaba una política de despidos, para no generar costosas indemnizaciones por antigüedad.
 Sonrió..., antes de encender el poderoso equipo de audio y comenzar a escuchar el narcocorrido, que le dedicó a su persona el popular conjunto Los de Sinaloa.
 Lo que más le gustaba del mismo, era la parte en la que se lucía el del guitarrón, acompañado por el cantor
que mentaba sus hazañas.
 Lamentablemente-pensó-algunas deben ser secretas, debido a que por sus características, no son recomendables para incluirlas en el repertorio épico musicalizado.

                                                                   FIN

                                                                         









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