domingo, 14 de julio de 2013

LEVI II

 Allí quedó Levi..., quién levitó, como triste recordatorio de que la gracia divina puede ocasionar efectos no deseados.
 Incrustado en el techo de su dormitorio..., víctima de una ascensión descontrolada y feroz.
 Los faldones de su negra levita agitados por soplos mínimos, por corrientes de aire de exigua entidad.
 Su mujer, no fue testigo del portento sino del resultado. De inmediato, solicitó la presencia del rabino de su comunidad.

 El Rebe Mordejai se mesaba sus luengas barbas.
 Le costaba descifrar talmudicamente, porqué ese hombre piadoso que cumplía con rigor los preceptos de la Mishná, accedió al increíble don divino de infringir la ley de gravedad, para perder la vertical y estrellarse horizontalmente contra el techo.
 Con los brazos y las piernas extendidas, como si hubiera querido abrazar la inabarcable creación.
 A pesar del llanto de la viuda que no soportaba la atroz imagen, el rabino pudo cavilar hasta distinguir un matiz tan sutil en su pensamiento, que incluso, le pareció ilusorio.
 D-os le proporcionó una forma de elevarse que no le concernía a la especie, solo a los ángeles y porque poseen alas, por lo que también quiso enseñarle los límites de ese privilegio.
 Por supuesto, consideró, mediante esas ejemplificaciones terriblemente enfáticas a las que la divinidad nos tiene acostumbrados.
 De todos modos, lo acuciante, era como proceder con un cadáver que atravesó el cielo raso para quedar empotrado en el techo, como si se tratara de una extraña escultura putrescible.
 Tirando de sus blancas barbas con mayor intensidad, casi haciendo descender su cabeza como durante la cadencia del rezo, el rabino interpretó que ante ese cuadro, resultaba virtualmente imposible deslindar la responsabilidad del Altísimo en el trágico suceso.
 Enfrentado a motivaciones de índole inefable, que exponían la nulidad de las exégesis para iluminar los planes del eternamente alabado, asumió sumisamente su ignorancia expresándola con desolación.
 Comenzó a lamentarse con rítmicas exclamaciones, que sonaban como ¡Oi!...¡Oi!...¡Oi!..., ante el estupor de la viuda del que levitó, la viuda de Levi, quién esperaba una respuesta mas acorde a las circunstancias, que esa melopea que conocía de sobra de cuando a su marido le iban mal los negocios.

                                                                    FIN

      

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