lunes, 29 de abril de 2013

ENTRE NOSOTROS

 Era usual que se levantara una vez por noche para orinar, dirigiéndose al baño alumbrado por una linterna que empleaba a los fines de no despertar a su mujer, ni desvelarse él mismo.
 Nada de patológico en el hecho, nada de insomnio, nada de indiscernible emotividad.
 Simplemente..., de modo como automatizado, entre las cuatro y las cuatro y media de la madrugada cumplía con esa necesidad fisiológica, en toda estación, desde hacía un par de décadas.
 De ingerir más bebida de lo acostumbrado, ya sea en la cena en su casa o en una reunión social, quizás se levantaba dos veces en la noche.
 Luego de la micción, se acostaba y se dormía inmediatamente, para reanudar un sueño que solía ser plácido y reparador.
 Como no recordaba haber padecido pesadillas desde su lejana infancia, la presencia -a la luz de la linterna- de un hombre desnudo sentado sobre su inodoro, con los característicos ojos abiertos de quienes no verán nunca más, le provocó tal impresión, que la linterna se cayó de su mano y quedó iluminando el zócalo cercano a la bañera.
 Cuando luego de unos segundos, se recuperó de la conmoción paralizante que lo afectó y que parecía haberlo dejado sin habla, intentó encender la luz.
 Con desesperación, se percató de que el suministro de energía eléctrica se hallaba interrumpido. Emitió un alarido destemplado, de atroz sonoridad en el silencio de la madrugada.
 Su mujer se halló rápidamente a su lado, en el momento en el que se reanudaba el servicio, preguntándole con perceptible angustia que ocurría.
 Con incredulidad, su marido vio que no había nadie sentado sobre el w.c.
 -Tuviste una pesadilla...
 Le dijo su esposa mientras accionaba la descarga del artefacto, dado que el olor fecal resultaba insoportable.
 No le contestó, pero alcanzó a distinguir una copiosa deposición ajena que tomaba el camino de las cloacas.
 -Comiste algo que te cayó mal..., le comentó ella, mientras abandonaba el baño con celeridad.
 Él no le respondió; se sentó en un sillón del living, agobiado.
 Pensó que desde ahora, su sueño ya no resultaría apacible, solo interrumpido inocuamente por la micción consabida: el hombre que defecó en su inodoro, se parecía demasiado a él, a la imagen que le devolvía el espejo de pared ante el que se hallaba.


                                                               FIN


  

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