martes, 5 de mayo de 2015

HÉROES Y SOMBRAS

 -¡Arrancá!...
 La frase era imperativa, terminante, habida cuenta de que era sustentada mediante la presión de una pistola sobre su flanco derecho.
 El individuo que lo amenazaba, había ingresado a su automóvil segundos antes de que pudiera pulsar el cierre centralizado, para ubicarse en el asiento del acompañante y apretar él, la tecla que trababa las puertas.
 No se trataba de un robo, estimó Julián, sino de un secuestro.
 Seguramente, después aparecerán los cómplices..., agregó a su intento de interpretar  la situación.
 Decidió proceder como el militar de carrera retirado, condecorado por sus actos de servicio en Malvinas, que estimaba eran la impronta de su identidad vital.
 Pero algo se quebró en su determinación, al ver la Browning 9 mmts. amartillada, pronta a reventarle los riñones. Monte Longdon, Wireless Ridge..., cruzaron su mente de modo fugaz, junto a otras imágenes de la contienda austral.
 Observó el rostro del delincuente, que llevaba un gorro encasquetado a los fines de disimular su fisonomía. La mirada desorbitada del paquero y el temblor de su diestra, lo convencieron de que se hallaba ante un imbécil que no respondía a mando alguno y lo iba a matar sin contemplaciones, sin noción de costo-beneficio, solo ligado al amasijo de mierda que era su cerebro trastornado por la droga.
 Peor que el 3er. regimiento de paracaidistas británicos, que los propios gurkas..., consideró, ya  inmerso en el terror a morir en forma asquerosa, a manos de ese residuo social.
 Él, que vivió el espanto del cañoneo desde los buques y soportó las penurias del combate, sentía miedo ante el extravío de un joven drogadicto.
 -Llevate todo pero dejame bajar..., le dijo en tono trémulo, en vez de arrancarle los ojos tal como inicialmente tenía pensado.
 No podía reconocer su voz. En un lapso mínimo, había adoptado lo que en su consideración, era una actitud de puto.
 La respuesta del intruso que se hallaba a su lado, fue...
 -¡Arrancá o te quemo, gato!...
 Como lo imaginaba, el solo hecho de efectuar los movimientos para encender el motor, generó que el descerebrado que tenía a su lado accionara el arma con su mano temblorosa.
 Solo dos disparos..., antes de que el siguiente proyectil se encasquillara y le impidiera vaciarle el cargador.
 Impactado en el bajo vientre, sintió que sus vísceras eran perforadas provocándole un dolor atroz, tal como en la guerra le ocurrió a otros cerca de él.
 Mientras sus neuronas se iban apagando como spots de la cartelera de espectáculos de la vida, abjuró de su comportamiento, pero también reconoció íntimamente que tuvo miedo a morir destripado, como le estaba ocurriendo.
 Quizás los héroes tienen los pies de barro..., pensó en un intento por reconfortarse, pero de todos modos, murió sintiéndose cobarde en un episodio de inseguridad urbana, a pesar de haber combatido con denuedo y coraje en la guerra de la que pasaron más de treinta años.
 Su agresor, ya había descendido del auto y se había desprendido de la pistola cuya numeración se hallaba limada. Como absorto por el desenlace de lo ocurrido, subió rápidamente al vehículo de apoyo que lo esperaba con sus cómplices a bordo.
 -El chabón se hizo el héroe y lo tuve que cuetear..., le dijo a sus secuaces para justificar el resultado de su delito: un celular robado al que rápidamente le quitó el chip y un muerto en ocasión de robo, agregado al magro botín.
 El que oficiaba de chofer y su acompañante, cruzaron cierta mirada, que el homicida percibió cargada de amenazas e implícito desprecio hacia su persona.
 Sintió un miedo visceral, que trató de disimular mediante una risita nerviosa. Recordó que se hallaba desarmado.


                                                                 FIN




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