martes, 30 de abril de 2013

SUCESOS ARGENTINOS EXTRAORDINARIOS

 La noticia se expandió con rapidez.
 Inicialmente, de boca en boca..., ni Internet ni redes sociales mediante.
 De hecho, el propietario de la casa donde acaecía el prodigio, era un octogenario jubilado de la industria lechera, totalmente ajeno al despliegue tecnológico.
 Pero algún joven visitante, registró en forma subrepticia las imágenes milagrosas y las subió a You Tube.
 Esta actitud fue la que propició el estallido mediático del suceso, que hizo colapsar la tranquilidad suburbana del anciano viudo, ex-ordeñador manual de las Holando Argentinas.
 Lo notable, era la continuidad del fenómeno, no representado por manifestaciones aisladas del mismo: el enano de jardín que lloraba lágrimas de sangre, lo hacía a cada rato, como si se hallara sometido a un castigo permanente.
 Don José Azorreguichea, viejo ordeñador de La Martona, comentó que cuando se percató de lo que ocurría, retiró al enano del yermo jardín delantero de su chalet -sumamente deteriorado por carencia de mantenimiento- y lo instaló en el living, colocándolo dentro de un cristalero que resultó una inusitada hornacina.
 Como el hombre vivía solo a pesar de su avanzada edad -sus dos hijos y nietos residían en Bilbao- y desarrollaba una acotada vida social, los primeros en enterarse fueron el panadero, el carnicero y un par de vecinos.
 Justamente, uno de ellos, el paraguayo Blas -fletero con una F-100 del '76- se ofreció a custodiar la intimidad de Don José estableciendo un sistema de turnos para observar el portento, al que en pocos días se le adjudicaron propiedades milagrosas de sanación física y espiritual.
 Si bien el cura párroco de la localidad, anunció públicamente  que todo no era más que una aberración idólatra, el vecindario hizo oídos sordos a su advertencia: se agolpaba en la vereda esperando ansioso, el turno adjudicado por el paraguayo para presenciar el rojo llanto del enano de jardín.
 Cuando la situación superó lo meramente local, siendo miles los interesados en acceder al living donde se hallaba la figura, Blas decidió que había llegado el momento de la rentabilidad.
 Creó la extraoficialmente denominada Fundación de la Sacra Contemplación, a la que había que donar el importe de un bono para contribuir al sustento de la obra.
 El mismo variaba de acuerdo a la calidad de la ropa del adquirente, su arribo en auto o en remis,  si al hablar pronunciaba o no las eses finales y otros diversos factores de calificación.
 Los equipos de camarógrafos, a su vez, debían negociar otra tarifa.
 En pocos días, el emprendedor vecino renovó su unidad para fletes; también convino con un odontólogo aplicarse los más caros implantes, para paliar el deterioro de su dentadura con recursos de excelencia.
 Don José, solo disponía de tranquilidad a la madrugada, cuando el paraguayo tenía que dormir y no se permitían visitas a lo que se había convertido en un santuario.
 Fue en uno de esos momentos de soledad, cuando el anciano vasco se levantó de su lecho y recordando como hachaba troncos en su Guipúzcoa natal, destruyó la efigie de jardín mediante certeros impactos de su hacha de mano.
 Pensó que había recobrado el vigor de su juventud, antes de caer exangüe sobre un sillón que se hallaba próximo.
 Su vecino, al escuchar los golpes, ingresó presuroso vestido con pijama, al domicilio del Sr. Azorreguichea -ya tenía llave del mismo- y halló al hombre con el filoso instrumento caído a sus pies.
 -¿Por qué lo hizo, viejo podrido?..., le gritó furibundo, para de inmediato, percibir que le estaba hablando a un muerto.
 Con espanto, giró la vista hacia lo que quedaba del enano...
 Esparcidos en un charco de sangre..., los trozos de basto material semejaban inconcebibles restos orgánicos.
 Ante lo que presenciaban sus ojos, el fletero Blas se alejó corriendo mientras profería destempladas expresiones en guaraní, referidas a un tal Añá...
 La puerta de la vivienda quedó abierta.
 Algunos de los que dormían en la calle para ser de los primeros en ser admitidos, comenzaron a ingresar tímidamente. Evidenciaron cierta confusión en sus expectativas, al encontrar en el interior del santuario, un anciano muerto y un enano de jardín destruido.
 A los pies del viejo, un hacha ensangrentada parecía refulgir extrañamente...

                                                               FIN








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