sábado, 15 de junio de 2013

BLANCO LEJANO

 Richard visualiza el objetivo, a 11.500 km. de donde él se halla.
 Se trata de la camioneta Toyota blanca señalada en los informes previamente recibidos, incluyendo el Nº de matricula, reconfirmado al instante por el sistema de seguimiento.
 Llega el momento cumbre para el especialista en pilotaje de aviones a distancia:
 Colocarlo en posición de tiro y prepararse para disparar contra el vehículo, que conduce al individuo que venía monitoreando desde hacía meses.
 De inmediato, orar mentalmente-es miembro de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días-para que en el habitáculo del rodado no haya niños, mujeres, ancianos..., usuales acompañantes de los jefes talibanes pakistanies.
 La adrenalina impregna su organismo, cuando acciona el disparador del misil portado por el drone Predator, que cual criatura metálica alada con vida propia, envía el fuego del ángel exterminador sobre el enemigo que aún se encuentra cerca de uno de sus domicilios, en la polvorienta ruta que lo conduce a la mezquita a la que asiste.
 La pantalla le muestra el estallido de la Toyota, sus restos ígneos esparciéndose por la carretera. El impacto fue certero, por lo que retira la aeronave del teatro de operaciones; aprovecha la distensión para beber a través del sorbete con fuelle,  un trago de la Coca bien helada que tiene a su lado.
 Richard se relaja: la evaluación de los daños producidos la harán agentes encubiertos in situ, ese ya no es su tema.
 Las felicitaciones no se hacen esperar, en ese ámbito militar de alta tecnología instalado en Arizona. En esa base, la guerra se desarrolla ajena a la mugre, el calor agobiante y la gelidez nocturna, los charcos de sangre y el despedazamiento orgánico que es la impronta del campo de batalla.
 Richard recuerda a su padre, que combatió en Vietnam.
 Volvió próximo a la locura por lo vivido en la contienda, con terrores nocturnos y crisis de llanto. Abandonó a su madre cuando él tenía cinco años.
 Estimó que su caso sería diferente: para él la guerra resultaba como una play statión ampliada, aunque sabía que sus consecuencias eran reales.
 Si se quiere, su función podría considerarse aproximada a la del francotirador, salvo que él disparaba con un océano de por medio, por lo que no debía exponerse al mudar su posición para no ser localizado.
 Tampoco era la guerra a distancia de un terrorista colocador de bombas, consciente que luego de la deflagración, se iniciaría una búsqueda férrea del autor del hecho y sus cómplices.
 Él era un especialista atrincherado, con un grado de seguridad nunca visto en la saga inmemorial de los conflictos bélicos.
Cumplida su tarea específica, se disponía a disfrutar de un almuerzo con sus compañeros. Pediría esas hamburguesas con queso cheddar y ketchup Heinz que eran su debilidad; de postre, solicitaría un milk shake de chocolate.
 Estos pensamientos acrecentaban su apetito, incluso, le brindaban un circunstancial consuelo por la frustración de no poder asistir al Super Bowl por razones de servicio. Se prometió que el año próximo sería distinto, trataría de intercambiar francos o algo similar.
 Rumbo al estacionamiento de la base, reflexiona en que pronto podrá llevarse el trabajo a casa y hacer la guerra en pijama y pantuflas, desde el living o recostado en su cama.
 La imagen mental de ese futuro quizás próximo, le suscita la idea de un connubio entre dos pulsiones, ambas atávicas en la especie:
 La práctica de la guerra y la búsqueda del comfort...y por primera vez en la historia, la beligerancia resulta comfortable.
 Ubicado en su automóvil, se despereza ampulosamente y enciende el aire acondicionado. Comienza a escuchar Last Night por la banda Good Charlotte, el rock que más le agrada.
 Acompaña el tema a viva voz, disfrutándolo, mientras en el Valle de Swat-Pakistán-un grupo de barbudos vestidos con pantalones abombachados y chaquetas cortas en las que prima el blanco, revuelve restos de metal y carne aún humeantes.
 Juran venganza con los ojos desorbitados, gritando en pastún y en urdu loas a los mártires de la Jihad.
 Quizás, no se imaginan que están siendo meticulosamente observados.


                                                                              FIN


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