La lanza en ristre, presta a la acometida.
El caballero, entre la niebla de la madrugada, recorre la senda convertida en lodazal por las recientes lluvias, contorneada su marcha por la más absoluta soledad. Acorde a su propia condición de caballero andante, cultor del silencio y los actos vindicatorios a favor de los desamparados.
A su vera, un gordo barrigón carente de actitud marcial, escolta su andar sobre el lomo de un pollino, a sabiendas, que lo nutre la picardía así como a su amo, las elevadas reglas del código de caballería.
El guerrero es alto y flaco, de rostro enjuto y facciones marcadas, barba escueta y ojos de águila, apostura declinante.
Detiene su cabalgadura, al fin, en ese agotador transitar por el erial que es la comarca de la Mancha.
Observa el pueblo cercano: sabe que se denomina Toboso. Allí mora aquella que le inspira sus más etéreos ideales, aplicados duramente sobre las fantasías de la carne y su embelezo, en aras del amor cortés y lo que ello implica, para su estatura de varón consagrado a esparcir la justicia.
Ante la visión del misérrimo poblado, que tanto significa para él, el caballero habla, la adarga bien ceñida contra su brazo izquierdo:
-Ved esta población..., le espeta a su servidor.
Llegará un día en que se convertirá en una ciudad gótica..., floreciente en riqueza y delitos, donde quizás, otro justiciero deberá proteger el peculio de los poderosos pero sin ofender a los débiles en tal menester.
-Yo también lo vislumbro..., mi Señor, hasta pienso que tú adquirirás los atributos del murciélago y yo te secundaré con una R sobre mi atuendo..., le responde el gordinflón.
El caballero de la figura no lozana medita estas palabras; de inmediato, dice:
-Sandeces..., mientras imagina molinos convertidos en gigantes, que nunca podrán ser superados por maleantes caricaturescos. También, que potenciales difamadores del futuro, colmados de infamia, podrían llegar a sugerir que él y su escudero se dedicaban al vicio nefando, en las largas travesías en busca de entuertos para deshacer.
Olvidando las posibles calumnias del porvenir, se dispone a ingresar al burgo donde se halla la que desbroza sus sueños, la bella entre las bellas..., la tosca moza del muladar; esto último, lo erradica de su mente como pensamiento contaminado. Lo suyo, es deambular entre los sueños.
FIN
El caballero, entre la niebla de la madrugada, recorre la senda convertida en lodazal por las recientes lluvias, contorneada su marcha por la más absoluta soledad. Acorde a su propia condición de caballero andante, cultor del silencio y los actos vindicatorios a favor de los desamparados.
A su vera, un gordo barrigón carente de actitud marcial, escolta su andar sobre el lomo de un pollino, a sabiendas, que lo nutre la picardía así como a su amo, las elevadas reglas del código de caballería.
El guerrero es alto y flaco, de rostro enjuto y facciones marcadas, barba escueta y ojos de águila, apostura declinante.
Detiene su cabalgadura, al fin, en ese agotador transitar por el erial que es la comarca de la Mancha.
Observa el pueblo cercano: sabe que se denomina Toboso. Allí mora aquella que le inspira sus más etéreos ideales, aplicados duramente sobre las fantasías de la carne y su embelezo, en aras del amor cortés y lo que ello implica, para su estatura de varón consagrado a esparcir la justicia.
Ante la visión del misérrimo poblado, que tanto significa para él, el caballero habla, la adarga bien ceñida contra su brazo izquierdo:
-Ved esta población..., le espeta a su servidor.
Llegará un día en que se convertirá en una ciudad gótica..., floreciente en riqueza y delitos, donde quizás, otro justiciero deberá proteger el peculio de los poderosos pero sin ofender a los débiles en tal menester.
-Yo también lo vislumbro..., mi Señor, hasta pienso que tú adquirirás los atributos del murciélago y yo te secundaré con una R sobre mi atuendo..., le responde el gordinflón.
El caballero de la figura no lozana medita estas palabras; de inmediato, dice:
-Sandeces..., mientras imagina molinos convertidos en gigantes, que nunca podrán ser superados por maleantes caricaturescos. También, que potenciales difamadores del futuro, colmados de infamia, podrían llegar a sugerir que él y su escudero se dedicaban al vicio nefando, en las largas travesías en busca de entuertos para deshacer.
Olvidando las posibles calumnias del porvenir, se dispone a ingresar al burgo donde se halla la que desbroza sus sueños, la bella entre las bellas..., la tosca moza del muladar; esto último, lo erradica de su mente como pensamiento contaminado. Lo suyo, es deambular entre los sueños.
FIN
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