martes, 22 de mayo de 2012

ECHE OTRO LITRO E'VINO...

 El patrón del almacén-despacho de bebidas, lo encaró con severidad. Le dijo...
 -Andate. No te vendo más vino.
 Con movimientos torpes, el interpelado intentó generar una actitud de protesta, pero el patrón, tipo robusto, lo aferró de las solapas y lo dejó en la calle solitaria.
 -Es tarde, me tengo que ir a dormir. Si te ofendes y no venís más, me importa un carajo.
 Vio como cerraba la puerta del local y le ponía llave.
 El frío de la noche invernal pareció despabilarlo.
 Maldito seas y maldito pueblo..., pensó, sin dejar de palpar el treinta y ocho largo con el que debía consumar su venganza.
 No contra el gallego del almacén de ramos generales que le había negado la bebida..., contra ella, la puerca, la que lo engañó con el viajante de comercio que representaba a Celusal y al jabón Cañadenzo.
 Hoy pelea Firpo en Norteamérica..., fue un pensamiento que se infiltró entre los concernientes al motivo de su odio, pero a su pesar, fue desplazado por la imagen de la cópula entre la traidora y el pisaverde de la capital, dolorosamente repetitiva, como una percusión pulsada por la infamia.
 Se dirigió, con paso poco firme, a lo que ya no era su hogar, sino el nido de su vergüenza.
 Quizás camino dos horas por un sendero vecinal de áspero contorno, bajo la luz de la luna llena.
 Ante la modesta vivienda, prendió un cigarrillo Gaucho Lencinas de tabaco negro, con el encendedor de bencina que se ganó apostando por el manchado contra el alazán de Cirilo.
 Con el pucho colgando de sus labios, franqueó la puerta mediante una patada, que hizo volar el oxidado cerrojo.
 La vio a ella.
 Le daba de comer al hijo de ambos, manifestando una honda ternura.
 Acusó el impacto de la escena, pero pensó que la puta debía morir por su lascivia y su traición. No había atenuantes.
 Extrajo el arma de la cintura, ingresó el proyectil en el tambor de la misma y apuntó a quién significaba su oprobio.
 La hembra no se inmutó.
 Se separó del niño y lo miró fijo, como diciéndole...
 No sos un hombre.
 Él lo sabía; era consciente de que entre un sorete y un hombre existía una distancia inasible, que él nunca recorrió.
 Colocó el cañón del revólver sobre su sien derecha y accionó la cola del disparador.
 Los sesos salpicaron la pared sin revocar, entre un borbotón de sangre.
 La mujer tranquilizó a la criatura, mientras pensaba: el final de un sorete; nunca fuiste un hombre...ni siquiera ahora.
 Habló en voz alta dirigiéndose al difunto.
 -Mira el enchastre que dejaste, roñoso e' mierda...

                                                                       FIN






                                                                         FIN




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