lunes, 19 de agosto de 2013

CORONEL SIN MANDO

 El uniforme de gala que viste, resulta refulgente, en su combinación de colores contrastados con el dorado de los entorchados y galones, con los vivos azules de los breeches y el brillo de las botas de montar.
 Decididamente, un paradigma de elegancia militar imperial.
 Las medallas prendidas in pectore, revelan duras campañas, denodadas victorias, glorias castrenses que como siempre, están constituidas por profusión de cadáveres, numerados eufemísticamente como bajas enemigas y como bajas de la propia fuerza, estas últimas, adquiriendo per se la categoría de heroicas.
 El hombre, de aspecto marcial con un adosado dejo de fiereza, como corresponde a un coronel del ejercito del Zar de todas las Rusias, Nicolás Romanov, piensa en el meticuloso lustre de sus botas.
 En su caso, no se trata de la tarea casi servil de un asistente. La realiza él mismo, como cuando era cadete en la escuela de infantería.
 Mucho antes de combatir en la guerra contra Japón de 1905, así como en la reciente Gran Guerra, en la cual accedió al coronelato.
 Su actuación en las contiendas, su valor y capacidad de mando, ofrecen el testimonio de la constelación de medallas que ornan su chaqueta con el metal del mérito.
 Una carrera militar inobjetable, pródiga en distinciones y reconocimientos, hasta el año anterior, el de la revolución bolchevique.
 Reconoce ante si mismo, que no quiso luchar junto a los blancos en la posterior guerra civil, que interpreta como causa históricamente perdida.
 Estima que los tiempos actuales, amparan la insurgencia social y a futuro la institucionalizaran.
 Piensa que habrá nuevos monarcas absolutos, que impostarán nuevas caracterizaciones para legitimar su poder. Quizás, estas se harán a través del sufragio universal o de la manipulación del mismo; también, vistiendo el ropaje escénico de las ideologías.
 La formula Dei Gratia caerá en desuso. Es difícil seguir respetándola, luego de la matanza industrializada de la pasada guerra y la gripe aún vigente que la sucedió.
 La mirada fija en el vacío, el coronel que defendió Port Arthur esforzadamente, hasta ser evacuado como herido en combate, para años después hacer gala de coraje durante la toma de Lemberg, considera que su uniforme quedó vaciado de contenido. El asesinato de Nicolás II por orden de Lenín y Sverdlov, le quitó al mismo, orientación y significado épico.
 Entiende que él pudo salvar su vida y la de su familia, por haber podido abandonar San Petersburgo poco antes de la toma del poder por parte de los rojos. Avizoró el futuro inmediato, como ahora lo hace con el distante.
 Instalado en París, se siente recompensado en el trabajo que desempeña como extranjero, para poder comer él y los suyos.
 Puso su uniforme y su persona al servicio de un calificado cabaret, donde ejerce el menester de abrir las puertas del establecimiento, a los distinguidos clientes que buscan solaz en la noche parisina.
 Distiende sus labios en una sonrisa: un individuo vestido de etiqueta, que quizás traficó durante la gran guerra y no combatió, acompañado por dos mujeres que él conoce por haberlas visto con otros caballeros, le dispensa una esplendida propina.
 Ante tamaña gratificación, efectúa los pasos del cambio de guardia y el saludo militar como ante un superior.
 El noctámbulo, observa complacido la escena, sintiéndose integrante del generalato de un ejercito funambulesco al mando de un coronel de opereta, mientras las cocottes, sonríen compasivamente.
 Él interpreta de otro modo la situación.
 Parte de la premisa de que la historia es drama, pero también de que quienes la padecieron, alguna vez deberán transformarla en comedia si quieren sobrevivir emotivamente.
 Claramente identificado con este concepto, no le resulta tan extemporáneo que su insigne uniforme devenga en atuendo de portería.
 Se encasqueta la gorra con ademán profesional. Piensa que la gloria puede ser asimilada al grotesco, cuando sobre el mundo han caído, caen y caerán, millones de muertos en aras de la defensa de lo que se puede sedimentar, solo con millones de muertos.
 Recuerda al Zar y su familia convertidos en despojos..., también, que él y los suyos siguen vivos. Este pensamiento le provoca una oscura satisfacción, mientras abre las puertas ante un nuevo cliente, para de inmediato, colocarse en posición de firme esperando la propina, que es el pan del coronel sin mando.


                                                                                FIN


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