martes, 19 de octubre de 2010

El tema de la inseguridad...

¿Puede que afecte hasta a los muertos?..., les recomiendo la siguiente pieza de narrativa breve que integra el libro...
Disculpen, pasé al siguiente renglón porque el término codicia se encendió en mi cerebro como si fuera un tag en leds de alta intensidad, pero no al estilo Madof, de guantes blancos, al estilo mas rústico, de manos rojas, empapadas en la sustancia viscosa que brota de nuestros cuerpitos cuando se abren. Hoy, por estos lares, se lo menciona poco en su acepción mas primaria, como si resultara ofensivo para los victimarios y les restara el manto tutelar de la conprensìón garantista.
Bueno, estimados y estimadas, ojos a las letras...


                                      ORIENTACIÓN VOCACIONAL

Vivía solo, sin portero ni vecinos (parafraseando al tango).
La muerte súbita lo sorprendió intentando incorporarse en la cama; allí se quedó, con los ojos muy abiertos.
Los muchachos vivían a dos cuadras y habían realizado tareas de albañilería en la casa.
Se guardaron una llave.
Sospechaban que ese fin de semana el hombre no estaría.
Una ratería de poca monta: se llevarían electrodomésticos, ropa... y revolverían todo por si hubiera guita.
Parecía que la situación se desarrollaba de acuerdo a sus planes, pero la linterna de uno de ellos iluminó al tipo sentado en la cama mirándolo fijo, con ojos de terror.
Lo había reconocido.
Comenzó a golpearlo con fruición con la barreta que llevaba por si había que forzar algo.
 -¡Pará!...¡Pará!..., le decía el otro joven.
La luz de la linterna mostraba un escenario  horrible: el sujeto estaba en la cama inmerso en un charco de sangre, la cabeza abierta por los golpes.
-¡Lo mataste, pedazo de idiota, ahora sos un asesino!..., yo me voy, seguí solo.
-Es que me reconoció.
-Seguí solo.
-Vos no vas a ninguna parte.
A pesar de la oscuridad, los golpes resultaron certeros.
Encendió la luz: dos muertos.
El miserable botín que podía llevarse de ese lugar casi le provocaba arcadas.
Se había convertido en un asesino por nada.
Lavó los rastros de sangre de su ropa, se compuso el peinado y con los pocos pesos que halló, incluso en los bolsillos del que fue su socio, pensó en comprar un pasaje a Tucumán.
Se sorprendió ante la frialdad con la que planeaba los pasos a seguir.
Sintió cierto regocijo, al reconocer el aflorar de una vocación hasta el momento no definida claramente.
Debía conseguir un arma de fuego...
El futuro podría resultar promisorio.
Cerró la puerta con llave-de la que se deshizo rápidamente-y se alejó silbando bajito en la madrugada suburbana.

                                          FIN

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