martes, 9 de abril de 2013

EL CHORRO DEL ARTE

 Harold Stermann, neoyorquino nacido en 1885, individuo de turbio pasado y futuro incierto, concurrió a la exposición celebrada en la Sociedad de Artistas Independientes, con el solo propósito de hallar un sitio donde mear.
 En ese año de 1917, Harold -de ascendencia austríaca- simpatizaba plenamente con las Potencias Centrales en el conflicto bélico que destruía a Europa, a la vez que abominaba de la participación de su país a favor de la Entente.
 En plena reflexión mientras caminaba, sobre el rumbo que podría llegar a tomar la contienda, así como sobre el modo de conseguir dinero para pagar sus deudas de póker, trataba de no pensar en la inmediatez con que necesitaba saciar la plenitud de su vejiga. Cuando observó el edificio en el que se celebraba el evento de vanguardia, no dudo en ingresar a los fines de acceder al toilette.
 Perdido entre las obras expuestas, sin poseer conocimientos importantes sobre artes plásticas, Stermann no hallaba ninguna indicación respecto a donde estaba ubicado el baño.
 Cuando lo vio...
 Relegado a un área periférica de la sala en la que se exhibían obras de más de mil artistas, un mingitorio se ofrecía a su vista, con la promesa del alivio a su tormento.
 A pesar de sus carencias en cuanto a apreciación estética, Stermann interpretó que se trataba de una obra de arte por el solo hecho de haberse disfuncionado de su empleo utilitario.
 Observó que poco público se detenía ante la pieza denominada Fountain, firmada por R. Mutt.
 Incluso, escuchó algunos comentarios referidos al gusto asqueroso y a la desviación del sentido de las bellas artes.
 Rápidamente, Harold Stermann, decidió incluirse en la historia del arte, fisiológica y conceptualmente.
 Se desabrochó la bragueta y lanzó un chorro de orina, potente y ambarino, sobre el artefacto inclinado a 90º de su posición normal de uso, lo que esparció su meada sobre el parquet de la sala.
 Un par de robustos guardias se abalanzaron sobre el meador artístico, pero manifestaron cierta prudencia, cierto temor a interrumpir el chorro que iba a la Fountain.
 Recién después que sacudió su miembro y lo guardó decorosamente, riéndose mientras gritaba:
 -¡Orino al mundo con mi carcajada!..., Stermann comenzó a recibir sopapos de discreta eficacia, para terminar virtualmente arrojado a patadas a la vía pública de Nueva York.
 Antes de adoptar un rumbo impreciso en la caminata próxima a emprender, les gritó a los de adentro:
 -¡Esa obra de arte dejó de ser individual para integrarse a la alta simbiosis, la del que crea lo inerte aunque sea por un simple traslado y el que le otorga la humana vivacidad, aunque sea meándola!...
 Por otra parte:
 ¡Me cago en el artista que no tuvo pelotas para exponer un water closet, porque si lo exponía se lo llenaba de soretes!...
 Estas expresiones, pronunciadas de modo altisonante, fueron escuchadas por Duchamp -el autor de la obra que firmó con seudónimo- así como por su amigo Arensberg, quienes posteriormente renunciaron a sus cargos en la Junta de Admisión de la Sociedad de Artistas Independientes.
 Dicha decisión, fue motivada en buena medida porque lo corrieron a Harold Stermann sin poder alcanzarlo, dado que el susodicho, luego de una errática caminata abordó un tranvía que lo alejó de la zona.
 Duchamp y Arensberg consideraron que ese desconocido, con su acto desacralizador e impío, era aún más dadaísta que ellos y el verdadero fundador del arte conceptual.
 Luego de ser fotografiado por Alfred Stieglitz en la celebre Galería 291, el urinario desapareció misteriosamente.
 De modo simultáneo a dicho suceso, Harold Stermann abandonó los lugares que solía frecuentar y fue absorbido por la bruma del olvido; posiblemente, luego de ser lesionado por no poder pagar deudas de juego contraídas o quizás por problemas ocasionados por su franco apego al bourbon.
 Alguién dijo que se convirtió en un homeless, que revolvía un basural buscando hipotéticas obras de arte entre latas de conserva abolladas, papeles de diarios, detritus humanos emanados de la cloaca cercana, trozos de sanitarios desechados...
 Marcel Duchamp y Arensberg nunca conocieron la identidad de ese individuo, espontáneo y primigenio performer, proto-artista conceptual que se atrevía a trastornar la concepción plástica ajena, ya de por si producto del trastorno que ocasionaba el cambio de una época en la naturaleza del arte, que de ahora en más, estaba habilitado para acceder a los deslumbres orgánicos, incluso fetales.


                                                                         FIN


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