lunes, 5 de agosto de 2013

LOS DULCES SUEÑOS

 La masajista diligente, enfundada en un vestido entallado de seda roja decorada con imágenes de dragones, algunos amarillos y otros dorados, le sostenía la larga pipa que ya no podía llevar a su boca por sus propios medios, al hallarse adormecido por el exceso de opio. El masaje previamente recibido, lo predispuso para el posterior bienestar.
 El guanmao, gorro oficial de terciopelo negro coronado por una borla azul, revelaba la categoría de funcionario de cuarto grado que detentaba el fumador, reclinado sobre una litera, acompañado por otros hombres de su misma condición en la corte pekinesa de la Emperatriz Cixi.
 Lin Xiao esbozaba una sonrisa, entre las volutas de humo que festoneaban el distinguido fumadero: los dulces sueños lo embargaban.
 Conocía los peligros del opio. Sabía que esa sustancia, podría llegar a generar el reemplazo de la vida carnal, en la que aún la más pródiga en placeres conlleva la sombra de la inevitable putrefacción, por otra similar, pero grácil como el humo que siempre asciende y se disipa sin pudrirse.
 Una vida desprovista de amenazas y acechanzas, cuya similitud con la otra prescinde de sus miserias.
 También de la lealtad al imperio, a la familia y antepasados, a los valores instituidos por Confucio que reglaban los actos de los funcionarios como él.


 El sopor del mandarín, configuraba un cuadro relevante de imágenes voluptuosas que lo incluían, en un contexto de magnificencia y esplendor, para alternativamente, sentirse inmerso en estados de beatitud difíciles de referir. Como si luego de disfrutar de la sensualidad más intensa, se tendiera de espaldas en las aguas calmas de la eternidad, para recomenzar nuevamente el maravilloso ciclo, hasta despertar y necesitar más opio.
 Ese momento, que él consideraba del reencuentro con la materia que nos condiciona y nos somete a la esclavitud de la realidad, era el más temido por Lin Xiao.
 Cuando tomaba conciencia de que había estado narcotizado y deseaba fervientemente repetir la experiencia. Como en esa ocasión.
 El funcionario de cuarto grado, al emerger de las ensoñaciones del opio, desarrollaba una pugna interior entre su imperioso deseo de otra dosis y la cita ineludible a la que debía concurrir.
 Tratando de readaptarse al mundo concreto al que había emergido, reflexionó en el carácter del encuentro secreto que debía celebrar.
 La definió para si mismo, como una misión de fidelidad al mantenimiento del orden en China, para salvar a China, que a su vez implicaba traicionar a quienes se hallaban a favor de la alteración del orden en China, para salvar a China.
 O sea: los Puños Rectos y Armoniosos, llamados bóxers por los ingleses, a los que ahora apoyaban en su rebelión la propia Emperatriz Viuda y el Ejercito Imperial.
 Cierto que él no era de origen manchú, como buena parte de la corte de la dinastía Qing. A su vez, hablaba inglés con corrección y entendía que ser aliados de Occidente, era lo que convenía para evitar el estrago del Celeste Imperio.
 Interpretó que como correspondía a las acciones que implicaban peligro, la información estratégica que le entregaría al ministro británico en China, Maxwell Mac Donald, tendría como contracarta un generoso estipendio, como para incrementar su peculio en los tiempos inciertos que se avecinaban.
 El patriotismo y el dinero podían confluir en beneficios generales..., estimaba.
 Por otra parte, su actitud contribuía a conservar el equilibrio entre los factores disimiles, tal como indicaba Confucio en sus enseñanzas.
 Íntimamente regocijado, decidió volver a fumar y diferir por unas horas el encuentro con el inglés.


 Los individuos armados, ingresaron sorpresivamente al distinguido fumadero de opio.
 Al percatarse de quienes eran, masajistas, guardias de seguridad y administradores del establecimiento huyeron entre gritos de terror. Los irruptores, estaban en condiciones de impedir esa fuga desordenada, pero carecían de interés en hacerlo.
 El objetivo de los yihetuan, denominados bóxers por sus prácticas marciales, era específicamente Lin Xiao, considerado traidor a la causa china y confidente de los británicos.
 Rápidamente localizado a pesar de la penumbra reinante en el lugar, tres hombres con uniforme oscuro lo rodearon. Uno de ellos, desenvainó la espada larga que llevaba terciada a la espalda, preparándose para decapitarlo luego del interrogatorio al que sería sometido por otro de los rebeldes.
 Si bien los golpes sobre el rostro de Lin Xiao, eran despiadados reveses que lo ennegrecían con hematomas y tumefacciones, el funcionario no respondía las preguntas en los términos debidos.
 Cuando su interrogador, pródigo en violencia, le requería información sobre los agentes extranjeros con quienes trataba, Lin Xiao le contestaba que "los señores de las dunas de los dragones requerían vendavales y tempestades para afirmar su presencia".
 La pregunta vinculada a si los extranjeros estaban acopiando armas y como las conseguían, era respondida como que"la calidad de la espada de acero, se logra templando la hoja con la torridez de los vientos del desierto, sostenida por una dama desnuda bajo una armadura de nácar".
 Harto de escuchar tales dislates, que parecían superar el dolor que debían generarle los golpes propinados, el que interrogaba, comandante del grupo guerrero, comprendió que el considerado traidor no se hallaba en el mundo común.
 Su inclusión en los dulces sueños era total y quizás irreversible.
 Con desagrado, indicó que le cercenaran la cabeza.
 El encargado de dicha tarea, la realizó con bastante desprolijidad, entre reiterados mandobles y borbotones de sangre que salpicaban las paredes.
 Cuando el jefe de los rebeldes, la alzó del suelo sujetándola por la coleta de mandarín, observó que la boca del decapitado se hallaba distendida en una expresión francamente satisfactoria.
 Con furia, la arrojó lejos de su persona. Era consciente que esa cabeza, ya estaba desprendida del torso antes de que fuera tajeado el cuello.
 Obviamente, sin una mueca de horror, no servía para ser expuesta como escarmiento y advertencia.
 Luego de que incendiaran el fumadero, les impartió a sus hombres la orden de retirarse.
 Pensaba que el opio que generó guerras perdidas a China, la pérdida de Hong Kong y Macao y tratados desiguales con Occidente, quizás no sería tan letal, si los traidores no recurrieran a su consumo para sobrellevar sus faltas.

                                                                       FIN

       


















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