jueves, 23 de enero de 2014

ELLAS O NOSOTROS

 El asco, era un sentimiento que Luis María Barros Luco, consideraba extinguido en su emotividad, cuando descargó con violencia el diario plegado que sujetaba con su diestra, sobre la mesada de mármol veteado.
 Ese fue el inicio de una secuencia de golpes certeros, que ocasionaron la muerte de tres cucarachas adultas, de la media docena que halló circulando sobre la superficie de pulido material.
 También divisó algunas crías que se escapaban frenéticas, ante esa furia que les impediría crecer lo suficiente como para reproducirse y cumplir el mandato correspondiente a su estructura biológica.
 Luis María arrojó el diario al recipiente de desperdicios, mientras consideraba las virtudes del cebo cucarachicida distribuido el día anterior en toda la cocina.
 Las expulsa de su nidos en estado de confusión..., pensó, convirtiéndolas en fáciles presas, desprovistas de capacidad para desarrollar el comportamiento furtivo propio de su especie.
 Condenadas a morir...
 Aún sin mi intervención directa, morirían por envenenamiento, tal como especifican las instrucciones del producto.
 En ese sentido-Luis María amplió el alcance de sus pensamientos-quizás les proporcione con los golpes un final sumarísimo que resulta casi piadoso, en comparación con la muerte lenta del veneno.
 Se consideró un estúpido, por aplicar un criterio humanista al exterminio de esos bichos invasivos, no invitados a compartir su mesa y su pan.
 Cuando nuevamente se halló ante la mesada, luego de buscar un trapo rejilla, un envase de lavandina y una pala a los fines de limpiar los restos de los insectos, la escena que presenció lo sumió en la estupefacción.
 Los negros cadáveres de adultos y crías..., habían desaparecido.
 Reparó en que no transcurrieron más de cinco minutos, desde que fue al lavadero a retirar los elementos de limpieza y retornar a la cocina.
 Suponer que sobrevivieron a los aplastamientos le pareció inconcebible; incluso, el papel de diario quedó pegoteado con trozos de las cucarachas.
 De todos modos, la mesada no se hallaba como si la matanza no hubiera ocurrido: ciertos minúsculos montículos concéntricos, producidos con una sustancia irreconocible de aspecto minimamente pétreo, parecían proyectar un oscuro sentido representativo a su edificación.
 Barros Luco, se dirigió presuroso al dormitorio a los efectos de buscar una lupa, para observar con detenimiento el sitio donde las cucarachas fueron masacradas.
 Al regresar a la cocina, alcanzó a ver como una docena de ovalados ejemplares negros de tamaño mediano-aquellos que combatía con fervor-efectuaban cierta trémula coreografía en torno a esos pequeñísimos mojones.
 Ante su atónita presencia, los bichos desplegaron un alineamiento que parecía marcial; como la disposición ceremonial de un ejército indiscernible..., para posteriormente arrojarse al vacío, de a uno por vez, en una posición que indefectiblemente los hacía caer de espaldas sobre el piso cerámico, las múltiples patas agitándose en el estertor de un final buscado voluntariamente.
 Luis María, impresionado por el descubrimiento de lo que podía ser una inteligencia exógena, interpretó que los sobrevivientes se suicidaban por haber sido vencidos, luego de ejecutar ceremonias dedicadas a los caídos anteriormente y dejando túmulos funerarios, para que la posteridad recuerde el brutal exterminio.
 El hombre, percibió que todo podía ser una alucinación, aún sin haber ingerido alcohol, drogas o la mezcla de ambos.
 Lo embargaron apremiantes deseos de irse lejos, de abandonar ese espacio doméstico que ahora parecía trastornado, convertido en otra cosa.
 Lo invadió el asco que creyó haber superado, al barrer los cadáveres y los moribundos hacia el patio contiguo, agrupándolos, para rociarlos con alcohol e incinerarlos.
 Quizás fue el fósforo de madera defectuoso, cuya cabeza cayó a sus pies y fue el inicio de la fogata que comenzó casi bajo su persona, lo que transformó la larga chilaba que usaba de entrecasa, souvenir de un ya lejano viaje turístico a Marruecos, en una tea ardiente.
 Luis María Barros Luco, comenzó a revolcarse como un poseso sobre el piso embaldosado, en un vano intento de sofocar el fuego que lo abrazaba.


 Cuando alertada por los vecinos la autoridad competente ingresó a la vivienda, halló a su propietario en estado crítico, con quemaduras que abarcaban la mayor parte de su superficie corporal.
 Nadie de los que irrumpieron en el domicilio, donde ocurrió lo que la justicia caratuló inicialmente como intento de suicidio, detectó los minúsculos monumentos sobre la mesada, de una materialidad arenisca oculta tras su insignificancia.
 Mucho menos, que una cucaracha adulta, ovalada, negra y de tamaño mediano, permanecía como expectante ante la escena desde un ángulo del patio.
 Solo se retiró cuando los paramédicos se llevaron a Barros Luco, próximo a convertirse en cadáver.


                                                                   FIN







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