viernes, 8 de octubre de 2010

Me resulta grato...

que le hayan otorgado el Nobel a Vargas Llosa; entiendo que es un merecido reconocimiento a su obra de escritor, pero por otra parte, indica que la Academia Sueca, al menos en este caso, abandonó esa mirada miope-o mas bien estrábica- tan en boga en esta época, que solo le otorga legitimidad a lo que ingresa en los parámetros encorsetados,  de cierta vertiente ideológica  que podríamos esquematicamente denominar como de izquierda . Agrego que justamente el esquematismo, es lo que caracteriza esta visión.
Por lo demás, en lo personal, me viene a la memoria esa formidable novela Conversación en la Catedral, que creo haberla leído editada por Seix Barral en dos tomos y que sin ser de lo mas difundido del autor, resulta medular en sus indagaciones esenciales, así en lo ficcional como en lo filosófico.
Al margen de lo anterior,les presento una pieza de narrativa breve ambientada en tiempos prehistòricos, aunque quizás hallemos en la misma constantes de comportamiento humano que nos hagan parecer al Neolítico menos remoto.
Con Vds...


                                  EL INVENTOR ATÁVICO


El clima poseía una gelidez difícil de concebir, como podría ser respirar el aire prístino de miles de años atrás.
El hombre, consideró que los dos troncos finos que se hallaban a su vista, podrían servir para transportar el pesado animal recién cazado a la caverna distante.
¿Como?...
Trozando la carne con los cuchillos de pedernal, envolviéndola en la propia piel y cosiéndola: él y los suyos sabían coser con agujas de hueso. Finalmente, atarían el pellejo a los troncos con hilos hechos con tendones animales; luego tirarían de un extremo de ellos-uno de cada tronco, dado que eran dos los individuos-y el transporte adquiriría significativamente una mayor comodidad. Al ir creando los extremos sueltos surcos sobre el suelo arenoso, el desplazamiento resultaría menos arduo.
El otro siguió sus instrucciones asombrado, con miedo a la novedad.
Funcionó.
Se habían inventado las angarillas, en el albor de los tiempos humanos.
Los vigías de la caverna le avisaron al chamán-jefe de la llegada de los cazadores, mucho tiempo antes del arribo de los mismos al reducido núcleo tribal.
Las flechas con puntas de sílex, los derribaron cuando el chamán dio la orden.
El inventor atávico, quedo con una sonrisa desfigurada en sus labios.
Su compañero, con la mueca de terror que lo acompañó durante todo el trayecto.
El jefe, ordenó que se descargara la carne del animal.
Se colocaron en las angarillas los restos inertes de los peligrosos individuos que las habían inventado.
Partieron en cortejo rumbo al Poniente.
Los cadáveres fueron teñidos de ocre sagrado-no dejaban de ser miembros del clan-y abandonados cubiertos de lajas.
Regresaron a la caverna, con el jefe cómodamente ubicado sobre las angarillas que arrastraban varios hombres.
Dado que la capacidad de innovar solo era atribuible al ejercicio del poder, pensó que iba a agregarle algo al artefacto...
Hoy, podríamos denominarlo asiento.

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