domingo, 22 de junio de 2014

MEDITACIÓN ESCATOLÓGICA

 Finalizada la función fisiológica que siempre implicaba para él, una ocasión gratificante, se dispuso a pulsar el botón del wc antes de higienizarse.
 Pero la abundancia de su producción fecal lo fascinó: le recordó la excelencia del puchero ingerido la noche anterior. Esa exuberancia de verduras, chorizo colorado, carne vacuna en su punto justo; incluso, el tuétano con mostaza paladeado con particular delectación.
 Al observar esas heces, dispuestas casi delicadamente en el fondo del artefacto sanitario, percibió una fugaz melancolía, ante el inminente envío al olvido del resultado de la nutrición entendida como fiesta y regocijo sensorial.
 De última..., se dijo a si mismo en la soledad del cuarto de baño, el destino de esos soretes era fundirse con los de sus semejantes en la cloaca máxima, en una comunión excremental con carácter de única en la especie humana; allí se diluían diferencias de credos y clases sociales, antinomias de víctimas y victimarios, soberbios y pobres de espíritu, elementales y eruditos, jueces y reos, locos y cuerdos.
 Podría decirse que lo mismo ocurría con la muerte, prosiguió su soliloquio, pero en este caso, los vivos le otorgaban distinciones de calidad a los cadáveres. Es la que iba desde una fosa común a un mausoleo, un cuidadoso embalsamamiento y una apresurada incineración, una pirámide funeraria y la cobertura por la mera arena del desierto.
 Ninguna civilización reverenció los restos fecales de sus personajes insignes, aunque sí los mortuorios.
 Por eso, agregó, la mierda borbónica proveniente del palacio de la Zarzuela se confunde en el tránsito cloacal, con la del más infame chulo de Madrid.
 Claro..., musitó, ellos tendrán sangre azul, pero el color de sus deposiciones es tan marrón como el de las mías.
 Cierto que algunos artistas plásticos utilizaron su caca como insumo de sus obras, pero eso, argumentó para si, era solo una expansión del esteticismo: podrían haber usado una sustancia artificial con resultado similar.
 Tampoco se trataba de una cuestión coprofílica, mencionó a viva voz en el reducido espacio del toilette. Mi visión, concierne al impacto emocional de la plasmación del detrito y su inevitable final, en el torrente común que nos hermana en la condición humana, acompañado por todos los desperdicios orgánicos e inorgánicos arrojados a un inodoro, a miles de inodoros, a centenares de miles de inodoros.
 Como una metáfora descarnada y sin glamour del tránsito vital..., era el destino de nuestra mierda.
 Por algo..., continuó hablando en voz alta, escatología significa ocuparse de los excrementos y en otra acepción, del conjunto de creencias en una vida ultraterrena, según el diccionario RAE.
 Destino de las almas...y de los soretes..., dijo bajando la voz, expulsión torrencial que les excluye la singularidad de la vida para derivarlos al misterio de la extinción.

 Presionó el botón del water y quedó como absorto. Lo embargó una desoladora sensación de vacío: comprobó su olvido de comprar papel higiénico.


                                                                        FIN



  

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