jueves, 18 de abril de 2013

FUERA DE QUICIO

 Ascendió al colectivo en la parada de Bernardo de Irigoyen e Independencia.
 Se sentó en el último asiento libre que quedaba.
 Probablemente, la apostura de este hombre motivaba la atención de los demás pasajeros, incluso la de los jóvenes, con sus auriculares colocados que los aislaban del entorno.
 Levemente canoso, peinado con una mezcla de esmero y onda casual, la tez bronceada de un modo que podría sembrar dudas entre cama solar o jornadas náuticas en el Mediterráneo, vestía un ambo que si no lo había diseñado Armani, lo hizo el confeccionista que se quedó con los moldes..., aunque dada la prestancia del individuo-con zapatos de ante y corbata de inequívoca seda natural, al tono del atuendo-era difícil presumir que comprara productos que no fueran auténticos.
 En su diestra, un attaché portanotboock genuine leather, parecía grabar la impronta de un ejecutivo o empresario de primera línea.
 No empleó la tarjeta SUBE sino monedas, dando a entender que no era usual que recurriera al transporte público.
 Al desprenderse el saco, alguien pudo advertir el monograma bordado sobre la camisa de voile, que transparentaba discretamente el trabajado tórax del individuo; también se podían discernir los gemelos esmaltados, prendidos a los dobles puños, que asomaban del modo establecido por los más estrictos cánones de la elegancia tradicional.
 Los efluvios de un perfume varonil, inequívocamente masculino de tipo black, se esparcieron por el interior del vehículo.
 Resultaba difícil de entender porque un sujeto de estas características, no viajaba en un auto de alta gama o al menos en un taxi.
 ¿Este tipo en un bondi?..., puede haber sido un pensamiento generalizado en el pasaje.
 Cuando habló mediante un delgado celular en un inglés impecable, de sonoridad shakespeareana, quizás entre los demás  se desarrolló un íntimo asombro.
 El colectivo recogió nuevos pasajeros que viajaron parados, mientras el tránsito se adensaba al acercarse a la zona más céntrica y el transporte circulaba a paso de hombre.
 No transcurrieron cinco minutos desde su ascenso, cuando el sujeto exquisitamente atildado, pronunció con un vozarrón estentóreo:
 -¡Azcabuchi!...
 Nada más.
 Los pasajeros se miraban entre ellos estupefactos; el chofer, lo hacía a través del espejo retrovisor. Se había  generado como una alianza entre desconocidos para compartir, si se quiere graciosamente, la sorpresa y el desconcierto.
Era atinado pensar que se trataba de un loco, que profería vocablos que solo poseían sentido para él; los jóvenes dejaron de ocuparse de sus dispositivos electrónicos, para estar atentos ante una nueva expresión del gentleman.
 Este se mostraba impertérrito, sin distender ni un músculo de su rostro.
 En algunos, comenzaron a asomar tímidas sonrisas, que a medida que se desarrollaba el recorrido sin otros incidentes, fueron desapareciendo.
 Pero cuando se repitió:
 -¡Azcabuchi!..., con voz ronca y destemplada, fueron muchos los que se tentaron y hacían esfuerzos denodados para no estallar en carcajadas, dado que la faz de ese gentleman, se mantenía tan impasible como la de un avezado jugador de póker.
 El asombroso dandy se hallaba sentado en un asiento doble, del lado del pasillo. Su acompañante, un hombre de mediana edad y aspecto delicado, daba la impresión de querer levantarse, pero era dable suponer que le incomodaba solicitarle permiso al otro, quizás hasta le provocaba cierto temor: el que se siente ante la locura, ante un orden ajeno, contra el que la comunicación consabida se estrella y estalla con consecuencias imprevisibles.
 Una joven que portaba textos de psicología, le comentó a su ocasional compañera de asiento, que podría tratarse de un tic o una compulsión irrefrenable; la mujer asintió, lagrimeando por la risa contenida.
 Nuevamente, a las pocas cuadras, se escuchó:
 -¡Azcabuchi!...
 En esta oportunidad, un gracioso muchacho de aspecto informal, le contestó con un rotundo:
 -¡Azcabuchi!..., desde la parte posterior, entre abiertas risotadas que contagiaron al resto de los pasajeros y al chofer.
 El presunto ejecutivo de aspecto impecable se levantó de su asiento, dejando sobre el mismo el attaché-portanotboock.
 Mediante un par de pasos, se ubicó junto al joven que emitió la burla.
 Su rostro pareció congestionarse, como mutando hacia una máscara contraída y horrenda.
 Aferró el cuello del muchacho con ambas manos y comenzó a apretarlo.
 El joven se revolvía impotente ante una fuerza superior, gritando:
 -¡Auxilio!...¡Me mata!..., mientras su agresor exclamaba:
 -¡Azcabuchi es mio!...¡Mio!...¡Solo mio!...
 Los presentes prorrumpieron en gritos desaforados, mientras el chofer frenaba el vehículo, su rostro absorto   mirando por el espejo.
 Un hilo de sangre, serpenteaba desde la boca de la víctima del ataque, que había caído al piso y se hallaba en apariencia inerte.
 -¡Lo mató!...¡Lo mató!..., gritaba una mujer, entre horrorizada y temerosa, queriendo abrir desesperada la salida de emergencia.
 Seguramente, si alguien pensó en que todo era una cámara oculta, una jodita para Tinelli, cesó en su suposición de inmediato. La situación poseía un absurdo dramatismo, que en su inmediatez, se imponía a toda especulación.
 Los pocos que parecieron estar dispuestos a enfrentar al dueño de Azcabuchi, desistieron al ver ese semblante demudado, que provocaba pavor.
 Pero cuando parecía que la situación se desbordaba hacia extremos imprevisibles, agresor y agredido, distendieron sus rostros al unísono, evidenciando una amplia sonrisa.
 La joven "víctima", limpiando con un pañuelo las huellas rojas que le dejó la pastilla de ketchup masticada.
 El atildado ejecutivo y "victimario", alisando su traje de óptimo corte.
 Se tomaron de la mano-ante la perplejidad y el silencio de los pasajeros y del chofer-y saludaron con una reverencia.
 -Estimado público...
 Esta es otra realización del Teatro Nacional Ambulante, que convierte el drama en comedia en un abrir y cerrar de ojos.
 ¡Las dos carátulas a la vista!...¡El bifronte monstruo humano evidenciado!...
 El más joven-que era quién hablaba-extrajo de su mochila una efigie bifásica.
 -Las dos carátulas..., prosiguió, el llanto y la risa...
 El horror y la distensión...,nosotros dispensamos emociones.
 Luego de esta alocución, el otro tomó la palabra:
 -Esto es teatro; o sea, mentira, pero si el espectador no sabe que es teatro, la mentira se torna tan conmovedora y legitima como la verdad.
 Ese es nuestro propósito.
 Lograr que cuando finaliza la función teatral, Vds. los espectadores, respiren aliviados.
 -¡Y se caguen de risa!...
 Dijo el más joven, predicando con el ejemplo, o sea, emitiendo mediante algún dispositivo oculto, sonido de pedorreo.
 El "ejecutivo",  prorrumpió en carcajadas que parecían genuinas, antes de retomar su discurso.
 -De ahora en más, cuando Vds. suban a un colectivo, piensen que se puede abrir un mundo de emociones que incinere sus rutinas.
 Eso es lo que hacemos:
 ¡Teatro extraterritorial!...
 Nos alejamos del consabido territorio de la escena, delimitado por los límites ambientales, para instalarnos en la vida cotidiana, enriqueciéndola..., al dejarla fuera de quicio.
 Los actores, eran los únicos que hablaban en el colectivo, detenido en el medio de la calle, generando un sinfín de bocinazos y puteadas de los automovilistas trabados en su marcha.
 -Ahora mi compañero-continuó-va a pasar la gorra para obtener una amable colaboración de todos Vds., a voluntad...
 Comenzaron a escucharse sirenas policiales,debido al caos vehicular producido; fue en ese momento, que los versátiles interpretes de obras innominadas y carentes de libreto, dieron por terminada su función, obligando al conductor a abrir la puerta bajo la amenaza de algo parecido a una pistola. El hombre, carecía de interés en averiguar si lo era y abrió las puertas.
 Se alejaron corriendo a los gritos de:
 -¡El colectivo está por estallar!...¡Hay un explosivo adentro!..., sembrando la confusión entre peatones e incrementando el desquicio, lo que resultaba parte de la acción artística que ejecutaban.
 Perdidos entre el gentío y luego resguardados con tranquilidad, en uno de los pocos pasajes céntricos cubiertos de circulación pública, el más joven le dijo al otro:
 -A veces pienso que esto que hacemos es al pedo; nunca conseguimos recaudar nada con la gorra.
 -No pierdas la fe..., le respondió el de saco y corbata, el camino más alto es el más desierto. Lo que pasa es que siempre tenemos que rajar, porque está la cana cerca y no nos vamos a exponer por escándalo en la vía pública o algo así.
 Fue en este momento, que el dialogo adoptó una tensión inusitada.
 -Eso está bien para vos, que sos el chongo de un marica rico que te banca todo, incluyendo tus experimentos teatrales, pero no es mi caso.
 Yo necesito comer todos los días, pagar el alquiler de la pieza, fumar tabaco y a veces algún porro.
 Agreguemos la birra, el fernet, la pilcha, los gastos emergentes por alguna mina o por lo que sea.
 Yo tengo que cobrar un cachet fijo.
  Las carcajadas del pseudo-ejecutivo, llamaron la atención de los escasos transeúntes que circulaban por el pasaje cubierto.
 -¿Y cuanto pretendés?...
 ¿Estás sindicalizado en la Asociación Argentina de Actores?...¿Querés que consulte a Luis Brandoni?...¿Querés establecer relación de dependencia?...
 Su risa prosiguió desbocada, pero se interrumpió bruscamente por el impecable directo a la mandíbula, que le propinó el más joven.
 El hombre de traje acusó el impacto:
 Se fue derrumbando lentamente con la espalda apoyada contra la pared del pasillo.
 Antes de desvanecerse, recordó que el muchacho era boxeador aficionado; le pareció que de los buenos.
 El joven no tardó en hacerse de la billetera y el celular del caído, antes de emprender rauda fuga.

 El que aparentaba ser un ejecutivo no tardó en reaccionar, en volver en sí, ya rodeado por tres efectivos policiales.
 -¿Está bien, Sr.?..., le preguntaron casi al unísono.
 Asintió con un gesto, mientras comprobaba que su dentadura no había sufrido daños.
 -No lo pudimos agarrar; nos avisaron cuando ya se había escapado.
 ¿Quiere radicar la denuncia?..., le preguntó el de mayor rango.
 -No podría..., dijo el hombre que fue robado con violencia, incorporándose.
 Al escuchar su respuesta, los policías lo observaron con curiosidad.
 -¿Como puedo denunciar las consecuencias imprevisibles de una acción teatral de índole no convencional?...
 ¿Como efectuar un reclamo porque teatro y realidad se fundieron en su connubio sustancial?...
 La vida es teatro, estimados uniformados, mientras que el teatro es la apropiación de su índole específica para representarla como espectáculo; como espejo no acotado por un marco..., como si su reflejo fuera infinito.
 Pero también es desequilibrio, como la fragilidad de la carne que nos contiene, como esos deseos de huir de la función, para de todos modos, volver a ella.
 Ante el estupor de los policías, recitó a Calderón de la Barca, el de El gran teatro del mundo:
 -Hombres que salís al suelo por una cuna de hielo y por un sepulcro entráis, ved como representáis...
 Intentó retirarse, pero a esta altura de los acontecimientos, los miembros de la fuerza pública se lo impidieron de buena manera, mientras esperaban la ambulancia de asistencia psiquiátrica que solicitaron por handy.


                                                                     FIN


















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