lunes, 3 de noviembre de 2014

ARTE ÍNTIMO

 Sus sesenta y dos kilos de peso, distribuidos en un metro setenta y cinco de estatura, armonizan con la práctica entre gimnástica y coreográfica, que realiza cual arte íntimo durante la defecación.
 Erguido sobre la loza del wc, se acuclilla e incorpora siguiendo el ritmo excretor de sus intestinos, acompasados sus movimientos a una especie de diapasón orgánico, que hasta acompaña el fragor flatulento con gracia y flexibilidad.
 Se siente vitalmente bien, al adjudicarle una impronta de creatividad al acto fisiológico que para miles de millones de seres humanos, no significa nada más que una insoslayable función animal.
 Evasor del lugar común y de lo consabido, afirma la singularidad de su presencia en el mundo, justamente, donde la inmensa mayoría de la humanidad pretérita y contemporánea se hermana en el proceder convencional.
 Con los años, accedió a un virtuosismo de ejecución, como ser la posición de la garza, sosteniéndose sobre una sola pierna y aleteando como la grácil ave. También la del colibrí, en la que arremete con pequeños saltos mientras sus deyecciones caen y borbotean en lo que él denomina el estanque, así como otras coproestilizaciones plenas de atlético equilibrio sobre el tan banalizado inodoro.
 Hombre de naturaleza pudorosa, de formada opinión sobre que concierne al ámbito público y que al privado, nunca se le ocurrió, en los tiempos virales de Internet, difundir sus peculiares acrobacias.
 Su satisfacción, emana de la propia genuinidad de su secreto.
 Ciertamente, el tan simple bajarse los pantalones, sentarse y evacuar, no es lo suyo.
 Su práctica requiere despojarse de ropa de la cintura hacia abajo, así como hallarse descalzo y verificar la ausencia de toda sustancia que pudiera resultar resbaladiza. Tampoco es algo apto para baños públicos o de utilización circunstancial, sino para ser realizado en el baño domiciliario o en los de hospedajes donde se encuentre instalado transitoriamente.
 Al elevarse en un calculado salto, que se sincroniza con la caída de los que él denomina "testimonios viscerales", aunque para el resto de los mortales sean simplemente soretes que solo merecen atención cuando existe un cuadro patológico, recuerda como comenzó todo.
 En la pubertad..., se dice a sí mismo, como tantos comportamientos secretos...
 Emplea un tono de voz muy bajo, aunque desde que se divorció, no comparte el departamento donde vive y nadie podría escuchar que accede a esa dispensa de la idiotez y hasta de la locura, que proporciona la soledad.
 Se acuclilla en función de realizar un nuevo salto, ante la sensación inequívoca de que otro "testimonio visceral", se abre camino en su recto rumbo al estanque. Lo acompaña como en ingravidez entre el techo que nunca roza y el inodoro del que despega, haciendo alarde de excelencia en el acto.
 Como en un destello mental, percibe que algo se alteró en su organismo y que su proeza no culminará como fue ideada.


 Despatarrado sobre el embaldozado del baño, siente que a pesar de haber preservado su cabeza durante la caída, se halla próximo al desmayo.
 Como ex-estudiante de medicina que abandonó la carrera en un nivel avanzado, estima que puede padecer las consecuencias de un reflujo vagal, que haya agudizado su tendencia a la hipotensión hasta la bradicardia.
 Sin poder incorporarse y aterrado ante la posibilidad de que le sobrevenga un síncope defecatorio, observa antes de perder el conocimiento, como su opus magna concluyó con oprobio: dos soretes, cayeron fuera del estanque que debía recibirlos como ofrendas, entre sus movimientos estilizados; los mismos que habían logrado en su proyección estética, convertir la elementalidad del cagar en un arte íntimo, como tal, nutrido de un misterio en su expresión que puede considerarse de raíz poética.


                                                                         FIN

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