martes, 2 de noviembre de 2010

Hombres y dioses...

Desde el albor de los tiempos tuvieron  una relación ambivalente, cargada de suspicacias, aprovechada por los estamentos sacerdotales para regular el conflicto entre las debilidades humanas y el furor divino, pero, cuando la mirada desnuda del dios atraviesa al fiel, todo se torna mas grave...
Les presento una pieza de narrativa breve vinculada a una divinidad infanticida, el dios de la proverbial enemiga de Roma, Cartago, actual Túnez.


                                                  MOLOCH

Cartago triunfa.
Canaas fué la tumba de miles de soldados romanos:
"¡Larga vida a Anibal y a la estirpe de los Barca!"
El mercader Adelmo conoce el motivo del auge:
El insaciable Moloch, se muestra benevolente por las permanentes ofrendas recibidas y auspicia a los descendientes de los fenicios con una pródiga bienaventuranza.
Cuando este dios terrible le exige a su pueblo sus mejores hijos, los de los sectores dirigentes, es por que dispensará bienes para todos.
Recaerá el sacrificio sobre los más favorecidos, como modo de equilibrar las discordancias del azar sobre el común de la población.
Los pudientes y los bellos, aportaran la dosis de sacrificio que balanceará la falta de oportunidades de los pobres y los menos agraciados; los que el destino consagró como infames, los que degustan la vida en estado pútrido y sólo se nutren de sus impurezas.
Los que fueron abandonados por los dioses o estos ni siquiera repararon en sus miserables existencias.
El hijo mayor del mercader Adelmo, su preferido, fue designado para el sacrificio por los emisarios del templo.
Adelmo lo sustituyó por el hijo de una esclava circasiana, que quizás también era hijo suyo.
En la confusión del momento previo, a ser arrojados a las fauces ígneas de la efigie de bronce del dios, los niños ya estaban narcotizados con beleño.
El reemplazo resultó eficaz.
Antes, la madre de la criatura, confinada en el gineceo, le besó los pies entre llantos suplicándole piedad.
Pero lo único perturbador para Adelmo fue la mirada del sacerdote.
Incluso, le pareció que el ídolo de la boca llameante escrutaba sus ojos.
Por eso, al cruzarse en otro momento con el servidor del dios en el mercado cercano al puerto, sintió un estremecimiento.
Pensó que su acto podía sumir a Cartago en la desgracia.
El dios sabía de su reemplazo espurio...
De todos modos, no entregaría a su hijo mayor a las llamas; lo amaba demasiado.
Ingresó al templo y ante el desconcierto de adoradores y oficiantes, se arrojó a las fauces ardientes de Baal Moloch, encendidas como una monstruosa antorcha votiva.
El segundo sacerdote le dijo a su superior:
-¡El mercader Adelmo se arrojó a las llamas del dios!...
Este le contestó:
-Había cometido fraude divino por sustitución de ofrenda. El dios vomitará esa carne no consagrada, de baja calidad...
Debemos buscar a su primogénito.

                                              FIN













               

No hay comentarios:

Publicar un comentario