viernes, 2 de agosto de 2013

INNOVAR, GRATIFICA...

 Relativamente simple..., pensó, mientras se alejaba del bar caminando tranquilamente.
 La mujer de mediana edad, había quedado amordazada con un pañuelo e impedida de moverse por los precintos plásticos colocados en muñecas y tobillos. En esas condiciones, la dejó en el baño de damas de la confitería céntrica.
 Emboscarse en el toilette femenino..., esa era la clave, se dijo a si mismo al entrar a otro bar, donde repetiría la operación.
 La premisa, era no darles tiempo a gritar, estableció mentalmente.
 Cuando ellas se dedicaban a observarse en el espejo-estando solas-él salía de uno de los boxes y acallaba el incipiente grito tapándoles la boca con violencia, para de inmediato amordazarlas bajo amenaza verbal; luego las inmovilizaba con los precintos y consumaba el despojo.
 Era consciente de que el riesgo superaba el botín, pero también de que no todas las satisfacciones podían medirse por la escala monetaria.
 Innovar, gratifica..., pensó, asumiéndose como el creador de una modalidad delictiva desarmada, que aunque solo le brindara teléfonos celulares y algo de efectivo-las tarjetas las desechaba-le proporcionaba un solaz que se amplificaba en la delectación clandestina y la evocación solitaria, dado que el era eso, un solitario al acecho.
 Todo consistía en tomarse un café en un bar concurrido, pagar y dirigirse al baño, para acceder no al de hombres sino al de mujeres.
 Ya en ese sitio, se emboscaba en un compartimiento y esperaba que la presa se hallara sola; lo demás, era celeridad y firmeza en el proceder, favorecido por el factor sorpresa y el consiguiente terror que generaba.
 Luego de consumado el robo, salía tranquilamente del establecimiento y se confundía con la multitud ajetreada de la calle.
 Podría emplear el mismo sistema en el baño de hombres, pero interpretaba que las mujeres le brindaban como víctimas un mayor grado de indefensión, por lo cual las elegía como objetivo.
 Como para no alertar por la frecuencia, ni dejarse llevar por el éxito operativo, moderaba la cantidad de intervenciones, así como las dispersaba en un amplio radio geográfico en CABA y GBA.
 Incluso, dado los gratos resultados que le deparaba la actividad, pensaba viajar al interior y a países limítrofes, llevando solo precintos, pañuelos y guantes de examinación, por todo equipamiento profesional.
 En contadas ocasiones, debió pegarles a las que denominaba sus "presas", dado que en general acataban sus indicaciones y se dejaban reducir sin ejercer resistencia.
 Ya dominadas, las encerraba en alguno de los cubículos sanitarios y se retiraba con el producto del latrocinio.
 Reflexionando sobre las características de su tarea, pensó que pocas veces se activaban sus apetencias sexuales durante el desempeño de la misma. Lo atribuyó a la premura con la que debía actuar y a que no quería agregar agravantes al delito en el que incurría.
 Consideraba que era el único que robaba de este modo.
 Se sentía alguien que desafió los cánones, perforó el paradigma, creó un procedimiento delictivo novedoso, si se quiere, pintoresco, basado no en el armamento exhibido sino en el susto generado.


 Al detectar que una mujer quedó sola en el baño, abandonó su cubil y se abalanzó sobre sus espaldas, como el leopardo sobre la gacela.
 Pero la gacela resultó ser un travesti musculoso, del tipo camionero, de manifiesta rudeza.
 El individuo no se amilanó ante el ataque sorpresivo, sino que lo repelió duramente, aplicándole a su agresor una trompada a la zona hepática que lo hizo doblarse por el sufrimiento.
 Como si eso no bastara, un directo al rostro, probablemente, le fracturó el tabique nasal.
 Inmerso en una efusión de sangre, sintiendo que la ira del otro era inagotable e incapacitado para ejercer defensa dado los golpes recibidos, el ladrón al acecho estimó que innovar, gratifica pero también condena, en la medida en que la reiteración de éxitos homogeiniza las variantes e impide discernir lo diferente.
 En su caso, ya derribado, con dientes rotos y probables daños internos, intuía con horror que ese travesti horriblemente macho, se estaba vengando en él de todos los hombres que lo jodieron desde los doce años.
 Comenzó a gritar pidiendo auxilio, lo que les impedía hacer a sus víctimas, pero parecía que el sujeto vestido de mujer disfrutaba con sus aullidos desesperados, acrecentando su posición dominante y decidido a matarlo a golpes.
 Cuando comenzó a aplicarle patadas en la cara y quizás desfigurarsela, el innovador delictivo emitió sus últimas palabras...
 -¡Policía!...¡Policía!..., hasta que un tacazo en la boca lo hizo callar.

                                                                     FIN




  

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