domingo, 12 de diciembre de 2010

El Palacio Barolo se yergue con inpertérrita majestad...

sobre la Avenida de Mayo, albergando oficinas y despachos diversos, pero no nos olvidemos que fue construido con cierto concepto sacro, de disimulado templo.
Les presento la siguiente pieza de narrativa breve incluida en el libro que da titulo al blog.

                                         EL BAROLO


 No tenía un buen concepto de si mismo; tampoco de los demás.
 Trabajaba en el Palacio Barolo en tareas contables, rutinarias, en una oficina de los pisos inferiores del edificio.
 Era afecto a la soledad, al resentimiento, al ahorro mediante cálculos infinitesimales, a la negativa ante algún pedido de favores.
 El hecho de estar haciendo horas extras un sábado por la tarde en pleno febrero, en el interior de la magnifica obra del eclecticismo arquitectónico porteño, virtualmente sin actividad en sus dependencias, era apenas anecdótico. Empleado antiguo y de confianza, se hallaba autorizado por la administración para trabajar en horarios inusuales.
 No llegó a comprender el porque de ese cansancio repentino y abrumador, que lo llevó a interrumpir su tarea y recostarse en el sillón de tres cuerpos de la recepción. De todos modos, se hallaba solo.


 El sueño era horroroso: entes informes, con leves referencias humanas, intentaban cazar a individuos desnudos -hombres y mujeres- mediante aguzados tridentes.
 Cuando eran alcanzados -lo que sucedía siempre- parecían padecer una atroz agonía entre el fuego de la brea ardiente y el olor a azufre...
 Supo que se trataba de un sueño e hizo denodados esfuerzos por despertar, dado que él era uno de los humanos desnudos que intentaban escapar del alcance de los tridentes.
 Aunque la resistencia era inútil: los entes empleaban el arma con precisión de consumados gladiadores.
 Sus risas eran aterradoras, de inconcebible ferocidad.
 Transpirado como si hubiera estado en un baño turco sintió que emitía un grito, pero sus cuerdas vocales solo respondieron con un susurro.
 Se pellizcó sin saber si seguía el sueño; por el dolor que sintió, supuso que había despertado.
 Pero los bultos con sus tridentes se acercaban...
 Interpretó que no era un sueño, era una visión y de las visiones no se despertaba...
 En su época de estudiante leyó a Dante Alighieri, intuyó que el piso donde se hallaba correspondía al Séptimo Círculo, ese estrato de horrible condenación para los asesinos.
 El no lo era, pero reconocía que lo suyo era la avaricia medular, plena, que lo sumía en el estreñimiento para no desprenderse de su caca, porque era SU CACA.
 Justamente, el Infierno del Dante también se tragaba a los avaros.
 No conocía demasiado sobre el arquitecto Palanti -el Barolo fue su opus magna, basada simbólicamente en la Divina Comedia- pero visualizó su rostro descompuesto, antes de que un  tridente le apuntara al hígado para proseguir un suplicio que sabía duraría eternamente.

 El cadáver fue encontrado por los de maestranza.
 Dictamen médico:
 Infarto masivo de miocardio.
 Al lado del cuerpo, se hallaban esparcidos folletos de un lujoso club vacacional, cuyo logotipo era un tridente.

 "Siempre pasaba las vacaciones en su casa y ahora que vino a ganar un viaje con estadía en el Club Med le viene a pasar esto...", le comentó uno de los empleados de maestranza a su mujer durante la cena de esa noche, mientras unía ambas manos en un gesto que implicaba la vulnerabilidad humana ante el destino aciago.
 -Vos me dijiste que era un amarrete de mierda...
 -Si, me enteré que estaba amargado porque el premio era intransferible: no lo podía vender y guardar la guita en el banco o bajo el colchón. Además, era all inclusive, pero no le cubría el remís a Ezeiza...
 -Ese, seguramente, no va a descansar en paz..., dijo la mujer.

                                               FIN

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