jueves, 12 de junio de 2014

BUENOS AIRES NO ERA KHARTUM...

 El golpe con el casco fue contundente: el cristal de la ventanilla del acompañante, se fracturó para dejar paso a una mano masculina grande, de nudillos marcados. Podría ser un boxeador o simplemente un tipo rudo, el que aferró el portafolios depositado sobre el asiento, con el movimiento rápido y preciso de alguien entrenado en tal menester.
 Pero el conductor del vehículo, Abdul, respondió con la celeridad de quién espera esa contingencia. Por cierto, tal como la visualizó tantas veces en su imaginación: el automóvil de discreta importancia, de vidrios polarizados en tono muy oscuro, detenido en un semáforo entre la congestión de tránsito de la hora pico, situación aprovechada por los dos motociclistas para proceder al robo.
 Su reacción fue tomar el hacha de camping, afilada profesionalmente, que llevaba desenfundada a su alcance al lado de la palanca de cambios, para con un movimiento rotatorio impactar con violencia la muñeca derecha del asaltante, dejándola solo sostenida por los tendones y haciendo que la mano soltara el portafolios.
 El recuerdo de Sudán a mediados de los '80, ocupó la mente de Abdul con una nitidez que parecía superar la mera evocación. Fue la época en que pronunció con convicción la shahada ante dos testigos y se convirtió en un muallaf, lo que puso fin a una existencia de impiadosas tribulaciones por el mundo, hasta que logró encausarse en la fe verdadera.
 De todos modos, Buenos Aires no era el Khartum de aquellos años de implantación de la sharia, donde una ofensa hadd como robo en autovía sin homicidio, era castigada con la amputación de la mano del autor del hecho.
 Los gritos de la víctima de su justicia, resultaron asordinados por el casco que llevaba puesto, a los fines de usarlo como ariete y también ocultar su fisonomía. Su intento de ascender a la moto conducida por el cómplice se había frustrado, debido a la diestra colgante en plena hemorragia que le impedía realizar los movimientos adecuados.
 Su secuaz, si portaba arma no hizo uso de ella, solo parecía preocupado por retirarse del lugar con la mayor prontitud. Al considerar que el herido era una complicación, decidió dejarlo en medio de la avenida y acelerar bruscamente.
 Abdul también lo dejó, confundido en el tumulto de los autos que arrancaron con la luz verde.
 Consideró probable que nadie haya reparado en su participación, debido a lo fugaz de la situación acaecida.
 Asumió que él no era un cadí para la aplicación del tazir en flagrancia, pero tampoco tenía ningún referente a su alcance. El espejo retrovisor, le permitió observar que el ladrón podía ser embestido por los vehículos que trataban de esquivarlo, entre un estrépito de chirridos de frenos y empleo de bocinas.
 Estimó que si bien su Buenos Aires natal no era Khartum, quizás tal condición no conllevaba importancia, dado que un acto de observancia de la debida justicia podría trascender los acotados límites de la territorialidad. Del mismo modo, pensó, no tenía importancia que su portafolios de fino cuero, se hallara completamente vacío.


                                                                FIN






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