martes, 15 de febrero de 2011

Leí la notable novela Cien días, de Lukas Bärfuss..., se trata de

una historia de amor de apasionada sensualidad, serpenteando en la Ruanda previa al genocidio; luego, cierta locura del protagonista-un cooperante suizo-ensamblada en la locura colectiva de cien días de matanza, de furibundo deseo de matar.
La obra nos remite a otra variante de la banalidad del mal, generalmente, en manos de agentes, funcionarios y una burocracia adscrita a la obediencia debida sin capacidad o/y intensión de reflexión critica.
Ruanda fue otra cosa: el exterminio de un sector de la población por parte de otro, con machetes y garrotes y difusas motivaciones etno-tribales con correlato económico, azuzada a través de la radiofonía en la ejecución de algo así como un pogrom monumental, la madre de todos los pogroms.
Agreguemos, la falta de respuesta de la comunidad internacional, con sus pulcros cooperantes asépticos y sus cascos azules ineptos o sin capacidad operativa.
Claro, luego vino Sierra Leona y sus diamantes de sangre, Liberia, los femicidios con violación colectiva previa que son pan diario en cierta zona de la República Democrática del Congo...
No hablemos de los horrores del GIA en Argelia, enarbolando el integrismo islámico.
Todo eso en África desde los noventa hasta ahora.
¿Hay un componente maldito en su genoma continental-valga la metáfora-o es el primigenio de la especie?...
No nos olvidemos que fue en África, donde el homínido se convirtió en algo parecido a lo que somos.
Por parte de los "caucásicos", también podemos recordar una larga lista de atrocidades; si hablamos de los noventa, empecemos por Bosnia, pero eso sí, los machetes y las azadas no eran los útiles de la masacre empleados protagonicamente; es en ese sentido tecnologicamente prístino, donde los africanos se destacan aunque tengan Kalasnikov y lanzagranadas, siempre tienden a la mutilación artesanal, a devastar el físico del otro con un denuedo que parece obedecer a un mandato atávico. Por otra parte, no podemos compararlos con un grupo de torturadores procesistas, o llegado el caso, profesionales; No: poblaciones enteras se dedicaron a estos menesteres con tanta o mas fruición que los diferentes y trastornados contingentes milicianos.
En fin, veamos Ruanda hoy, un país estable que parece progresar, mientras los victimarios de ayer se hallan reintegrados en el quehacer de la nación, habiendo edificado tapias mentales en derredor a su pasado que resultan de difícil efracción.
Por supuesto, la Corte Internacional de La Haya ha juzgado a un pequeño grupo de participantes e instigadores de la matanza, pero decenas de miles que tuvieron participación en la misma de un modo u otro, se desplazan tranquilamente por los senderos del país, cuyo actual presidente se apellida Kagame...,humm, respecto a esto...¿Aún no han tenido bastante?...

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