lunes, 3 de agosto de 2015

MOZOS INTERCEPTORES

 Quizás, aprovechó un descuido en el sistema establecido para proceder ante estos casos, una debilidad del mismo o la humana laxitud de disminuir la atención, cuando se trata de actividades cotidianas sin usuales inconvenientes. Lo cierto es que el intruso comenzó a recorrer la elegante confitería palermitana ubicada sobre la avenida Santa Fe, mientras interpelaba a los parroquianos mediante un lenguaje soez.
 Presuntamente, se trataba de un vendedor ambulante que ofrecía su imprecisa propuesta mercantil de modo desconsiderado, pero el aspecto del mismo daba a suponer algo aún más inquietante. Cubierta su testa por la capucha de un jogging oscuro, su rostro aparecía lo suficientemente sombreado, como para acrecentar la mueca desdentada y feroz que era su impronta.
 El individuo, golpeaba las mesas con sus manos plenas de mugre, mientras vociferaba frases aisladas imposibles de descifrar en su significación.
 Los clientes amagaban con protestar, pero la mirada del sujeto les indicaba que ante la locura, la razón se rinde, de no hallarse respaldada por la suficiente fuerza disuasoria.
 La que no se hallaba cerca, dado que los mozos, estaban distribuyendo comandas en el amplio local y los de la caja y el mostrador, no se percataban de lo que ocurría tras un recodo del salón.
 Fernando Bermudez Ciocca, sentado ante un café que no concluyó de beber, percibió el sentimiento de indefensión que suele impregnar la sensibilidad de los cuerdos, cuando detectan que su estructura cartesiana se enfrenta al discurso del orate; a ese esquema, que franqueó los límites del raciocinio y la lógica para exponer la permeabilidad que les cabe.
 Miedo..., pensó el hombre que disfrutaba de la negra infusión en soledad: la locura ajena genera miedo. Es dable interpretar que la propia, también puede producirlo en quién la padece o afronta, agregó a su reflexión.
 Cuando el loco se bajo la capucha y lo miró con fijeza, Fernando entendió que estaba perdido. El insano ya no hablaba, pero su mirada desorbitada parecía expresar un propósito homicida, como si estuviera recibiendo un mandato mental, que lo urgía a proceder a la eliminación de ese desconocido que bebía café.
 Fernando gritó con toda la fuerza que sus pulmones le pudieron proporcionar, por lo que que los mozos abandonaran bandejas y pedidos y concurrieran raudos en su auxilio. Pero a pesar de desplegar un operativo de interceptación del demente, el mismo se escabulló con ligereza y logró acceder a la calle para perderse en el tráfago urbano.
 El encargado del sitio, lo asistió solícito y lo dispensó, debido al mal rato pasado, de abonar la consumición.
 Bermudez Ciocca, se sintió reconfortado por la actitud adoptada por el responsable del establecimiento, que le pareció una muestra de respeto hacia el cliente propia de la época de su niñez y juventud, varias décadas atrás.
 Después de estrechar la mano del hombre que se mostró tan gentil, salió del lugar con el paso cansino que le proporcionaba su artrosis de rodillas de larga data, causa de molestias y dolores al caminar.
 Pero las dificultades para desplazarse, no eran el motivo de su preocupación al retirarse del café, sino el recuerdo de los ojos que estuvieron enfocados en los suyos. Estimó que nunca podría olvidar la mirada del loco, que pareció identificarlo como el objetivo a eliminar a pesar de ser ambos dos desconocidos.
 Su domicilio era cercano, pero una sensación de malestar íntimo, lo motivó a detener el primer taxi libre a su alcance, para que lo trasladara las pocas cuadras que lo separaban de su casa.
 Intentó relajarse durante el breve trayecto, pero el recuerdo de esa mirada de depredador primitivo fija en la suya, pareció trastornarlo y le generó un pavor visceral. Incluso, la descubrió en el espejo retrovisor del vehículo: pertenecía al chofer, que cubrió su cabeza con la capucha del jogging oscuro que vestía y aceleró la marcha del automóvil pintado de amarillo y negro.
 Bermudez Ciocca, pasó ante su casa sin que el conductor finalizara el viaje. De nada valieron sus gritos y amenazas de denuncia.
 Cuando intentó obligarlo a detenerse propinándole golpes, no llegó a aplicar siquiera el primero, porque los ojos a través del espejo lo inmovilizaron como la cobra al pequeño roedor, quitándole la voluntad de proceder.
 El tipo no habló en ningún momento, pero si evidenció un rudimento de sonrisa en su boca desdentada.
 Fue cuando Bermudez Ciocca, intentó en su desesperación arrojarse del auto en marcha, para descubrir que las puertas se hallaban trabadas sin que pudiera abrirlas.
 También sonrió cuando con un manotazo, hizo volar el celular del pasajero que se disponía a solicitar ayuda, mientras la otra mano siguió aferrada al volante.
 Cuando el agredido sintió que su ánimo de resistir comenzaba a flaquear, así como su corazón a palpitar descoordinadamente, lo que a su edad podría implicar riesgo cardíaco, el conductor del taxi viró hasta retomar el camino ya andado.
 Al poco tiempo, se detuvo ante su casa, en la vereda de enfrente.
 Fernando escuchó el sonido del seguro de la puertas al destrabarse. Con la celeridad que pudo conseguir dada su patología articular, abandonó el vehículo para cruzar la calzada y buscar refugio en su domicilio.
 La locura es imprevisible..., pensó, por lo que ser rehén de un loco, quizás depara más posibilidades de salvación, que las que implica hallarse cautivo de quienes proyectan una finalidad racional a su acto. Esta fugaz reflexión, le provocó un sentimiento de alivio mientras se hallaba en medio del asfalto, rumbo a su vivienda ubicada a pocos metros.
 Ese fue el momento en el que el taxi, arrancó bruscamente al darle paso el semáforo. Quién lo conducía, embistió de modo intencional al hombre que por sus dolores de rodillas, aún no había podido acceder a la vereda de enfrente.
 Antes de colisionar con su cuerpo lesionado por el golpe, el parabrisas del auto, Fernando Bermudez Ciocca pudo distinguir con horror la mirada del orate clavada en la suya. Parecía confirmarle lo imprevisible de la locura, de un proceder que anula toda decodificación conceptual.
 A diferencia de los mozos interceptores, la policía capturó al alienado antes de que se diera a la fuga luego de la consumación del hecho.Ya estaba siendo buscado por el reciente homicidio de un taxista -mediante ataque con una llave inglesa de hierro- al que le había sustraído el vehículo para de inmediato huir con el mismo.
 Testigos presenciales de lo ocurrido, manifestaron que entre un cúmulo de incoherencias, balbuceaba que tenía una urgente misión por cumplir.

                                                               FIN




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