lunes, 1 de septiembre de 2014

LA DANZA SIN NOMBRE

 Era lo que siempre hacían para sentir calor, en ese tiempo glacial, cuando el fuego hurtado al rayo se apagaba y cundía la aflicción en la caverna porque no lo sabían generar.
 Saltar, golpearse el pecho y los flancos, mover con intensidad brazos y piernas.
 También se acoplaban frenéticamente machos y hembras, los cuerpos desnudos untados con grasa animal, para lograr atenuar esa temperatura cruel que podía matar.
 Pero él se halla solo en otra cueva, perdido de los suyos en esa malograda partida de caza, a la espera de que llegue la mañana si el frío brutal no interrumpe su existencia.
 Sin mujeres para cubrirlas con su cuerpo, sin fuego ocasional, sin alimentos; solo con un trozo de hielo para lamer y calmar la sed, mientras el miedo se acrecienta ante la oscuridad de la profundidad cavernosa y el silencio.
 Recién asomado a la adolescencia y ya padre de dos hijos, sin conocer el concepto de paternidad ni genealogía, dado que ambas condiciones no son individualmente discernibles, probado su valor en la actividad venatoria ejercida con piedras sin pulimentar, tiene conciencia de que puede morir sin que hallen su cadáver y su gente no podrá enterrarlo orientado al poniente.
 Piensa que ocurriría entonces, cómo podría acceder a la zona templada prometida luego de la muerte, si no se cumple con el escueto procedimiento. El hombre viejo de la tribu, de unos veinte años, el jefe natural que los guía y protege, nunca le dijo que sucede en esta situación, quizás por ser parte del conocimiento intransmisible que solo el hombre viejo puede detentar.
 Prosigue con sus movimientos vivos dispuesto a ejecutarlos hasta la extenuación, pero percibe algo indefinible: una idea.
 Se acerca a la boca de la cueva, a pesar del riesgo que conlleva ser detectado por las bestias, incluso el oso reverenciado, que el hombre viejo identifica como el antepasado común.
 Donde la luna ilumina un claro del duro suelo, a la entrada de la formación pétrea, prosigue esa actividad de calentamiento, pero agregándole un matiz de expresión que se escinde de lo funcional, para enunciar corporalmente la angustia de su soledad y su desesperación, ante el posible destino de sus restos condenados al olvido.
 En sus desplazamientos, eleva los brazos en un mudo clamor, como para solicitar la atención de un estrato superior que le resulta indefinible, pero al que intenta propiciar en su total orfandad.
 Estima que quizás se trata del oso original, humanizado en su carácter emblemático, que interviene eternamente en los ciclos de final y alumbramiento.
 Incrementa el ritmo del derrotero que siguen sus pies, hasta que el cansancio se impone, pero recuerda lo realizado como un diagrama circulatorio que debe permanecer grabado en su mente.
 Descansa un breve lapso y vuelve a ejecutar ese despliegue de movimientos, ya no inconexos sino idénticos a los anteriores y cargados de una energía significante, que proyecta su ansiedad en una estilización ajena a lo instintivo, a lo puramente animal.
 Hasta le parece percibir cierta alegría, como resultado de la creación corporal que reitera durante la noche inclemente. Solo, desamparado bailarín bajo la luz de la luna, sin saberlo. Alienta el deseo de transmitirle a los demás, su suma de movimientos coordinados al ritmo de una música aún no creada, puramente mental.
 No falta mucho para el alba y sigue con su danza olvidado del hambre y el frío, como en estado de trance, cuando detecta la presencia amenazante por el olfato: el hedor que emanan las fauces del poderoso depredador.
 Los dos leones cavernarios, no le dan tiempo a reaccionar e interrumpen la coreografía primigenia con su ataque, para desgarrar la carne del que danza sin saberlo y proceder a devorarlo.


 El pequeño núcleo tribal al que pertenecía, guiado por el hombre viejo, trató de buscarlo en las inmediaciones de su hábitat. Al no hallarlo ni encontrar su cadáver, fue rápidamente olvidado en la memoria de esos cazadores recolectores, acostumbrados a la brevedad de una existencia caracterizada por lo precaria y que a su vez, generará que ellos mismos, mueran sin haber tenido conciencia del danzar.


                                                              FIN


  

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