jueves, 19 de enero de 2012

Ciertos encuentros en la vía pública...

                                                                 ¿COMO TE VA, TUCHO?...

 Lo repetía efusivamente, rodeándolo con un abrazo de anaconda.
 Miguel intentó deshacer esa muestra de cariño equivocada: él no era Tucho.
 Se lo dijo, pero el otro no lo quería entender.
 -¡Siempre el mismo gracioso, Tucho!...
 Miguel supuso que para los transeúntes que circulaban a su alrededor, se trataba de un encuentro entre viejos amigos.
 Pero eran dos desconocidos.
 Dos individuos cincuentones, uno robusto y efusivo y el otro de apariencia débil y vacilante-Miguel-que parecían reiterar abrazos de reconocimiento.
 De ficticio reconocimiento.
 Miguel percibió algo similar a un flash mental:
 Este tipo me va a matar...
 El puñal se adentró en su vientre hasta la empuñadura, mediante un súbito movimiento profesional; salió tan rápidamente como había ingresado, debido a la canaleta sangradora que dividía la hoja del arma blanca.
 -Te lo manda Benavidez.
 Fue lo último que escuchó Miguel antes de morir desangrado, perforado como los sacos de arena en las prácticas de carga a la bayoneta.
 -¡Auxilio!...¡Auxilio!...¡Llamen al SAME que este hombre está herido!..., gritó el homicida, mientras ascendía al asiento del acompañante de una moto que lo estaba esperando, cuyo conductor llevaba un casco polarizado y aceleró rápidamente, mientras el del puñal se colocaba un artefacto similar.
 Un corrillo de peatones estupefactos, rodearon de inmediato al caído, llamando al 911 desde sus celulares.
 Entre ellos, un cincuentón de aspecto débil y desgarbado miraba fijamente al muerto.
 -Vamos, Tucho, se ve que es tarde para ayudarlo, no tenemos nada que hacer aquí, no seamos morbosos. Que en paz descanse.
 Le dijo la mujer de mediana edad que se hallaba a su lado; gorda, de presencia descuidada y poco pulcra.
 Insistió, hasta que el hombre desvió la mirada del cadáver.
 Cuando escuchó que un testigo dijo que al occiso lo llamaron Tucho, pensó que los sicarios de Benavidez se equivocaron nuevamente.
 Le dio el brazo a la mujer y se alejaron con paso rápido.
 Pobre tipo..., musitó con un sentimiento de compasión, no exento de crispado regocijo.
 Pero el alivio que sentía fue breve:
 Sabía que no hay dos sin tres y que la tercera es la vencida.

                                                                     FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario