miércoles, 6 de marzo de 2013

CELOS MERECEN...

 Sin duda, sufría el embate de los celos como una pulsión enfermiza.
 Sabía que en su caso, ya no eran ninguna manifestación de amor; más aún, quizás la odiara a ella por hacerlo padecer de ese modo, por sumirlo en una zozobra que lo agobiaba con insistencia.
 Incluso, le impedía trabajar con tranquilidad, ganar el sustento de ambos con el sosiego necesario.
 Debido a ello, por más que su contracción al trabajo era proverbial, solicitó permiso para retirarse de la tornería antes de finalizar su turno, aduciendo que debía efectuar trámites.
 Su jefe no opuso ningún reparo, debido al presentismo ejemplar que el hombre demostraba en su empleo.


 Ingresó al domicilio conyugal con sigilo-como el suponía que lo hacía el pata e'lana de su imaginación-para poder sorprenderla en plena acción con el supuesto amante; manteniendo una conversación telefónica secreta o caso contrario, serenarse al hallarla en una situación neutra.
 Parecía que no estaba presente-lo que le provocó una punzada de angustia-pero escuchando con atención, percibió ciertos gemidos ahogados provenientes del dormitorio.
 Aferrando un cuchillo de cocina en su diestra, se dispuso a ingresar a la habitación para matarlos a ambos, casi con el oscuro alivio de saber que sus sospechas estaban confirmadas.
 Con la mente como bloqueada por una película roja, que le impedía evaluar las consecuencias de su inmediato proceder, irrumpió con brusquedad en el cuarto.
 La vio a ella desnuda, las piernas abiertas y flexionadas, los pezones erectos y la boca emitiendo jadeos de goce, mientras aferraba el miembro que entraba y salía de su vagina, acompasadamente.
 Al verlo, los ojos de la mujer se desorbitaron en un gesto de horror.
 No pudo defenderse del cuchillo empleado con violencia extrema, solo emitir aullidos de dolor y desesperación.
 La sangre salpicaba las sábanas y las paredes, empapando a víctima y victimario.
 Entre gritos desgarradores, la mujer balbuceó: Pensaba en vos...
 -Puta traidora, querés salvarte..., fue la respuesta masculina.
 Cuando agotó su furor en aplicar puñaladas, decidió ocuparse del otro, que yacía inerte sobre la cama: un consolador símil-piel.
 Lo llevó hasta la parrilla y luego de rociarlo con alcohol, le arrojó un fósforo.
 En eso estaba cuando lo detuvo la policía, que tras violentar la puerta con el ariete, se hizo presente debido a las llamadas de los vecinos, alarmados por los gritos.


 Mientras lo retiraban del lugar del hecho protegiéndolo de los intentos de linchamiento del vecindario, el hombre-en la penumbra que le proporcionaba el rostro cubierto por una campera-comenzó a llorar desconsoladamente, mientras musitaba:
 -Yo te di un hogar...Como pudiste engañarme con ese...


                                                                      FIN
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario