jueves, 25 de junio de 2015

EN LA VÍA PÚBLICA

 En que consiste el producto que promueven con denuedo, con una insistencia casi maniática que obvia al transeúnte que ignora la propuesta, para de inmediato, abordar a otro que como el anterior tampoco accede al requerimiento, le genera una curiosidad que la define como malsana.
 Al menos, desproporcionada en relación a la entidad del asunto.
 El mismo resulta tan prosaico, como observar a tres promotoras flaquitas y sin ningún atractivo físico, en pleno esfuerzo por conseguir suscitar la atención de los peatones que circulan por ese cruce de avenidas principales, ubicadas en el primer cordón del GBA.
 Ángel Ramón Peluffi, sentado desde hace cerca de dos horas frente al ventanal del caracterizado bar de la esquina, no consigue interpretar como no logran hacerse escuchar aunque sea por uno solo, de los interceptados en su paso.
 Como jubilado ya veterano, Peluffi emplea sus mañanas en leer el diario en el establecimiento, acompañado por un café con leche y tres medialunas, dos de manteca y una de grasa, todo degustado con la parsimonia del ocioso añoso; del que ya no necesita justificar ante si mismo o/y los demás, su carencia de preocupaciones en torno al sustento y la actividad remunerada. 
 Don Ángel, como lo conocen en el barrio, dedica unos segundos a confrontar mentalmente su situación de beneficiario de un haber jubilatorio más que decoroso, con el estipendio potencial que pueden llegar a percibir estas chicas, que trabajan con tanto esmero y ni se aproximan a los resultados buscados.
 Piensa, con alguna nostalgia dedicada hacia ese mundo perdido, que cuando él trabajaba en Segba las mujeres no realizaban tareas promocionales en la vía pública, así como no recordaba que lo hicieran muchos del sexo masculino. Es cierto que existían otras cosas, como los hombres-sandwich de la calle Florida, pero eran excepciones.
 Viudo desde hace más de un lustro, saludable y lúcido en relación a sus ochenta y tantos años, Don Ángel vive solo sin inconvenientes, ayudado por una empleada doméstica de confianza y por su familia, cordial y no invasiva, que le anticipa sus visitas y no lo abruma con excesos de consideración, así como tampoco con actitudes subestimativas debido a su edad.
 Mira su reloj, el Longiness a cuerda que había sido de su padre, fallecido en el '54, para comprobar que superó su tiempo usual en el café, magnetizado por el desperdicio laboral de las esforzadas promotoras, que a pesar de los nulos resultados siguen dando muestras de entusiasmo en su quehacer.
 Peluffi, considera que la carencia de atributos físicos destacables, no puede implicar de modo tan radical semejante fracaso en la actividad que les atañe. Le llama la atención que abordan a la gente solo con la palabra, sin mostrar ningún volante, ninguna tarjeta o folleto.
 Quizás esto influya en que no les presten atención..., estima, mientras llama al mozo para abonar la consumición.
 Decide retirarse y develar el misterio: él se detendrá a escucharlas cuando lo intercepten, habida cuenta de que lo hacen con toda persona que pasa ante ellas, sin distinción de aspecto, sexo o edad.
 Próximo a salir, reflexiona que podrían pertenecer a alguna secta proselitista, lo que sin duda justificaría  la desatención general. Pero no lo cree, porque en ese caso insistirían con los viandantes que pudieran demostrar una mínima vacilación en el rechazo, en vez de pasar de inmediato al siguiente.
 En la calle, observa que los rostros de las tres parecen presentar ciertos rasgos idénticos, como si fueran hermanas; sus fisonomías, por otra parte, considera que parecen remitir a una juventud enrarecida por la potencia de una experiencia tan medular, que superaría la que los años le aportaron a él.
 Extremadamente delgadas, las tres parecen anoréxicas, como manojos de huesos insertos en buzos  y pantalones de jogging negros. LLevan el mismo atuendo, solo diferenciado por los colgantes que penden entre sus pechos planos.
 Una lleva el que representa la figura estilizada de un ovillo de lana. Otra, un antiguo huso de hilar, mientras que la tercera, se adorna con la reproducción de una amenazante tijera abierta.
 A diferencia del comportamiento que manifiestan con los demás, a él lo rodean las tres sin hablarle, solo distendiendo sus labios en sonrisas que tienden a la mueca.
 Ángel Peluffi quiere seguir su camino, huir, no permanecer al lado de esas promotoras esquivadas por tantos y a las que ya les adjudica una oscura significación.
 Las tres lo persiguen al grito de...¡Señor!...¡Señor!..., mientras él apura el paso al ritmo más rápido que le permiten sus rodillas artrósicas. En una actitud decididamente irrespetuosa, le dan pequeños toques en sus hombros como para que se detenga; sin miramientos, hacen repiquetear sus dedos huesudos como si ejecutaran una percusión tendiente a lo sombrío.
 El hombre se detiene agobiado, como despojado de la vitalidad vigente hasta unos minutos antes.  Ellas se retiran..., parecen fusionarse con el tráfago urbano y desaparecer.
 Peluffi, que no sufre de EPOC, siente como si algo muy pesado le dificultara respirar.
 Desea pedir auxilio, pero todos los que circulan a su alrededor parecen hacerlo muy rápido.
 Dificultosamente, extrae de un bolsillo el celular para comunicarse con su hijo, su hija o alguno de sus nietos. Con cierto horror no exento de resignación, descubre ante la lista de contactos del teléfono, que no recuerda los nombres de ningún miembro de su familia; de todos modos, nadie figura en la agenda.
 Ángel Ramón Peluffi reinicia la caminata por su barrio, que le resulta absolutamente extraño, tanto como la gente con la que se cruza. A la vez que recordar su propio nombre, le exige un esfuerzo mental desmesurado, por lo que acepta su olvido ante la presunción del inicio de una etapa, en la que quizás las identidades persistan desprovistas de las referencias consabidas.
 Será cuestión de acostumbrarse..., piensa ante lo que percibe como inevitable, en una apelación al mismo pragmatismo, con el que orientó su vida anterior ante todas las contingencias.


                                                                     FIN









  

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