miércoles, 9 de marzo de 2011

Pienso que a pesar de que pueda vulnerar...

fuentes de trabajo, el sticker colocado en algunos bares impidiendo la entrada de vendedores ambulantes, puede ser conveniente.
Los invito a leer la siguiente pieza de narrativa breve que integra el libro que titula el blog.


                                           PROHIBIDA LA VENTA AMBULANTE

El fornido vendedor ambulante circulaba entre las mesas del bar, con un bolso terciado sobre la campera, ropa limpia y ademanes amables.
-¿Lo conocés?...
Le preguntó el adicionista a uno de los mozos.
-Nunca lo vi.
-Entonces, rajalo.Mostrale el cartel en la puerta.
El autoadhesivo indica: PROHIBIDA LA VENTA AMBULANTE EN EL LOCAL
El mozo cumple con la indicación.
"Esta bien, ya me voy", le contesta el vendedor.
El mozo se encogió de hombros y se dirigió a atender un pedido.
El vendedor, retiró la mercadería dejada en tres o cuatro mesas y dejó el local.
Pero omitió llevarse el articulo dejado en la mesa de un individuo, concentrado en la revisión de una carpeta con facturas.
El hombre, de unos cincuenta años y aspecto formal, tardó unos minutos en reparar en el objeto esférico que se hallaba sobre su mesa.
Comprendió que se trataba de un olvido del vendedor, al que no le prestó ninguna atención durante el ofrecimiento del producto.
Le intrigó cual podía ser el uso de la esfera plástica, pero se hallaba apurado. Decidió guardarse la obvia chuchería en un bolsillo del sobretodo que se colocó al salir.
Solo en su despacho, en plena jornada de trabajo jerárquico, la fugaz distensión de una pausa para beber café le hace recordar el objeto.
Extrae la esfera plástica del sobretodo, colgado en un perchero Thonet.
La recordaba amarilla:
Ahora es roja.
No es de hablar en voz alta estando solo, pero dice para sí mismo:
-Era amarilla...
Ahora tocarla le provoca una desagradable impresión.
Distingue que está compuesta por dos mitades unidas mediante un sistema de rosca.
-Era amarilla, repite como para convencerse de que no desvaría.
Desenrosca las mitades.
Una figurilla indescifrable, que le recordó las de los chocolates Kinder que le compra a sus hijos, pero en versión asquerosamente malsana, cae sobre su escritorio.
El hombre suelta las semiesferas y se lleva las manos a la garganta como si quisiera expandirla, buscando aire.
Sale de su despacho boqueando agónicamente, ante el horror del personal.
De inmediato, parece derrumbarse sobre el piso, su rostro congestionado contra la moquette.


Mientras dos paramédicos se llevan en una camilla el cuerpo tapado por una sábana, un empleado le pregunta a la llorosa secretaria:
-¿Fue un infarto?...
-Edema de glotis. Se asfixió..., contesta la joven entre sollozos.
-¿Por que le pasó?...
La secretaria hace un gesto de desconocimiento.
Sobre el piso del despacho de quien había sido su jefe, se hayan esparcidas las dos mitades de la esfera roja.
Donde estuvo la figurilla, el cristal del escritorio muestra una significativa mancha que parece diluirse, pero aún conserva un llamativo color amarillo.

                                                                     FIN

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