O sea:
No la dirigía él, con su voluntad creativa, tampoco los impulsos que generaban lo que en ciertos ámbitos se consideraba escritura automática, de intermediación mediúmnica o aproximada.
No.
Él sabía que era él mismo, quién dictaminaba que escribir y que escribía, pero el foco de la escritura, se hallaba fuera de él.
Con cierta sensación de extrañeza, como avizorándo su identidad -la suma de su vida-desde una distancia inefable, inconcebible, dio por finalizado el escrito y firmó, de modo más ceremonial, más aplicado, que como lo hacía habitualmente en cheques y cargos de tarjetas de crédito y débito..., su testamento hológrafo.
FIN
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