lunes, 18 de junio de 2012

COSAS DEL JUEGO

 Franz Schmutzer salió del garito, de ese ámbito de juego clandestino, con las manos dentro de los bolsillos del sobretodo.
 Sobretodo...,perdí todo..., fue un pensamiento que le resultó agradable por su consonancia:
 Lo verbalizó, en su español con profundo acento alemán, repitiéndolo en voz alta como una cantinela, mientras caminaba en esa noche helada, las calles cercanas al puerto.
 No le quedaba ni para comer.
 Decidió proponerse para marinero, en alguno de los barcos fondeados que se hallaban a su vista.
 Si bien carecía de esa experiencia laboral, era un desarraigado apto para todo trabajo, en esa época incierta, donde se combatía en Europa de un modo nunca visto, con matanzas a escala industrial.
 Fue aceptado en una nave con bandera de un país centroamericano y tripulación internacional.
 Le señalaron su cucheta, le dieron un guiso de lentejas y un vaso de vino, le dijeron que era bienvenido al barco y que luego completarían su inclusión en el rol de tripulantes, dado que no había apuro.
 Observó que dos asiáticos, un negro y un individuo rubio y atlético, de origen escandinavo, se hallaban entreverados en una partida de pase inglés, hablando una lingua franca compuesta de jirones de varios idiomas.
 Pase inglés, tresillo, bacarat..., la tentación maldita de la eterna recurrencia, con su seducción ilusoria a la que no se podía resistir.
 Vaciló, dado que no tenía ni una moneda, pero decidió apostar su sobretodo, de buen paño y estado.
 La suerte, hacía tiempo que dejó de ser su amiga, para convertirse en una puta astrosa y sifilítica, empeñada en hundirlo, siempre más; siempre más abajo.
 Obviamente, perdió el sobretodo, el traje, el cuello duro, el bonbin, los botines elastizados.
 Descalzo y en ropa interior-perdió incluso ligas y polainas-consideró a sus compañeros de juego como tramposos. Apeló a la violencia para recuperar sus posesiones, pero superado en número, durante los desplazamientos generados por la pelea cayó a las aguas, aceitosas y gélidas.
 No sabía nadar y pidió un auxilio que no llegó, habida cuenta de que sus rivales-que se hallaban dispuestos a rescatarlo-obraban con la torpeza de quienes manifiestamente, bebieron de más.
 Como en una ráfaga mental, pensó que ya sea debido a asfixia por inmersión o al frío de las aguas, se acababan sus días en el reino de este mundo; escuchó, a pesar de su desesperación y esfuerzo por no ahogarse, lejanos acordes de la marcha Radetzky en las paradas militares, en su bulliciosa Viena imperial, con el encanto de sus cafés y esa repostería pletórica de crema.
 Incluso-antes de su muerte-estimó que quizás hubiera tenido más chances de sobrevivir, en el ejercito austro húngaro, del que desertó luego del atentado de Sarajevo y del módico desfalco que realizó siendo sargento de intendencia, que en la posterior vida de paria, que ya finalizaba.Pero ya sea como prolongación de su apetencia por el juego-pulsión que signó su destino-o por una inclinación autónoma a las decisiones equivocadas, su puta sifilítica suerte, transmutó el banquete de la vida en la magra pitanza del pordiosero.
 Cuando se recuperó su cadáver, era dable observar en su faz cierto rictus, como de desden, que no parecía pertenecer a la gestualidad de alguien que intenta salvarse.

                                                                                     FIN

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