sábado, 23 de marzo de 2013

LA SOLEDAD DEL REMERO

 Consideraba que en ocasiones, se le hacía pesado, por eso lo predisponían mal los obesos.
 Quizás los años disminuyeron sus fuerzas o al menos, debía dosificarlas con prudencia, para no finalizar el día extenuado.
 La embarcación, era un rústico bote con asientos de madera, siendo él, capitán y único remero.
 Si hay dos en un bote, uno debe ser capitán..., era una máxima náutica de vieja data que él acataba plenamente.
 Entendía que podía parecer ridículo, sentir orgullo por comandar una barca tosca y primitiva, pero sabía que su tarea distaba de ser rudimentaria:
 Cruzar el Riachuelo desde La Boca a Isla Maciel, podía significar para sus atribulados pasajeros mucho más que eso,aunque reconocía que el horario nocturno de su labor, contribuía a esa percepción entre sus transportados. En invierno, fundamentalmente en agosto que era cuando más trabajaba, las aguas aceitosas del ancestral Riachuelo de los Navíos, se detectaban negras y nauseabundas, como despidiendo nieblas mefíticas, lo que imponía en el pasaje una sugestión de índole infernal.
 De todos modos, en silencio, como dirigidos a un destino insoslayable o más precisamente, a la conclusión del mismo, los viajeros se mantenían tranquilos, quizás ensimismados en sus perturbaciones.
 Con solo verlos al iniciar el cruce, luego de que oblaban la tarifa correspondiente, él, como barquero, vislumbraba variados detalles de esas almas y las circunstancias que les concernieron. Llevaba demasiado tiempo ejerciendo el menester, como para reconocer de inmediato que las gravaba.
 Este acopio de datos ajenos, lo ayudaba mentalmente a disminuir su permanente soledad; era como ingresar a un texto de ficción y abrevar en otras vidas.
 Pocos de los embarcados conocían su gracia-Pedro Anselmo Caronte-y mucho menos, alcanzaban a distinguir el letrero pintado con desteñidas letras negras en la proa de la nave:
 TRAYECTO ESTIGIA-HADES

                                                                     FIN
  
  

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