martes, 10 de enero de 2012

El título de la siguiente pieza narrativa...

tiene que ver con la devoción popular.

                                                                  EL MERCEDINO

 Esa era la marca del tinto.
 La etiqueta, exhibía la figura egregia del que fue injustamente ejecutado por la autoridad.
 Enmarcado en una cruz roja-el color identificatorio del santito de devoción no oficial-la efigie mostraba la cara de bueno, a pesar de la melena salvaje, del que no quiso intervenir en las matanzas correntinas entre liberales y autonomistas; del no beligerante, en una época feroz y guerrera, donde el poder se ensañaba con el desposeído, con el que nacía perdedor por obra y gracia del destino.
 Como hoy..., pensó Aguirre.
 Jonathan Armando Aguirre a)"Patada".
 Tomó la botella del estante del supermercado chino, como con respeto devocional. Se fijó en el precio: $7.-
 Una mierda..., musitó, mientras veía cerca los Navarro Correa y otros, que lo superaban en precio seis o siete veces.
 ¿Quien carajo los compra en este barrio?..., fue su reflexión mientras se dirigía a la caja.
 Yo podría comprarlos...
 Se dijo a si mismo en voz muy baja.
 O podría chorearlos...
 Agregó, mientras avanzaba por el pasillo entre góndolas con productos y escasos compradores, dada la hora, pero estimó que debían pertenecer a una partida comprada a bulto cerrado a piratas del asfalto, solo así podía entenderse que se exhibieran en esa zona de escaso poder adquisitivo.
 Hurtó un adminículo como al pasar; consideró que podría llegar a ser parte de la ofrenda.
 Miró el dinero que tenía en el bolsillo:$40.-
 De comprar un vino caro se quedaría en pelotas.
 Lo que ganó durante el último hecho-el de la estación de servicio-se lo gastó en droga y putas.
 Por otra parte, encarar al chino en este momento no era adecuado, porque solo estaba armado con el sacacorchos que se guardó en un bolsillo del pantalón, luego de rasparle el código de barras.
 Un par de metros antes de la caja, ya estaba decidido:
 El acto devocional lo haría ofrendando este vino barato, pero que llevaba impresa en la etiqueta la imagen del santo matrero al que iba dedicada.
 Luego, vendría la petición.
 Cuando salió del local de rejas grises-detalle que le provocaba recuerdos candentes, que lo impregnaban de odio- se dirigió a paso lerdo hacia donde se hallaba el altar, ubicado en un cruce de rutas de zona semirural.
  Debería caminar bastante, porque se adentraba en un barrio nicol, o sea, donde no pasaban ni colectivos.
  Treinta y tres pesos y alguna moneda, era todo lo que le quedaba de las tres lucas que le correspondió por lo de la Shell, hacía quince días.
  De eso tuvo que descontar el alquiler del fierro, gasto que su socio no tuvo porque poseía arma propia.
  Seguramente había más guita, pero comenzaron a escucharse sirenas..., quizás el encargado pulsó alguna alarma.
  De todos modos, pudieron rajar limpiamente con la moto que luego abandonaron, para ingresar a la villa de a pie.
  A partir de ese momento, todo fue repartir la guita entre tizas de  merca, putas diversas y algo que le pasó a la Vero para que le compre comida y ropa al hijo de ambos,al que rara vez visita con el pretexto de que ella vive con otro macho.
  Y ahora, otra vez sin un mango, sintiéndose una rata y con ganas de conseguir de la que toma Maradona.
  Esto es lo que no tiene que pasar..., piensa, mientras su mirada se desplaza por la chatura del barrio, de casas casi tan maltrechas como las de la villa lindante, donde le presta alojamiento un amigo de la infancia que ya le dijo que se tiene que ir, porque se lleva a vivir con él a la novia y quiere que sigan siendo amigos como cuando eran guachines.
  "Tengo que estar siempre con guita. Necesito ser alguien..., dejar las giladas y meterme en algo grande.
  Pero las marrocas aprietan..."
  Este último pensamiento enturbió su reflexión, recordando las esposas en las muñecas, lastimándolo, mientras los de la gorra le decían:
  ¿Así que a vos te llaman "Patada"?...y lo cagaban a patadas en los tobillos.
  Y todo por giladas..., musita en su soliloquio.
  Algo así como un ramallazo de miedo-la lógica reacción de la prudencia ante la disposición al delito-perturba sus íntimos razonamientos.
  Conoce la cárcel y no guarda ningún buen recuerdo de ella.
  Ni siquiera le sirvió para aprender, para perfeccionarse en lo suyo:
  No pasó de cebarle mate a los carteludos, a los delincuentes de renombre.
  Se sintió muy cansado, harto de la vida que llevaba en tres meses de libertad, conseguida luego de cumplir dos tercios de la condena por robo a mano armada.
  Recordó con simpatía al Dr. Pérez Belocchio, su defensor de oficio, que en su momento, se esforzó por presentar atenuantes que morigeraran su pena.
  Se le ocurrió buscarlo para solicitarle ayuda, o sea, un trabajo decente, pero desechó la idea de inmediato: no tenía ninguna capacitación laboral y mucho menos, ganas de cavar zanjas o de hombrear una media res.
  Se recostó contra un ligustro y con el sacacorchos de mango de madera barnizada, que sustrajo del supermercado, descorchó la botella de El Mercedino.
 Comenzó a beber del pico, pensando que el Gauchito comprendería su necesidad de atenuar las inclemencias de la realidad, aunque sea con con 3/4 litro de tinto, lo que tenía a mano.
 Cuando ya había dado cuenta de casi todo el contenido de la botella, reparó en que por esa calle de tierra, apenas si vio pasar a un chico en bicicleta y a un cartonero con el carro vacío, rumbo a la recolección.
 Comenzó a caminar llevando el envase de El Mercedino vacío, pensando que el vino que supo contener era un tinto de mierda, lavado y débil, indigno del referente de su devoción.
 Después de mear contra un árbol, reconoció que su ánimo seguía igual de alicaído.Carente del impulso que brinda el entusiasmo, hasta pensó en dar la vuelta.
 Por otra parte...
 Ahora...¿Que iba a ofrendar?...
 ¿Una botella vacía?...
 ¿Se iba a visitar a un amigo llevando como presente la botella de un vino de mierda, que encima, se lo había tomado?...
 Su idea era compartir un trago con el Gauchito, ofrendarle la botella abierta con el contenido restante para que se regocije al quedarse solo y efectuar la petición. Pero no cumplió con lo que tenía previsto por ser un maldito vicioso.
 Sintió asco de si mismo y de sus circunstancias, más decidió proseguir con lo que se convertiría en una extenuante caminata, intentando que se convierta en una prueba de expiación ante el santito; ante el que fue víctima de la autoridad y logró el favor divino con su inocencia, convirtiéndose en intercesor de los perseguidos y hostigados por el poder.
 Las banderas rojas que divisó a unos metros de distancia, le anunciaron, por fin, la proximidad del altar ubicado en el cruce de dos caminos polvorientos.
 El sol, resulta difícil de soportar en esa zona baldía:el gorrito bordado con el logo de un equipo de beisbol de Minnesota, se le pega al pelo mojado de sudor.
 Por ser 8 de enero-la fecha conmemorativa del Gauchito-el altar parece tan olvidado como el entorno.
 Pensar que en Mercedes, la ciudad correntina, se juntan los fieles de a centenares de miles...
 Evoca, recordando imágenes televisivas que en su momento lo impactaron, interesándolo por esa fe que profesaban algunos amigos no recomendables del barrio.
 El resto, lo hicieron los carteludos de los que era ladero en Batán, devotos del gaucho que supo perdonar a su victimario, aunque ellos, nunca perdonaron a sus víctimas.
 Prácticamente, lo terminaron de "evangelizar" a la fuerza. Pero ahora su fe es firme, libre de presión.
 Ni un puto árbol..., piensa, mientras el sudor chorrea por su torso en cueros.
 Ni sombra, ni mínimo frescor:todo es una rasa extensión solo quebrada por el altar y sus banderas rojas.
 Siente que hasta transpiran sus piernas flacas, asomando de las bermudas de tiro corto.
 El único fiel que ve ante el santuario, se retira luego de dejar una ofrenda, consistente en un tetra de tinto-que abrió y del que se sirvió un trago-y un cigarrillo encendido que antes colgaba de sus labios.
 Era un tipo de aspecto hosco, mal trazado aún para quien esta acostumbrado a la desprolijidad y el desaceo.
 Jonathan Aguirre supuso que el susodicho vivía en la calle.
 -Hola, amigo...¿Como está el Gauchito?...
 Le preguntó,como para hablar con alguien.
 -Como siempre; bien con los de alma predispuesta, mal con los de fe podrida..., le contestó, mirando con asco la botella vacía, mientras se alejaba con paso rápido.
 -¡Andate a la concha de tu madre!..., fue la respuesta de Aguirre, aunque no le constaba que el otro la hubiera escuchado.
 Solo, ante ese santo ajeno al santoral, Aguirre se hincó y oró pidiendo auspicio para su quehacer delictivo, protección y fuerza.
 -La botella está vacía, pero sabrás comprender...
Le dijo en un murmullo cuando llegó el momento de la ofrenda, pero sin dejar de mirar el tetra de Viñas Riojanas que dejó el que se fue.
 También le dijo "sabrás comprender", cuando dejó el envase de cartón vacío luego de beberse su contenido, mientras desviaba la mirada de una imagen pequeña de San La Muerte, ubicada a un costado del altar.
 "Patada" sabía que los poderes de ambos emisarios ante la divinidad, podían complementarse, más no sabía como.
 En Batán si lo sabían...
 El tema le provocó cierto estremecimiento.
 Recordó a presos tatuados con ambas imagenes, porque cierta versión afirma que el Gauchito veneraba al Señor de la Guadaña.
 Efectuó una última mirada al altar y se disponía a iniciar el regreso, cuando algo motivó su atención:
 Una botella no abierta de Carcassonne, protegida del sol por estar bajo cierta especie de alero que poseía el altar.
 Era algo inhabitual, pero como se hallaba junto a otra que contenía un cuarto de vino, dedujo que algún devoto se cansó de brindar y le dejó la segunda botella sin abrir.
 Parecía una ofrenda reciente, con la etiqueta no maltratada por la intemperie.
 A pesar de saber la incorrección de su proceder, descorchó la botella intacta.
 Bebió un largo trago por el pico: sabía que lo estaba haciendo como si fuera cerveza; supuso que le gustaba por lo mismo que a Rodrigo: pega más, pega más...
 -Sabrás comprender...
 Le dijo al humilde gaucho correntino, entronizado en el altar.
 Soy un borracho de mierda, pensó, agregando como descargo, que necesitaba el alcohol para soportar los embates de una realidad esquiva y miserable.
 Alguna vez escuchó que este tinto era un clásico nacional y él lo trasegaba con ansias. Sin ser precisamente un catador, detectaba el cuerpo, la integridad del sabor en boca.
 Por supuesto, lo hubiera preferido frio, aunque el concepto de que los tintos se sirven a temperatura ambiente, no le era desconocido; se lo escuchó decir a un tipo bastante refinado, que estaba en Batán por defraudación.
 Pero este ambiente tiene la temperatura del infierno..., se dijo a si mismo, ya inserto en la condición euforizante de la embriaguez.
 Comenzó a sentir como una difusa alegría, cuando cierto fulgor mental, pareció aportarle un grado de súbita comprensión de su particular actitud devocional y de su permanencia ante el altar, además de exculparlo por beberse las ofrendas ajenas(y la propia).
 Se trataba de un milagro.
 Como el de Canaán, el primer milagro atribuible a Cristo:la conversión del agua en vino.
 En este caso, la efigie devocional le hacía hallar el vino que necesitaba como surgiendo de la nada.
 Como si fuera la leche nutricia de la Difunta Correa..., llegó a pensar.
 Dio cuenta del Carcassonne y se alejó del altar con paso vacilante, para mear a un costado.
 Después de liberar la plenitud de su vejiga, volvió al altar para beber lo que quedaba de la otra botella, aunque estando abierta supuso que el contenido se habría transformado en vinagre.
 En ese momento los vio:
 El tipo andrajoso de antes, acompañado por quién se presentó como el guardián del santuario, un morocho robusto de torso desnudo y sudado, que despedía un fuerte olor a transpiración rancia.
 A un par de metros, un carrito con ruedas de neumáticos y un caballo triste que mordisqueaba  el pasto achicharrado, parecía esperarlos.
 A pesar del sopor que lo embargaba, Jonhatan Aguirre consideró que nunca cumplió con nadie en su puta vida, ni con su madre, ni con una mina, ni con su hijo, ni con la ley, ni con el Gauchito Santo...
 Por lo cual, antes de desvanecerse por el golpe que el guardián del santuario le propinó en la nuca, con el mango de madera de un sobado rebenque, supo que el milagro se convirtió en castigo.


 Fuertemente amordazado y atado de pies y manos, mezclado con desperdicios diversos en la caja del carro, pudo escuchar que los del pescante hablaban, antes de perder nuevamente el sentido.
 -El saqueador de ofrendas del Gauchito, será la ofrenda para San La Muerte.
 Ya detenido el vehículo, la humanidad de Jonhatan Armando Aguirre a)"Patada", fue transportada como una bolsa de papas por los dos hombres y arrojada al barranco de un basural clandestino.
 -Lo que son las cosas..., dijo el desarrapado, las ofrendas se equiparan y se compensan.
 Cuando Aguirre recuperó nuevamente la conciencia-entre toneladas de basura orgánica descompuesta-sus ojos desorbitados observaron una estatuilla del Señor de la Buena Muerte, un esqueleto de capa y guadaña como los que se venden en las santerías, que parecía mirarlo tras sus cuencas cadavéricas.
 Mientras defecaba diarreicamente en su boxer de marca trucha, sin poder hablar ni moverse, supo que lo que le esperaba no era una buena muerte y no podía concentrarse mentalmente para orar por misericordia.
 Tampoco para pedir que su corazón estalle pronto, con alguna de las violentas palpitaciones que lo estremecían.

                                                                                         FIN

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