martes, 16 de octubre de 2012

BANDO REAL

 No se veía persona alguna, en la plaza del pueblo.
 El del tambor, seguía haciendo redoblar su instrumento, solicitando atención en la soledad del lugar.
 El guardia, que acompañaba al tamborilero y al lector del bando, implicaba con su presencia armada la fuerza, que debía resguardar las disposiciones reales.
 Los tres, parecían hallarse absortos ante la inexistencia de público, en el sitio central de la pequeña aldea.
 -Mi misión es anunciar..., dijo el pregonero, desenrollando el bando real, cuyo texto le era desconocido hasta ese momento.
 Sus acompañantes, asintieron con una leve inclinación de cabeza.
 Con voz severa debido al tenor del escrito, pero a la vez diáfana, como para ser entendido hasta por los más desapercibidos, el lector hizo público el bando, que solo iban a escuchar ellos mismos.
 Se trataba de un llamado real a la leva, obligatoria para todos los varones de entre diez y seis y cincuenta años, de esa aldea y las vecinas
 Serían reclutados para la guerra que llevaba a cabo el reino, en manifiesta inferioridad de condiciones.
 El lector del pregón enunció con tono solemne, las penalidades que le cabrían a los evasores de la real orden.
 Finalizada la lectura, en el ámbito donde eran los únicos humanos, miró al del tambor para que cerrara la misma con el redoble de práctica.
 Pero el hombre ya se había descolgado la herramienta de su menester, para hallarse rápidamente sobre el caballo en el que había arribado
 -Yo soy de la aldea vecina..., le dijo a sus compañeros y se fugó al galope rumbo al monte, donde aparentemente se habrían ocultado los lugareños; por alguna filtración, conocedores con anterioridad del contenido del bando.
 El militar que completaba el trío, disparó con su pistola de pedernal contra el flamante fugitivo, que dadas las dificultades para obtener un tiro de precisión con ese tipo de armas, ya no constituía un blanco viable.
 Manifestando frustración por su yerro, el uniformado le dijo al lector:
 -Los civiles alpargatudos no sirven para esta tarea; no tienen el hábito del coraje y siempre piensan en huir...
 El lector del bando, que también era civil y de un pueblo vecino, hizo un gesto afirmativo, observando con creciente inquietud como el soldado recargaba su arma y no se despegaba de su lado, como para acortar distancia. Lo peor, era su peligrosa mirada de desprecio.

                                                                   FIN




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