viernes, 12 de octubre de 2012

LA GLORIA DEL POLACO

 Toda una noche, en esa Barcelona del flamante setentismo, fingiendo una nacionalidad que no tenía.
 Quizás una regionalidad: la eslava.
 Lo que comenzó de un modo lúdico, impulsado por una abundante ingesta de cerveza, se convirtió en un reemplazo de la realidad concerniente:
 El teatro instalado en situaciones ajenas al mismo, desarrollado por alguien que no era actor, entre quienes no participaban de la condición de espectadores.
 El muchacho argentino, seguía ingiriendo lo que en voz alta denominaba-cuando los efluvios alcohólicos comenzaban a determinar comportamientos-la rubia cerveza del pescador Schiltigheim, apelando a un poema de Raúl González Tuñón.
 ¿Quienes escuchaban, su verba impostada en un español desfigurado, hacia lo que él creía serbo-croata o polaco?...
 Patrones de bares, oscuros dependientes de los mismos, parroquianos indiferentes, mujeres que bajo el control tutelar del franquismo, asumían tareas consideradas indecentes.
 Una de ellas, tras el mostrador, le advirtió en tono bajo:
 -Quitate de encima a ese gandul que se te ha pegado.Terminarás mal la noche
 El joven argentino pasó por alto el aviso, siguiendo la ronda cervecera desde la Rambla des Estudents hasta la de Santa Mónica, junto al compañero de ocasión que lo creía oriundo de Dubrovnik o de Gdansk.
 El mentado gandul lo acompañaba en las libaciones y los brindis, a veces invitado, mientras que en otras postas de bebedores, haciéndose cargo él de las consumiciones.
 ¿De que hablaban el argentino y su acompañante, que paulatinamente, parecía demostrar cierta soterrada peligrosidad?...
 De vaguedades, de las ganas de follar y esas chavalas poco propensas y poco majas, del barco imaginario que había abandonado el falso polaco para impregnarse del sol de España, así como de la calidad de la cerveza Tuborg danesa.
 El de Sudamérica, seguía utilizando ese presunto español mal aprendido, mixturado con pseudo vocablos de Europa Central, prolongando de esa forma la continuidad de una farsa que ya deseaba cesar, pero cuya magnitud, lo había sumido en la adopción de un personaje del que le resultaba dificultoso evadirse.
 Cuando la incipiente alba y el agotamiento de las pesetas, pusieron fin a la noctámbula jornada en pleno Barrio Gótico, cerca de donde se alojaba el joven porteño, la endeble camaradería de los dos beodos se disolvió en una discusión estentórea.
 Uno, alegaba incumplidas promesas de acceso a mujeres que no le fueron presentadas, el otro, manifestaba la más cruda rapiña.
 El del bajo fondo de la Ciudad Condal, extrajo un estilete de su bolsillo y amenazó al que creía eslavo, exigiendole la entrega de su reloj.
 El falso centroeuropeo percibió el miedo como en una ráfaga. Se sintió gallina..., desarmado y físicamente entorpecido por los excesos alcohólicos de la noche. Sintió deseos de vomitar.
 El acero desnudo y punzante, parecía querer abrirse camino en su carne, pero de todos modos siguió con su jerga hispano-eslava teatralizada, como un Bela Lugosi  no abandonando el psyque du rol de Drácula, aún fuera del escenario.
 Intentó no comprender la exigencia del catalán, a los fines de resguardar su posesión a pesar del arma blanca con que era amenazado.
 No le sirvió:
 El puntazo fue fulminante, realizado con cierta adquirida destreza, mientras su ejecutor declamaba improperios contra Polonia y sus ciudadanos.
 No llegó a quitarle el reloj: había transeúntes que observaban la escena azorados.
 El agresor escapó corriendo del lugar del hecho, ante los gritos de los testigos llamando a la policía.
 El joven argentino, antes de expirar desangrado por la perforación de órganos internos vitales, pensó, entre los vahos alcohólicos que atenuaban el dolor de la herida, que moría como un bravo polaco que no entregó el reloj..., que a la vez,  era de muy escaso valor...

                                                                         FIN








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