jueves, 11 de julio de 2013

LA HORA DE LA VIRTUD

 Llegó al curso en horario.
 Como individuo metódico que era, consideraba a la puntualidad como una manifestación de la virtud.
 O como un deber.
 Quizás como ambas formulaciones a la vez, dado que entendía que las dos se acoplaban en el mandato.
 El que indicaba llevar una vida de virtud, una conducta que dirija nuestras decisiones hacia la corrección en el proceder, impidiendo que el mismo lesione a los otros y orientándolo hacia el bien común.
 La puntualidad era parte intrínseca de ese proceder:
 Era inconcebible que el virtuoso sea impuntual; sería una aberración del comportamiento que implicaría molestar al otro, causarle daño, penuria, hastío...
 Todo lo contrario a lo que debe generar el virtuoso en su relación con los otros, o sea el encomio, el deseo de igualar en la virtud a quién ejemplifica ese camino.
 Imbuido de estos pensamientos, reconfortado por ellos, pulsó el timbre de la modesta casa suburbana a las 18hs., exactamente, la hora concertada.
 ¡Paff!...
 El cachetazo que le aplicaron con una mano acolchada de payaso, lo hizo estremecer.
 Gajes del oficio..., pensó, mientras ingresaba al interior de la vivienda colocándose la nariz roja de plástico.
 Su curso de clown daba comienzo.

                                                               FIN


   

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