martes, 2 de abril de 2013

VIBRACIONES DEL AYER

 -¿Cuanto hace que no nos vemos?...
 ¿Cincuenta años?...
 ¿Más?...
 Juan Carlos, quién fue su compañero y amigo en la secundaria y se distanciaron por distancias geográficas y avatares-reconocido fortuitamente en ese megaevento social-lo miraba sin hablar, pero pudo observar como los ojos se le tornaban acuosos: lo embargaba la emoción del momento.
 Lo había reconocido por la inequívoca cicatriz de la frente, consecuencia de un accidente infantil.
 Cuando lo llamó por su nombre y apellido, el otro lo miró y sonrió como en las ocasiones en que se escondían en el baño, durante la clase de matemáticas.
 Seguía sin contestarle, pero extendió sus brazos como para estrecharse en el abrazo fraternal que esperó medio siglo.
 Él lo acompañó en el gesto, en esa unión corporal y emotiva que parecía recuperar un tiempo compartido, hacerlo volver en el recuerdo, destacando que ambos seguían vivos; solo habían cambiado algo de aspecto.
 Se fundió en un abrazo con quién fue su condiscípulo dilecto, el de la complicidad en las transgresiones y la reserva en las confidencias. El de las fantasías intercambiadas, en esa ambigua inocencia de la edad en la que se adolece, que llegada la madurez, uno descubre que nunca se extinguió del todo.
 Con real afecto, palmeó su espalda en  el abrazo...
 Pero..., con horror, percibió que su antiguo camarada se desintegraba al tocarlo. Que lo que abrazaba quizás se había convertido en su propia sombra, sin volumen ni presencia física.
 Lo buscó sin hallarlo, con el semblante demudado por lo ocurrido.
 Algunas personas a su alrededor, comenzaron a mirarlo con cierto recelo, como si evidenciara un comportamiento extemporáneo.
 Decidió retirarse con premura del lugar, fundamentalmente, cuando comenzó a escuchar que Juan Carlos lo llamaba desde un punto impreciso, que parecía estar situado en el aire. La voz, con el tono cambiante de la adolescencia, le decía:
 -Vine a buscarte, amigo...
 Hace rato que te espero...
 Solo pudo caminar unos metros antes de caer, transido por el dolor en el pecho y en el brazo izquierdo.
 La ambulancia llegó rápidamente, pero el médico no pudo reanimarlo ni aún aplicándole el desfibrilador.
 El diagnóstico: infarto masivo de miocardio.

                                                                         FIN
  

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