miércoles, 18 de junio de 2014

ENTRADERA CREPUSCULAR

 La situación pareció precipitarse. Escuchó el tono imperativo de la orden y registró el inequívoco contacto de un arma contra sus riñones.
 -Entra hijo de puta..., al primer movimiento raro te cueteo.
 Eran dos y parecían haber salido de la nada.
 Ingresaron tras él, cuando extrajo la llave del lado de afuera de la cerradura.
 La entradera, ya estaba consumada, en el atardecer de ese barrio periférico.
 Pensó que quizás alguien observó lo ocurrido, aunque le constaba que la calle se hallaba desierta; no solo por ser lo usual en esa zona de viviendas bajas y escaso tránsito, sino porque el intenso frió de agosto y el viento, disuadían a las vecinas predispuestas al cuchicheo habitual.
 Los delincuentes, sus cabezas cubiertas por gorros y media cara por el cuello levantado de las poleras, observaron con aparente sorpresa el ambiente vacío de la vivienda, caracterizada exteriormente por su irrelevancia.
 -¿Donde están los muebles, hijo de puta?...
 Le preguntó uno de ellos a la víctima, que de inmediato comprendió que se trataba de un hecho al voleo y que sus autores eran menores tipo descerebrados, ya sea por el consumo de drogas, la índole de sus vidas o el agujero existencial que ocupaban.
 Supo que la lógica aristotélica no era adecuada para salvar la situación, por lo que decidió apelar al absurdo, a lo tirado de los pelos, a la vertiente alucinatoria.
 -Los vendí para comprar merca de la mejor, de la que toma Maradona.
 -¿Tenes de esa?...
 Le preguntó el que detentaba evidente supremacía sobre el otro.
 -No. Me la tome toda: estoy liso.
 Sabía que este termino refería a los '80 iniciales, la última vez que había consumido cocaína, pero desconocía la jerga actual.
 Observó las armas que ambos ostentaban: pistolas 9 mm., seguramente Browning.
 No podía creer que esos imberbes plenos de idiotez, pudieran exhibir armamento posiblemente robado a personal policial.
 -Danos toda la guita que tenes y tu celu, hijo de puta..., le dijo el que parecía subordinado.
 -Toma.
 Le respondió, extendiéndole dos billetes de diez pesos.
 El que demostraba superior jerarquía decidió que debía conservarla. Ante lo que consideró una afrenta, replicó con un culatazo que no llegó a destino.
 El asaltado lo estaba esperando y lo desvió con su antebrazo izquierdo, mientras sus dedos derechos índice y corazón se incrustaban en los ojos del sujeto armado, provocándole algo aproximado al estallido de los globos oculares.
 Inmediatamente, se escudó tras el lesionado, que había arrojado su pistola  para llevar sus manos a los ojos o lo que quedaba de ellos, entre gritos de horror.
 El hombre de la reacción marcial, supuso que el cómplice del ya doblegado comenzaría a los tiros, por eso intentó apoderarse del arma caída, pero no hubo disparos.
 El otro escapó rápidamente y dejó la puerta abierta.
 Con la pistola en su poder, comprobó que se trataba de una réplica perfecta.
 -¡Hijo de puta!...¡La concha de tu madre!..., gritaba el cegado tapándose los ojos.
 Le propinó una trompada en plena boca, la diestra envuelta en un pañuelo, que le ocasionó la pérdida de dos dientes entre una bocanada de sangre.
 -Parece que no te enseñaron a respetar a las personas mayores..., le dijo, mientras le anudaba su cinturón a la garganta y lo tumbaba sobre el piso.
 -Lo primero, es tratarme de señor..., agregó.
 -Si, señor..., contestó el joven delincuente, escupiendo un incisivo superior.
 -Señor Satanás...
 Fue la identificación que se adjudicó el que fue objeto del intento de despojo, para luego maniatarlo a la espalda con los cordones de sus zapatos y con el cinturón que le quitó del cuello, atarlo a una puerta enrejada que comunicaba con un patio.
 -Señor Satanás..., balbuceó el ladrón aterrorizado, que interpretó la entradera a esa casa vacía, como la mayor experiencia espantosa de sus atribulados diez y seis años.
 Comenzó a llorar, pero una tanda de golpes del Señor Satanás, lo convenció de que le convenía someterse a su destino lo más silenciosamente posible.
 Al ser amordazado con el pañuelo, entendió que así sería.
 -Voy a comprar un envase de alcohol a la farmacia y enseguida vuelvo..., le dijo sonriente, quién ya se había convertido en su captor.
 -Lastima que no podes hablar, porque sino le podrías decir a los interesados en el alquiler de esta propiedad, que el agente inmobiliario vuelve en quince minutos.
 Solo en la vivienda vacía, consumido por el dolor abrasador de sus ojos y su boca desdentada, el cautivo se sintió desmayar.

 Con la vista nublada, después de un breve lapso vio aparecer a quién lo sometía.
 -La farmacia estaba lejos, así que conseguí un par de litros de nafta en la estación de servicio.
 Le comentó el Señor Satanás, quien exponía ante su mirada desenfocada un bidón plástico y un encendedor.
 Sintió una sensación desconocida, como si el corazón se asomara por su boca destrozada...
 Pero escuchó el sonido de una sirena acercándose. Estimó con esperanza, que alguien pudo escuchar sus gritos y llamar al 911 requiriendo la intervención de la policía, que en la circunstancia que vivía significaba su salvación.
 Más aún, notó como desconcertado al Señor Satanás, cuando el vehículo portador de la sirena parecía haberse detenido ante la puerta de calle. Cuando tocaron el timbre, lo embargó una sensación de alivio, pero la misma desapareció al percibir la mirada del Señor Satanás, que tardaba en abrir.
 Perdió el control de sus esfínteres, cuando escuchó al Señor Satanás decirle a los paramédicos de una ambulancia, que en esa vivienda no había nadie que requiriera atención médica, que debía tratarse de la equivocación de algún vecino. Encharcado entre su mierda y su orina, percibió que ponían en marcha a la ambulancia para alejarse del lugar.
 Comenzó a vomitar, pero debido al pañuelo que oprimía su boca, el vómito parecía asfixiarlo.


                                                                    FIN









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