viernes, 5 de abril de 2013

CAMINOS VECINALES

 ¿Había algo peor que quedarse detenido en la ruta por un desperfecto mecánico?..., pensó.
 Su auto, rompió la correa de transmisión.
 Nunca se sabe en que estado se encuentra cuando se compra un vehículo usado..., agregó a sus pensamientos, como para reconfortarse con que no hubo torpeza de su parte.
 Pero hallarse sin acompañante, en un solitario camino vecinal de Santiago del Estero a las tres de la mañana, le resultaba particularmente inquietante.
 Maldijo su propensión a conducir de noche, con la idea de que se anda más tranquilo.
 Normalmente, hubiera llegado al pueblo a las cinco y treinta, la hora en que lo esperaban, realizaba la tarea de agrimensura encargada y se volvía sin problemas a Santiago Capital, ciudad donde vivía, para entregarse a un sueñito reparador y todo ok.
 Un sonido raramente sibilante, como ahuecado, interrumpió su evocación de lo que ya no podría ser.
 Observó los alrededores con prevención, iluminándose con una linterna.
 Nada.
 Solo lo rodeaba un campo que parecía bien surtido de agua, a pesar de la oscuridad reinante. Recordó que era zona de aguas surgentes.
 Se tranquilizó y consideró sus posibilidades.
 Su celular no tenía señal.
 Solo le quedaba esperar que amaneciera y pasara algún vehículo, a cuyos ocupantes pudiera solicitar ayuda.
 Decidió quedarse en el auto hasta que llegara la claridad. Por suerte-consideró-la noche era templada.
 Se propuso en el futuro ser más detallista: creyó llevar una correa de repuesto, pero no fue así.
 Aseguró las puertas e intentó dormir algo, luego de reclinar el asiento del conductor.
 Al poco tiempo, estimó que no conciliaría el sueño; se hallaba demasiado tensionado por la situación.
 Aceptó íntimamente que tenía miedo.
 No exactamente a ser víctima de robo, ataque de borrachos o de narcos nocturnos que no deben dejar testigos. Analizado objetivamente, todo esto le parecía altamente improbable.
 Sentía miedo a la penumbrosa soledad que lo rodeaba, como si los temores infantiles, primordiales, volvieran a instalarse en su psiquis.
 Ciertas historias referidas en el ámbito familiar, en la escuela, en el barrio, parecían adoptar vigencia al aflorar su recuerdo nebuloso, cargado de algo impreciso pero intimidante.
 Quiso desechar estas imágenes mentales ominosas, referenciando para si mismo, que se trataba de un agrimensor suficientemente calificado a pesar de su juventud, con una novia tucumana a la que adoraba y con quién pensaba casarse próximamente.
 Sintió que pensar en Carla le hacía bien , lo reconfortaba.
 Observó las fotos que tenía de ella en el smartphone. Algunas, le provocaron una incipiente erección.
 Pero el sonido sibilante, escuchado nuevamente, interrumpió toda posibilidad de desarrollo completo de la misma: esta vez, lo escuchó dentro de su vehículo.
 Encendió la luz interior, pero no distinguió nada inhabitual.
 Con aprensión, salió al exterior iluminando el entorno con la linterna.
 Vio una liebre fugazmente encandilada, que pudo brincar y perderse entre las matas.
 Nada que pudiera justificar el sonido perturbador escuchado en dos ocasiones.
 Estimó que el mismo poseía una configuración extraña para el oído, al menos el humano; parecía que el sonido reptara.
 Reflexionó en que su aparición, remitía a una sonoridad como con inteligencia propia, que se desplazaba y replegaba en aras de un propósito indiscernible.
 Por más que fuera sibilante, no le recordaba al de las serpientes que conocía de la televisión y de la vida real: no parecía que su origen fuera biológico.
 Tomó conciencia de que una extendida sensación de malestar, definía peligrosamente su estado anímico.
 La fm del auto, que sintonizó en una estación de rock, no le proporcionaba ningún solaz; tampoco las otras emisoras que recorrió digitalmente.
 Su música favorita, contenida en el pendrive, tampoco le resultó una opción válida para disminuir su angustia.
 De todos modos, eligió un combo de temas bailables disfrutado en un reciente cumpleaños, para que sonara al máximo volumen que proporcionaba el equipo.
 Esperaba que el sonido fuera una barrera contra el miedo, como ocurría en su niñez..., pero en este caso, su inquietud era provocada por otro sonido, que se hizo oír de improviso tapando la estruendosa música.
 El agrimensor, se sintió inmerso en un absoluto desamparo.
 Otra vez, su memoria lo retrotraía a la infancia.
 En la primaria, durante una excursión en la que se alejó momentáneamente de sus compañeros, comenzó a correr embargado de terror por haber visto lo que los mayores denominaron un "espanto".
 Y ahora volvía a verlo después de más de veinte años, en esta oportunidad, acompañado de sonido.
 Se trataba de una cosa informe, que quizás no respondía a las características que supone una "cosa". Podía no serlo; ser algo así como una conjunción de energías podridas..., que parecían buscarlo.
 Esta impresión se desplegó en su mente durante fracción de segundo, antes de que como creyente que era-devoto de la Virgen del Valle-se hincara para rezar.
 Pero no pudo...
 Con horror, descubrió que el sonido emanaba de su boca; que sus cuerdas vocales solo emitían esa sonoridad atroz.
 Lentamente, con su voluntad como contraída, se incorporó para seguir al "espanto" hacia el interior del campo.
 Me interfirieron..., pensó, mientras parecía movilizarse atraído por un inefable magnetismo.
 El mismo que lo "guiaba" hacia un claro de trigales achatados concentricamente, que parecían integrar un diseño que no podía interpretar.
 Quiso decir, Carla..., en voz alta, pero solo emitió el sonido sibilante ajeno a la especie, viendo como ingresaba a un laberinto de senderos vegetales, que parecían escindidos de lo que se entiende por realidad.
 Consideró que todo podía ser un sueño pesadillesco..., pero de ser así, la idea de retornar a la vigilia le parecía remota, más precisamente, imposible.

                                                           FIN










 









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