martes, 4 de junio de 2013

EL VOYEUR DE LA DIVINIDAD

 Acteón, distinguido en las artes venatorias en la comarca cercana a Orcómeno, en Beocia, deambulaba con su jauría en busca de presas.
 No pudo dar crédito a tanto esplendor...
 Sin duda, con el sigilo propio de la caza, se hallaba observando a una diosa. No podía ser otra que Diana, rodeada por sus ninfas durante el baño fluvial.
 Estaba desnuda...y Acteón se regocijo ante la vista de ese cuerpo excelso.
 Su diestra trémula intentó dirigirse hacia su miembro ya erecto, bajo la corta túnica de montería, habida cuenta de que otra actitud podría adoptar, tratándose de la visión del esplendor de una diosa y de la excitación sexual que la misma le provocaba.
 ¿Era acaso posible abordarla?...¿Intentar seducirla?...
 Acteón era un simple mortal que conocía sus limitaciones.
 En términos pragmáticos, sabía que solo podría poseer tal imagen egregia aplicando su ímpetu sexual, al placer solitario.
 Pero fue descubierto..., se podría decir que con la mano en la masa.
 El castigo fue feroz; la diosa no disponía los misterios virginales de su cuerpo en el baño matutino, para el solaz lascivo de un energúmeno terreno, mera mezcla de carne, huesos y una mente, que luego los dioses verían que hacer con ella.
 Diana le pidió a su dilecta servidora que ocultara su desnudez-la que hubiera exhibido complaciente ante Zeus-y con un simple gesto convirtió a Acteón en cérvido, para que sea devorado por sus propios perros.
 Al ser objeto de las dentelladas de sus cánidos, que no lo reconocieron, Acteón comprendió antes de su espantoso óbito, que los actos más banales en circunstancias inapropiadas pueden generar efectos desproporcionados...
 Murió desgarrado como una pieza de caza, bramando su impotencia, maldiciendo a Diana y a todos los dioses del Olimpo, así como a la maldita circunstancia que le proporcionaron.

                                                            FIN















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