lunes, 1 de octubre de 2012

LA ESCRITURA DEL MAÑANA

 Parecía que su mano se deslizaba sobre el papel, como guiada por una inteligencia ajena al cerebro que integraba ese cuerpo; el suyo.
 O sea:
 No la dirigía él, con su voluntad creativa, tampoco los impulsos que generaban lo que en ciertos ámbitos se consideraba escritura automática, de intermediación mediúmnica o aproximada.
 No.
 Él sabía que era él mismo, quién dictaminaba que escribir y que escribía, pero el foco de la escritura, se hallaba fuera de él.
 Con cierta sensación de extrañeza, como avizorándo su identidad -la suma de su vida-desde una distancia inefable, inconcebible, dio por finalizado el escrito y firmó, de modo más ceremonial, más aplicado, que como lo hacía habitualmente en cheques y cargos de tarjetas de crédito y débito..., su testamento hológrafo.

                                                                 FIN  

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